Por Juan Ruiz.-

Resulta admirable el despliegue de ingeniosos recursos que economistas, entrevistadores y analistas emplean para entretener a los consumidores de sus opiniones con diagnósticos, estadísticas, profecías de tormentas económicas y recetas varias. No obstante, muchas de estas supuestas soluciones a la crisis no salen del terreno teórico y reiteran hasta el hastío un discurso técnico que poco satisface las necesidades del ciudadano, quien requiere orientación y previsiones concretas.

Es fácil, por ejemplo, proponer medidas a todas luces necesarias, como la modernización de la administración pública, que algunos candidatos y sus asesores cacarean en sus exposiciones mediáticas. Pero sus mentores no explican cómo afrontar tal empresa teniendo en cuenta los numerosos factores, especialmente el factor humano, que se enraíza en la burocracia, dispuesto a resistir con uñas y dientes cualquier intento de cambio con el resguardo del sindicalismo? ¿Acaso algún entrevistador se atreve a plantearlo?

Por obvias y comprensibles razones, ningún aspirante a liderar la Argentina se aventura a tocar un tema tabú como este. Sin embargo, los soberbios druidas que adornan la esfera mediática con sus plumajes intelectuales deberían ir más allá de las meras propuestas y detallar cómo llevarían a cabo sus fabulosas teorías sobre «el redimensionamiento del Estado». Así, podrían dar un giro importante al debate, dada la relevancia vital que ello tiene para el anhelado «despegue» del país.

Otro campo de ardientes controversias es la economía política, donde se debate ferozmente sobre la pérdida de valor de la moneda -que eso es en realidad la inflación y no la suba de precios- y las posibles soluciones como la dolarización o el bimonetarismo, o incluso resucitando el modelo de la convertibilidad del recordado Cavallo.

Pero, aunque los sabios del Oriente sólo ocasional y tangencialmente mencionan el riesgo que representa el «déficit cuasifiscal», no explican que es más tanto o más complicado que el levantamiento del cepo cambiario o la dolarización, porque es una mecha encendida que va directo a un polvorín que mes a mes aumenta sus dimensiones y nadie sabe cómo apagarla.

Vale recordar que esa denominación de “déficit cuasifiscal” fue inventada por la craneoteca economista del alfonsinismo para aludir al mecanismo mediante el cual tiraban bajo la alfombra bancaria el exceso de circulante a fin de mantener alejado el fantasma de la hiperinflación.

Se produce este fenómeno contable como resultado de letras de rumbosos nombres emitidas por el BCRA o el Tesoro, como Lelics o Lebacs, que no son otra cosa que cheques diferidos sin fondos que el Central impone al sistema bancario para absorber parte de la desenfrenada emisión destinada a financiar el derroche público y así evitar un exceso de circulante que despierte al fantasma hiperinflacionario.

Sin embargo, los gurús mediáticos no advierten a la gente que esta represa de instrumentos financieros, construida para contener la inundación de billetes, está en peligro de derrumbarse. Tampoco explican las posibles y temibles consecuencias, ni ofrecen recomendaciones para controlar los daños que seguramente sobrevendrán

Esta actitud que puede parecer prudente se explica porque la mayoría de estos expertos cuentan entre sus clientes con bancos y otros operadores financieros que, comprensiblemente, no desean que cunda el pánico entre el público y provoque un desbarajuste inmanejable.

Conscientes de ello prefieren soslayar las menciones a esta cuestión y mantener a la gente anestesiada y distraída con debates sin salida, mientras sus contratantes acumulan ganancias billonarias gracias a los intereses que el BCRA se ve obligado a otorgar para que no se retiren del juego antes de tiempo.

Total, saben que cuando la hipoteca que representa el déficit cuasifiscal se desplome sobre la economía y se deba reestructurar la deuda del BCRA mediante un plan Bonex u otro similar, la factura no la pagarán ellos, sino las futuras generaciones de aportantes indefensos.

Si la inflación es una estafa en sí misma, el déficit cuasifiscal es una estafa aún más atroz, ya que oculta la realidad monetaria y mantiene temporalmente una estabilidad artificial. Pero tarde o temprano, sobreviene el quiebre y sus efectos destructivos se derraman sobre la sociedad.

Quizás en esos expertos en economía aún persista un resquicio de responsabilidad profesional, y dediquen algún tiempo a imaginar cómo salir de este infernal laberinto con el menor impacto posible para una comunidad indefensa y explicar claramente lo que cada argentino enfrenta debido a este mecanismo diabólico que persiste sin distinción de gobiernos dado que les resulta imprescindible para ocultar la ineficiencia y falta de creatividad técnica de sus administradores.

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