Por Hernán Andrés Kruse.-

En un acto partidario en Casa de Gobierno, el presidente de la nación, acompañado, entre otros, por el precandidato presidencial Agustín Rossi, puso sus manos en el fuego en la honestidad de los funcionarios que siempre le respondieron. “Hay un presidente y muchos funcionarios que se van a su casa sin haberse enriquecido”, sentenció. La destinataria del mensaje era, qué duda cabe, la vicepresidenta de la nación. Pero su discurso no se redujo a ponderar la calidad moral de sus incondicionales. Fiel a la tradición del peronismo, Alberto Fernández aseguró que nunca hubo tanto respeto por la libertad de prensa como durante su gobierno, pese a que hubo “un abuso desmedido” de dicha libertad, que se tradujo en mentiras, difamaciones e injurias de todo calibre (fuente: Infobae, 6/6/023.

Apenas leí estas palabras presidenciales me vino a la memoria la totalitaria decisión del entonces presidente Juan Domingo Perón de confiscar el diario de la familia Gainza Paz, históricamente conocido como “La Prensa”. El penoso hecho tuvo lugar en el verano de 1951. Setenta años después, exactamente el 18 de febrero de 2021, Infobae publicó un artículo de Mariano Caucino en el que rememora esa grosera demostración de intolerancia y fanatismo (“La expropiación de La Prensa, un error del que Perón se arrepintió mucho tiempo después”).

En aquellos tiempos el diario de los Gainza Paz era leído por amplias capas de la población. En sus páginas podían leerse un buen número de avisos clasificados, especialmente los referidos a la búsqueda de empleo. En el verano de 1951 La Prensa vendía los días de semana cuatrocientos mil ejemplares y durante los fines de semana la cifra alcanzaba el medio millón. El Congreso, donde el peronismo contaba con amplia mayoría, aprobó sin hesitar el deseo de Perón de adueñarse del diario. Durante el debate el diputado oficialista John William Cooke sentenció en el recinto: “Estamos en contra de La Prensa porque creemos que diarios de esa clase son los que han minado la base de la nacionalidad, creemos que La Prensa es uno de esos obstáculos, como hay muchos en el continente, que han impedido o demorado todas las posibilidades de reivindicaciones proletarias en Latinoamérica”. Luego afirmó que el gobierno de Perón estaba con la clase obrera y, por ende, contra el diario de los Gainza Paz, “porque La Prensa siempre estará, como lo ha estado hasta ahora, contra los obreros y contra nosotros”. Claro y contundente, el mensaje de Cooke.

Días antes de la drástica decisión de Perón tuvo lugar en el diario un conflicto gremial que le permitió al presidente tener la excusa perfecta para confiscarlo. En la noche del 25 de enero de 1951 grupos armados rodearon la planta. En consecuencia, la edición del día siguiente no pudo salir a la calle. Poco después Alberto Gainza Paz y su hijo Máximo viajaron a Uruguay (en realidad fue un escape) para posteriormente dirigirse a Estados Unidos. La empresa quedó en manos de la Confederación General del Trabajo. El 2 de marzo José Espejo, secretario general de la CGT, afirmó que La Prensa era un emblema de la oligarquía, una empresa enemiga del país (en especial de la clase obrera).

Caucino asocia la confiscación de La Prensa con Raúl Alejandro Apold, quien era Secretario de Prensa y Difusión. Según Silvia Mercado, autora de una biografía sobre este personaje, “aún sin La Prensa sus lectores siguieron pensando más o menos lo mismo”. Vale decir que la confiscación de La Prensa no hizo más que alimentar el odio que los lectores del diario sentían por el peronismo. A partir de entonces La Prensa pasó a ser un órgano de propaganda del gobierno, pese a que su “director”, Martiniano Pazo, respetó el formato y diseño históricos del diario. Desde el punto de vista comercial, La Prensa cegetista fue un estruendoso fracaso. Señala Mercado que “no la compraban los peronistas, porque la veían demasiado tradicional, ni tampoco los antiperonistas, porque su contenido no lo era”.

Pero los efectos más nocivos de la confiscación de La Prensa provinieron del exterior. Escribe Caucino: “Pero lo más relevante del caso La Prensa fueron las consecuencias indeseables que provocaría en la imagen externa del gobierno. Una catarata de editoriales condenando la violación de la libertad de prensa en la Argentina se reprodujo en todo el mundo. El 12 de abril de ese año, el New York Times tituló en su portada que se había consumado un “atraco contra uno de los grandes diarios del mundo”. El 6 de abril, el influyente National Press Club llamó a un día de duelo para conmemorar “la muerte de La Prensa”. El caso alimentó las peores sospechas -en este caso infundadas- sobre las motivaciones del gobierno argentino: el Washington Post editorializó el día 4 de abril que Perón buscaba “conspirar con los soviéticos dado que existe poca distinción entre los totalitarismos de izquierda y de derechas (…) El 12 de marzo, el subsecretario para Asuntos Hemisféricos Edward Miller afirmó: “Como todo hombre que cree en la libertad de prensa y como genuino amigo de la Argentina no puedo sentirme profundamente preocupado por la situación de La Prensa y sus empleados”. En un cable de la Embajada norteamericana en Buenos Aires el 19 de abril se informaba a Washington que “la reacción de la opinión pública se limitó a la aprobación por parte de la prensa oficialista, a severos editoriales sobre la suspensión de los derechos humanos en “La Nación” y a una concentración numerosa y entusiasta que reunió a unas 20 mil personas en Plaza Constitución”. El cable, sin embargo, contenía una prudente advertencia dado que indicaba que “aun cuando muchos ciudadanos argentinos que no pertenecen a los altos niveles de gobierno condenan unánimemente la medida, resulta prematuro predecir si la expropiación de “La Prensa” ha sido un error político importante en relación a la supervivencia del régimen más allá de 1952”.

Ahora bien ¿cuáles fueron los motivos que tuvo Perón para tomar semejante decisión?

Según Joseph Page, se trató de una violenta y desesperada reacción de Perón, acosado por las dificultades económicas a partir de 1949. Ya en aquel momento Perón había advertido que los tiempos de bonanza habían quedado atrás. La cruda realidad de la economía lo había obligado a desprenderse de Miguel Miranda y reemplazarlo por Alfredo Gómez Morales. Para colmo, el comercio exterior, especialmente la relación con Gran Bretaña, no paraba de declinar. En 1946 el gobierno británico había impuesto una fuerte devaluación de su moneda, lo que perjudicaba a la Argentina ya que sus acreencias estaban nominadas, precisamente, en la libra esterlina. De repente, el vínculo económico, no sólo con el histórico imperio, sino también con la naciente megapotencia del norte (EEUU), se tornó una misión imposible para nuestro país. Según Page “tal vez haya sido la declinación de la economía argentina la que inspiró al gobierno para ahogar las fuerzas independientes de información”.

Para muchos estudiosos del peronismo la confiscación de La Prensa dañó severamente al gobierno. El canciller de entonces, Hipólito Jesús Paz, reconoció que la expropiación del diario de los Gainza Paz le ocasionó al gobierno fuertes dolores de cabeza. Por su parte, el reconocido historiador Félix Luna afirmó en su libro “De Perón a Lanusse” que “el silenciamiento del diario de los Paz fue uno de los errores más graves del régimen peronista: expresión de una mentalidad conservadora, sus opiniones no repercutían sino en el limitado núcleo de lectores que lo seguían”. Más que de un error, se trató de la demostración de fuerza de un presidente autoritario, intolerante y despiadado. Según Julio Ramos “Perón llegó a la presidencia en 1946 con el aval de pocos medios. Sólo lo apoyaba un diario de la tarde, La Época, dirigido por Eduardo Colom (…) Sin embargo, disponía su nuevo gobierno de un decreto fechado el 3 de marzo de 1946, durante el régimen iniciado por la Revolución de 1943 (lo había sancionado el entonces presidente, general Edelmiro J. Farrell), que sería crucial luego para amordazar a la oposición periodística. Era una autorización al Poder Ejecutivo para disponer el papel para diarios. El manejo del papel para imprimir, con distintos artilugios, permitiría por sí hacer la historia de las violaciones a la libertad de prensa en la Argentina”. Luego del derrocamiento de Perón el 16 de septiembre de 1955, el gobierno de la Revolución Libertadora ordenó la devolución del diario a sus legítimos dueños., cuya reaparición tuvo lugar a principios de febrero de 1956. Años después, en pleno exilio, Perón afirmó que había llegado a la presidencia en 1946 con todos los medios en contra y que en 1955, con todos los medios a favor, fue derrocado por las fuerzas armadas. De esa forma, no hizo más que reconocer el error que había cometido al decidir la confiscación del diario de los Gainza Paz.

Aunque parezca mentira, hay historiadores que condenaron con dureza la devolución del diario a los Gainza Paz en 1956. Tal el caso de Claudio Panella, quien en 2000 publicó un ensayo titulado “El peronismo según el diario La Prensa en tiempos de la Revolución Libertadora” (Anuario del Instituto de Historia argentina). A continuación paso a transcribir su durísima crítica a dos editoriales publicados por La Prensa inmediatamente después de haber sido recuperada por sus legítimos dueños.

LA NATURALEZA DEL PERONISMO

“El 3 de febrero de 1956, en sugestiva coincidencia con un nuevo aniversario de la batalla de Caseros, La Prensa reanudó sus ediciones luego de cinco años, otra vez dirigida por Alberto Gainza Paz. Se destacaron en ese número dos editoriales, titulados «Por de fender la libertad» y «Las tres preguntas del drama argentino», respectivamente.

En el primero, aparecido en la página inicial, se sintetizaba la versión del periódico del conflicto mantenido con el gobierno peronista y que derivó en su cierre y posterior expropiación. Se decía allí que «No es esa la ocasión ni el lugar de entrar en pormenores del despojo. Lo cierto es que LA PRENSA fue silenciada mediante su clausura, sustraída del poder de sus dueños indiscutidos y entregada a manos extrañas para que reapareciese, diez meses después, al servicio de un gobierno que se caracterizaba por su horror a todas las formas de la libertad de expresión y no vacilaba en proclamar su afán de hacer de nuestra Argentina una máquina, y de cada uno de sus habitantes una tuerca o un tornillo de su tortuoso mecanismo. Con nuestro nombre, lo que era inaudito, y con nuestros elementos de impresión, se editó un diario, acerca del cual el pueblo jamás se llamó a engaño, por más que se imitara la disposición del texto la compaginación de los anuncios».

Más adelante siguió fustigando al gobierno peronista, al que denominaba «dictadura», para luego celebrar su derrocamiento, tan saludable para el país a juicio del periódico como un siglo antes lo había sido el de Juan Manuel de Rosas: «La ignominia se prolongó, por más tiempo del que podía suponerse; pero, necesariamente, debía tener un término. O el país a batía el régimen opresor, o toda su estructura moral, social y económica iba a desplomarse y el caos resultante lo colocaría en el punto donde estaba cien años atrás, cuando empezó su organización, después de la memorable batalla de Caseros. Sucedió lo mejor. Al cabo de doce años de dictadura y a poco más de un siglo de aquella gloriosa jornada, una nueva Revolución Libertadora ha puesto otra vez a la Argentina en el camino de su redención. Mucho es lo destruido, sobre todo en el campo de la moral pública y privada; profunda es la perturbación de las conciencias; pero no se debe ser pesimista. Si el desastre supera a cuanto podía esperarse, tiene nuestra República los elementos necesarios para rehacer, en un régimen de libertad y garantías individuales, lo destruido en doce años de arbitrariedad y de ineptitud».

El otro editorial era el de fondo, y planteaba los interrogantes que debían realizarse «las actuales generaciones argentinas y aun las venideras durante muchos años » acerca del «drama argentino», esto es del peronismo. Aquellos eran: «1. ¿Hasta dónde llega la amplitud y profundidad del sacudimiento destructor soportado por nuestro país?; ¿Cómo fue posible que en un país con la cultura alcanzada por el nuestro y de su tradición democrática, ocurriera el cataclismo institucional y la implantación de un régimen de poder -más que régimen de gobierno- que detuvo el progreso nacional y era repetición de regímenes causantes de la conflagración universal?; ¿Cómo pueden repararse, en el plazo más breve posible, los principales daños morales y materiales causados durante el ciclo nefasto y de qué modo puede evitarse que vuelva a ocurrir, en la Argentina , nada ni remotamente parecido al dramático período?»

Para el diario, entonces, el peronismo era un remedo vernáculo de los regímenes totalitarios europeos vencidos en la Segunda Guerra Mundial, una expresión política antidemocrática de carácter subversiva y por ende destructora de valores culturales tradicionales, los cuales eran considerados para el periódico como “inmutables». Por ello, para La Prensa el gobierno de la Revolución Libertadora debía emprender una ardua tarea de reconstrucción nacional, política, social y económica, con especial énfasis en lo educativo. De allí que propugnara que «en la hora de la reconstrucción educativa hay que restablecer la vigencia de los tradicionales principios, ideales, normas y reglas fundamentales de la nacionalidad. La educación totalitaria de la dictadura tiene que ser reemplazada por la educación democrática que siempre caracterizó la vida de la nación Arqentina».

Es que para el diario de la familia Paz el gobierno peronista había alterado la tradición educativa del país, impregnándola de valores antidemocráticos: «Simultáneamente, escuelas y universidades, públicas y privadas, fueron utilizadas como instrumentos de propaganda del partido gobernante y para difamar a los grupos políticos no oficiales. La educación no fue, pues, un medio para enseñar y fomentar en los niños , adolescentes y jóvenes el culto de los grandes ideales de la Nación , sino para inculcarles los pequeños y mezquinos propósitos despóticos de todos los regímenes totalitarios y los más diminutos aún de nuestra dictadura, elevados, por autodecisión de sus creadores y dirigentes, a la categoría de doctrina nacional, con expreso olvido de que los argentinos no podemos tener otra que no sea la de Mayo y Caseros». Por ello La Prensa no dejó de resaltar en reiteradas oportunidades las bondades de la ley 1420, forjadora de la educación democrática nacional ‘».

Con relación a la política económica llevada adelante por el gobierno del general Perón, la cual tuvo en la acción estatal uno de sus componentes fundamentales en la medida en que tenía por fin aumentar los márgenes de soberanía nacional a la vez que impulsar una mejor y más equitativa distribución de la riqueza, La Prensa no perdió oportunidad de fustigarla. En efecto, en la medida en que el diario de los Paz era uno de los principales voceros e infatigable defensor del credo liberal-conservador y sus representantes, no vaciló en descalificar el «dirigismo estatal» peronista, a la vez que apoyar fervientemente la política económica del régimen de facto que lo derrocó, que pensaba en ese sentido igual que el periódico.

Decía el diario en uno de sus editoriales: «Entre las estructuras y formas totalitarias se destacan -más aún, hacen la esencia del sistema- las regulaciones económicas y la absorción por la autoridad de las actividades que antes de la aparición de tal régimen estaba n libradas a los particulares. […] Resulta, en consecuencia, satisfactorio que el presidente provisional haya insistido en este punto de la liberación de las trabas a la actividad económica privada. Lo que falta es que el propósito se realice plenamente»‘. Es que para el periódico «un gobierno se prestigia y se afianza tanto más cuanto menos vacilaciones demuestra en la aplicación de los principios proclamados, si, como ocurre en el caso actual, son sanos y han sido recibidos con aplauso general, por su bondad intrínseca y por haber constituido una de las causas principales, sino la principal, del rápido progreso nacional después de sancionada la Constitución de 1853».

En este contexto, no podía ser más paradigmático el ejemplo del Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio, IAPI, organismo estatal encargado del comercio exterior del país, como enemigo de la libertad de comercio. Para La Prensa «Lo ocurrido con el Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio es fruto en gran parte de la falta de seriedad y honestidad en los manejos que a su sombra se cometieron, sin duda , pero también consecuencia fatal de la existencia del instrumento mismo. Por eso la liquidación ya ordenada debe llevarse a término sin vacilaciones, y el restablecimiento de la libertad para comerciar en el orden interno y en el internacional debe convertirse rápidamente en una realidad sin atenuaciones ni sombras de ninguna clase”.

Si la economía del peronismo fue denostada por La Prensa, no podía esperarse otra cosa del movimiento obrero, tan importante en la conformación de ese movimiento político. Para el diario, la entidad que lo representaba, esto es la Confederación General del Trabajo (CGT), había sufrido desde 1943 la insostenible ingerencia gubernativa en su constitución y funcionamiento», que la llevó a expresar su «adhesión total a la política del presidente de la República, a quien se lo reconoció, a la ve z, como el conductor y jefe supremo”. Paralelamente, la CGT peronista era para La Prensa una institución corrupta, pues los cuantiosos fondos que fue acumulando «, provenían de «contribuciones prácticamente obligatorias de los millones de trabajadores que, por serlo y percibir un salario, se consideraban sus afiliados […]. Centenares de millones de pesos fueron recaudándose en ese concepto, pero su empleo nunca fue explicado ni justificado mediante periódicas rendiciones de cuentas ampliamente dadas a conocer, como corresponde a toda organización de esa índole». Ni una palabra de la política social del gobierno ni de la promoción de los derechos de los trabajadores, esto es, de la causa de la adhesión de los obreros al peronismo, que era la cuestión de fondo que el periódico no deseaba abordar”.

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