Por Luis Alejandro Rizzi.-

Daría la impresión que la Iglesia está perdida. No nos debiera sorprender porque “iglesia” somos “nosotros”, entonces deberíamos apuntar a la “cuestión” “¿qué nos está pasando?”

El martes pasado asistí a una presentación de «MicroStrategy AIBI” que fue un verdadero “show tecnológico” y en las diferentes exposiciones se mostró una aplicación o programa que permitiría controlar el trabajo de algunos cargos ejecutivos o gerenciales, sin que estos lo adviertan, una práctica diría cuando menos deshumanizada.

Nos mostraron sistemas que nos permiten conocer y disponer de información del funcionamiento empresario en tiempo real, lo que facilitaría la toma de decisiones. Durante la exposición pensé que también podría ser contra producente contar con exceso de información, porque como todo exceso, facilita la confusión y la capacidad de análisis, en especial cuando uno ve “resultados buenos” que pueden ser consecuencia de malas decisiones y la inversa.

El otro tema en que se hizo hincapié es en la calidad datos que se le suministran a la AI, lo que nos podría llevar a grandes catástrofes.

Recuerdo algunos accidentes de aviación, relativamente recientes que se ocasionaron por recibir información y tomar decisiones en consecuencia, sin valorar la calidad o su veracidad.

Es posible que, si el piloto cargo hubiera pensado 20 segundos, el accidente no hubiera ocurrido. Ese “error humano” se debe a esta confusión que está generando el progreso técnico, que obviamente avanza más rápidamente que la sabiduría humana.

Recuerdo hace años en una empresa de alimentación “CICA” que muy rápidamente desarrolló el mercado de conservas y alcanzó una penetración record en muy poco tiempo. Con la información que se disponía en ese entonces, no era en tiempo real, se pensaba sólo en el resultado, todas las semanas se vendía algo más y eso llevó a aumentar la producción para abastecer la demanda.

En un momento se me ocurrió ponderar el rendimiento de las ventas. Los datos eran muy tardíos, pero comencé a advertir que sólo se cobraba un 55% de lo vendido; el resto fue cayendo en lo “incobrable” pero la dimensión de la empresa se mantenía como si el cien por ciento de la facturación efectivamente se percibiera regularmente, además, contaba con tres administraciones.

No sé si con los sistemas actuales, esa historia hubiera ocurrido, pero de lo que estoy seguro es que con una buena programación de datos, la AI hubiera generado alguna alerta, del mismo modo que cuando en un avión algo funciona mal genera la respectiva luz amarilla o alerta oral.

Hice esta breve disquisición para demostrar que nuestro sistema cultural actual excesivamente tecnológico ha dinamitado el concepto de “proceso de la vida”. Con esto quiero decir que la formación cultural de la gente es un proceso mucho más lento que lo que puede resultar de la investigación tecnológica. Paradojalmente y como lo escribió Ortega en su “Misión de la Universidad”, estamos incubando un mundo de “sabios bárbaros” absolutamente “incultos”.

Es obvio y aquí llegamos al punto de encuentro con la Iglesia y los “curas villeros”.

Me gusta la palabra “pobrismo” porque es un “ismo”, una deformación de la pobreza que obviamente no es una virtud; ser indigente o pobre es una desgracia.

Un indigente o un pobre puede ser tan buena o mala persona como cualquier mortal, y da la impresión que la función del cura “cura villero” es la de hacer algo digno de lo indigno, incluso al embarcar a la Iglesia en determinadas militancias políticas, que suelen ser más “anti” como fue el caso de 2015 en la Provincia de Buenos Aires, que parecería contribuyó a desviar el resultado de la elección para gobernador, «morsa más o morsa menos»

Ayer o antes de ayer los “curas villeros” hicieron una misa que no se supo bien su finalidad. Si fue para “reivindicar al Papa Francisco”, por algunas expresiones, por cierto, agraviantes, más bien diría irrespetuosas, de Milei hace unos años. Es obvio que se perdieron en el espacio y la propia personalidad de Francisco fue suficiente para que quedaran como alaridos en el silencio de un desierto.

Si fue por la pobreza también sería injusto, porque todos merecemos, en ese supuesto, el regalo de una misa o una oración.

Según me han contado algunos curas, podría haber una trama que desconozco detrás de esa “misión villera” que desde luego no le quita mérito y valor al trabajo pastoral, pero hay un silencio de la jerarquía, algo molestó.

Pues bien, como es la intención de esta saga, la vida tiene sus fronteras, no quiere decir que sean rígidas, pero siento que la pobreza y la indigencia son en este momento algo muy preocupante en la Argentina y en vez de ser objeto noble de la política y la religión, a veces parece que es un mercado, algo que tanto se denigra y que siempre algunos saben cómo encontrar su lucro.

Una pregunta, para cerrar. ¿Cuántas generaciones estamos perdiendo por esos largos años de desnutrición y extrema pobreza infantil?

En el evento al que hice referencia no se habló de como la AIBI podría ser un elemento para ayudar a salir de ese subdesarrollo subcultural que estamos generando; no advierten que, a este paso, no habrá operadores para ese lucrativo negocio de la tecnología.

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