Por Hernán Andrés Kruse.-

En 2017, en un programa de televisión conducido por Luis Novaresio, el recordado y talentoso actor Hugo Arana cuestionó en duros términos el concepto del “derrame” en la economía como factor para la distribución de la riqueza: “La teoría del derrame me parece uno de los más graves insultos. Yo veo la imagen, estoy en mi casa comiendo y le digo al nenito de la calle “sentate ahí”, se van cayendo migas y puede comer. O “esperá que tire los restos de comida en el tacho y comé”. Eso del derrame me parece una humillación, una hijoputez profunda, de que alguien tiene que derramar”.

En las vísperas de la Navidad el presidente Javier Milei no tuvo mejor idea que utilizar su cuenta en X para retrucar los dichos de Arana: “Aquí Hugo Arana repetía una de las frases más mentirosas y aberrantes sobre el capitalismo de libre empresa”. “Para despejar la ignorancia de los que repiten esta brutalidad, les cuento que en el capitalismo de libre empresa los intercambios son voluntarios, por lo que si existiera el derrame, ello sería en favor de las dos partes que deciden hacer la transacción. Por otra parte, en el capitalismo de libre empresa no hay derrame, porque de ser así ello implicaría ineficiencia y en el sistema en cuestión ello conlleva a la quiebra”. “Entiendo que Hugo Arana no tenía la más mínima idea sobre la teoría del valor subjetiva y repetía frases llenas de envidia, odio y resentimiento propias de la izquierda basadas en la obsoleta teoría del valor-trabajo, ya que lo suyo era ser un gran actor pero ni por lejos era ser economista, a diferencia de los que difunden estas burradas desde la izquierda”. “Lo que puedo decir a quienes piensan como pensaba Hugo Arana es que esa afirmación conlleva a ir por la solución socialista, la cual ha sido un fracaso en lo económico, lo cultural y lo social al margen de haber asesinado a más de 100 millones de seres humanos” (fuente: Infobae, 24/12/023).

La reacción del presidente Milei fue la típica de algunos liberales que se creen dueños de la verdad, que sus opiniones son dogmas revelados, inmunes, por ende, a toda crítica, a toda recusación. La pregunta fundamental es, me parece, la siguiente: ¿es acertada o no la teoría del derrame? Habrá economistas, como Javier Milei, que piensan que el derrame es imposible si está vigente el verdadero capitalismo, el capitalismo de libre empresa. Y habrá otros economistas que piensan que existe el derrame en los sistemas capitalistas y que la cuestión central es dilucidar qué es lo que derrama el derrame.

Buceando en Google encontré un ensayo de Saúl Ricardo Gaviola (Facultad de Ciencias Económicas y Sociales-UNMdP) y Sergio Oscar Anchorena (Facultad de Ciencias Económicas y Sociales-UNMdP) titulado, precisamente, “¿Qué es lo que derrama el efecto “derrame?” (Universidad Nacional de General Sarmiento-2008). A continuación paso a transcribir la parte en la que los autores analizan los supuestos de la teoría del derrame.

ANÁLISIS DE LOS SUPUESTOS DE LA TEORÍA DEL DERRAME

“La llamada teoría del derrame postula que redistribuir el ingreso a favor de los grupos sociales con mayor propensión al ahorro, esto es, los sectores de mayores ingresos sobre la base de su capacidad de ahorrar e invertir, aumentará el ingreso nacional y generará mayor empleo. Esta teoría, sin ser un cuerpo teórico estructurado, se basa en una serie de supuestos, algunos de dudoso cumplimiento en el mundo real, que se analizan a continuación”.

MAYORES INGRESOS GENERAN MAYOR AHORRO

“Este supuesto es aceptado y utilizado por la mayor parte de los economistas. Sean las propensiones marginales a consumir constantes o decrecientes, se espera que aquellos individuos con mayores ingresos ahorren una mayor parte de los mismos. Simultáneamente, los individuos de menores ingresos tenderán a consumir una mayor parte de su ingreso. La verificación de este supuesto podía corroborarse durante el período del Estado de Bienestar, es decir, desde la aplicación del New Deal, en los Estados Unidos y el Plan Marshall en Europa, hasta la década del 70´, momento en que el patrón de acumulación y de consumo de este período se vio agotado. De allí en adelante comenzaron a aplicarse en los países centrales, y posteriormente en el resto del mundo, las políticas económicas neoliberales sustentadas teóricamente por el monetarismo de la Escuela de Chicago. El neoliberalismo de los años ’80 y ’90, significó un cambio sustancial en los modos de acumulación y consumo. Por un lado, fueron las políticas monetarias restrictivas, y la transferencia de ingresos desde los sectores asalariados hacia los sectores de más altos ingresos, a través del desmantelamiento de los beneficios que otorgaba el Estado de Bienestar, la creciente mercantilización de servicios que antes eran brindados por el Estado, la caída de salarios reales y el recorte de beneficios de la seguridad social, conjuntamente con el recorte de impuestos a los sectores de mayores ingresos.

Se pueden enumerar tres importantes hechos político-económicos que marcaron el quiebre del patrón de acumulación del “Estado de bienestar”: 1. El descalabro del Sistema monetario de Bretton Woods que se basaba en una paridad fija dólar-oro, y la libre convertibilidad del primero al segundo. En 1971 Francia intenta convertir a oro sus reservas en dólares y en bonos del Tesoro de los EEUU. El 15 de agosto de ese mismo año Richard Nixon declara de facto el fin del sistema mundial de tipos de cambio fijos basados en la convertibilidad dólar-oro de Bretton Woods, al negarse a respetar el sistema vigente. El sistema monetario mundial pasó a ser un sistema monetario de flotación entre monedas, sin paridades fijas ni convertibilidad de una divisa al oro. 2. El incremento del precio del petróleo en la primer crisis petrolera en 1973, subproducto de la cartelización de los países productores en la OPEP como respuesta a la guerra del Yon Kippur, y en 1979 una nueva crisis petrolera, afectada por la Revolución de los Ayatollahs en Irán. 3. La necesidad de rebajar costos laborales por parte de las empresas, trastocó las bases del patrón de acumulación basado en la producción para el consumo masivo. En sustitución, para hacer compatible la disminución de costos laborales para recuperar la rentabilidad, el capitalismo continuó su marcha a través de un modo de acumulación basado en el consumo elitizado.

Durante la década de los 70´, se combinaron de una forma muy particular los elementos arriba mencionados, dando lugar a fenómenos económicos novedosos, los cuales no podían ser analizados y resueltos desde la teoría y la política económica en boga en ese momento: el keynesianismo. La teoría y política keynesiana habían sido creadas y elaboradas bajo un contexto de deflación y desempleo. Por ello la intervención del Estado como garante del pleno empleo y del crecimiento, aún a costa de déficit fiscales y/o de una moderada inflación, eran los pilares básicos de la política economía keynesiana de posguerra. La idea que subyace, generalmente se expresa en la formula abreviada como: “no hay inflación en caso de subocupación” (James, 1998). Pero en la década de los 70´ se dio la extraña combinación entre estancamiento e inflación, que demostró a la teoría económica keynesiana y a las elaboraciones macroeconómicas basadas en la Curva de Phillips como impotentes para dar cuenta de los nuevos fenómenos económicos. De todas formas, la cuestión más importante no residía en este desajuste entre la teoría económica (que sólo podía dar soluciones a los problemas económicos de la década del 30´) y la realidad que imponía nuevos problemas, sino que lejos del plano teórico, existía una necesidad concreta del capitalismo mundial por recuperar la tasa de beneficios.

Para los monetaristas, el problema fundamental que debía resolver la política económica era la inflación. La curva de Phillips vertical planteada por Milton Friedman, intentaba demostrar que toda política económica estatal keynesiana, es decir, aquella que tenga como objetivo estimular la demanda agregada, sólo lograría incrementar la inflación. Por ello los monetaristas planteaban políticas monetarias restrictivas para frenar la inflación, aunque para lograrlo haya que inducir una recesión. El neoliberalismo marcó un cambio en el objetivo principal de la política económica, que pasó de ser el pleno empleo durante la aplicación del compromiso keynesiano, a ser el control de la inflación, durante la era neoliberal. Las décadas de los 80´ y 90´, en las que las recetas neoliberales comenzaron a mostrar sus efectos, fueron testimonio de un crecimiento del desempleo en el mundo, incluso en los países centrales y de una disminución en la tasa de crecimiento mundial, respecto a las importantes tasas de crecimiento logradas en la posguerra.

El desgravamiento a los ingresos de aquellos que mayores ingresos obtienen, (en gran parte los mismos son derivados de rentas, intereses y beneficios), pretendía según la lógica de la teoría neoliberal del derrame, generar un mayor ahorro agregado, para que el mismo sea volcado a la inversión, generadora de crecimiento económico, de empleo y por ende de remuneración para todos los factores productivos. Esta visión armonicista de la sociedad y la economía, donde el Estado quedaba relegado a un segundo plano, como gendarme de la propiedad privada, que permite el libre desarrollo de los mercados, es la sustentada aún hoy por los neoliberales. Pero el cambio en el modo de acumulación, la caída de los salarios reales verificada desde mediados de los 70´ para los países centrales, implicó también un cambio en el patrón de consumo. El consumo masivo, típico del fordismo y del compromiso keynesiano del Estado de Bienestar, se sustituyó por un consumo elitizado de los grupos de mayores ingresos de la población, característico de la fase neoliberal que comienza a mostrar sus rasgos a mediados de los 70´, se profundiza en las décadas de los 80´ y 90´ y aún hoy subsiste en los países centrales y en gran parte de los países periféricos. Este excesivo consumo, por parte de las unidades de consumo de mayores ingresos, contradice el supuesto keynesiano mencionado arriba, respecto del mayor ahorro de los sectores de mayores ingresos, y, contrariamente a lo que señalaba la teoría fue financiado, en parte, mediante endeudamiento o desahorro. Al respecto es clara la siguiente cita realizada por Duménil y Levy de un estudio realizado por economistas de la Reserva Federal: “En lo que respecta a la baja de la tasa de ahorro, un estudio de la Reserva Federal permite identificar las capas de la población que originan esa caída. El estudio divide los hogares en cinco grupos según su nivel de ingreso (el 20% con ingresos más altos, el 20% que constituye el grupo inmediatamente inferior, etc.). Toda la caída del ahorro se concentró en el grupo con ingresos más fuertes, tradicionalmente la fuente del ahorro en el país (pues los pobres ahorran poco). A fines del siglo pasado la tasa de ahorro de esas capas acomodadas se tornó negativa, lo que significa que gastan más de lo que ganan (sin duda en relación con los cursos de la bolsa), endeudándose. El alza formidable de las tasas de endeudamiento de los hogares es otra característica de la macroeconomía estadounidense sin que se sepa en que medida se concentra en esta fracción de las economías domésticas más acomodadas.” (Duménil y Levy, 2005).

Desde 1980 en adelante la tasa de ahorro no solamente mostró una permanente caída, sino que la tasa de inversión fue inferior a la tasa de ahorro. Esto fue posible solamente mediante el endeudamiento permanente de la economía norteamericana. Durante las administraciones republicanas fue una constante el creciente endeudamiento y el déficit comercial. Los déficits gemelos fueron símbolos emblemáticos de los gobiernos de Ronald Reagan y de los Bush, especialmente durante el gobierno de George W. Bush. Joseph Stiglitz afirma que la implementación de políticas neoliberales no logró el renombrado derrame o goteo hacia los grupos de menores ingresos, sino que por el contrario tuvo como consecuencia un incremento en la desigualdad y un empobrecimiento absoluto de los sectores más vulnerables de la población: “…las desigualdades en Estados Unidos llevaban dos décadas agravándose. Por mucho que los reaganitas creyeran en la `economía de goteo´, que postulaba que la opulencia de unos pocos acababa goteando sobre todos (o, por usar otra metáfora acuática, que la pleamar elevaba todos los barcos), los más pobres no se habían beneficiado del crecimiento de los años ochenta. Por el contrario, desde 1973, en realidad se habían empobrecido aún más.” (Stiglitz, 2003).

EL AHORRO DE UN PAÍS SE RELACIONA DIRECTAMENTE CON LA INVERSIÓN

“Analicemos las posibilidades lógicas de destino de un incremento de los ingresos de los sectores de altos ingresos, que puede provenir de incrementos en el monto global percibido como intereses, rentas o beneficios por este grupo de altos ingresos. Las podemos resumir en cuatro tipos: 1. Inversión productiva 2. Inversión no productiva o financiera 3. Ahorro sin inversión financiera 4. Incremento del consumo de lujo.

Respecto de la primera opción, y de acuerdo con la teoría keynesiana, la decisión de invertir productivamente, por parte del empresario, surge de una comparación entre la eficiencia marginal del capital y la tasa de interés. Cuanto mayor es la diferencia entre los dos términos de esta comparación, más fuerte es la incitación a invertir. La eficacia marginal del capital no es la tasa real del rendimiento de los capitales productivos, es la tasa esperada ex ante por el empresario (James, 1998). Esto significa que la inversión productiva tiene como condición necesaria la expectativa de mejores resultados económicos que el interés ofrecido por la inversión no productiva o financiera. Justamente el interés, o renta financiera, ha sido la que mayor crecimiento ha mostrado en el siglo XX, en favor de la opción número 2, la inversión financiera. A fines de ese siglo, la especulación financiera ha alcanzado los niveles más altos que los observables en cualquier momento de toda la historia económica anterior. El sobredimensionamiento de las finanzas, y el hecho de que la especulación financiera, medida en términos de dólares negociados en compra y venta de valores, activos financieros, etc., sea entre 3 y 7 veces el PBI real, cuando en 1929 la proporción de 3 dólares de PBI real por cada dólar invertido en especulación financiera hace que la economía real sustente una burbuja especulativa de activos financieros de dimensiones gigantescas”.

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