Por Enrique Guillermo Avogadro.-

“La justicia es un plato que hay que servir caliente”, Fabiano Massini.

Argentina llegó a los 80.000 muertos por Covid y se ha transformado así en el país que más fallecidos registra cada millón de habitantes; esas muertes se deben, sin ninguna duda, a la corrupción e ideologización que afectan la compra de vacunas. También, claro, hay que incluir en ese tétrico escenario las robadas para proteger a la pléyade de personas “¿esenciales?” como Carlos Zannini, Horacio Verbitsky, los miembros de La Cámpora, los intendentes y sus amantes, etc., las mismas que faltaron para tantos médicos, enfermeros y muchos otros que estaban en la primera línea de combate a la pandemia o que, simplemente, integraban los grupos de riesgo.

¿Dónde están ahora el CELS, la Liga por los Derechos del Hombre y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, H.i.j.o.s, Madres y Abuelas de Plaza de Mayo? ¿Dónde Adolfo Pérez Esquivel, Estela Carlotto y Hebe de Bonafini? ¿Por qué callan todos esos adalides de los derechos humanos tuertos, que aún se desgañitan por los supuestos crímenes del proceso militar cometidos hace cincuenta años, frente a los indudables delitos de lesa humanidad en que han incurrido Alberto y Cristina Fernández, Santiago Cafiero, Ginés González García, Carla Vizzotti, Cecilia Moreau, Pablo Yedlin, Cecilia Nicolini, Hugo Sigman, Marcelo Figueiras y tantos otros cómplices? Su silencio aturde, y mata.

¿Qué dicen ahora la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires y María Eugenia Vidal que, por ley, prohibieron desmentir la probada falsedad de los “30.000” desaparecidos?; más allá de la pública confesión del inventor de esa cifra, las más de 20.000 chapitas en blanco del Parque de la Memoria confirman esa afirmación pese a que, para identificar a las que sí tienen nombres (unas 8.500), los fabricantes del “relato” debieron recurrir a quienes atacaron cuarteles militares en democracia, cayeron combatiendo a las fuerzas legales o fueron asesinados por las propias organizaciones terroristas y retrotraer el recordatorio a 1955.

El Gobierno se ha mostrado incapaz, obviamente para no confesar los innumerables delitos que han cometido sus funcionarios, de explicar claramente por qué los inmunizantes no han llegado; es más, muchos de los que sí lo hicieron, están siendo retenidos, como sucedió en Misiones (este domingo se votará allí), con propósitos exclusivamente proselitistas. Cristina Fernández, además de ordenar a Miguel Pesce reencender la maquinita de papelitos de colores, ha comenzado a bailar la danza de la lluvia para intentar que se produzca un diluvio de vacunas antes de las elecciones, postergadas ahora hasta septiembre y noviembre con el consentimiento de una oposición ingenua o idiota, que ni siquiera intercambió ese acuerdo por la adopción de la boleta única; ese desesperado anhelo del oficialismo es razonable, ya que la economía no le traerá buenas noticias este año.

Pero, claro, pedir coherencia a un Gobierno tan hipócrita y tan cínico resulta absurdo. Porque, más allá del público apoyo a gobernadores despóticos como Gildo Insfrán o Juan Manzur y a sindicalistas mafiosos como Hugo Moyano, se necesita tener una singular cara de piedra para defender a Nicolás Maduro y su régimen asesino, para equiparar al Estado de Israel con la organización terrorista Hamas y para callar ante las dictaduras de Daniel Ortega y Miguel Díaz-Canel, que clausuran diarios y canales de televisión o encarcelan a los opositores por el solo hecho de serlo en Nicaragua y Cuba. La ideología nos ha alineado con esos regímenes tan respetuosos de los derechos de sus ciudadanos que son la Rusia de Vladimir Putin, el Irán de Alí Jamenei y la China de Xi Jinping. Obviamente, también el triste tema de las vacunas se vincula a estas preferencias.

La rastrera y degradada Cancillería ha dejado de cumplir su verdadera función y se ha transformado en una mera oficina de relaciones públicas de todos esos paladines de la democracia. Lo prueba, por ejemplo, la conducta del Embajador Carlos Raimundi en la OEA o la actitud del Embajador Sabino Vaca Narvaja, que ahora representa los intereses de Beijing ante la Argentina; en un tema tan espinoso y controvertido como es el sistema 5G de comunicaciones, que se ha tornado una piedra en el zapato de todos los países de Occidente porque podría prestarse al espionaje militar, este neo-diplomático no titubea en asumir ese rol y recomendar su inmediata adopción en nuestro país, amén de promover una mayor presencia, siempre depredatoria, de China en nuestro continente.

Tal como se anticipara en esta columna hace muchos meses que sucedería, por explícita orden de Cristina Fernández la Argentina cayó en default frente al Club de Paris, más allá de que tal situación sólo se oficializará dentro de sesenta días. Pese a que el Banco Central dispone de los dólares necesarios para hacer frente a ese compromiso, contraído por Axel Kicillof cuando se desempeñaba como Ministro de Economía del tercer kirchnerismo, no se pudo llegar a un arreglo ahora porque el organismo, formado por los gobiernos de los países acreedores del nuestro, exige que, previamente, lleguemos a un acuerdo con el FMI el cual, a su vez, necesita auditar las cuentas nacionales; en modo de campaña electoral, a la PresidenteVice le resulta inadmisible tal requerimiento -el famoso Capítulo IV- porque la épica del relato no lo permite.

El costo que deberemos pagar por esa locura será la imposibilidad de importar bienes indispensables para nuestra producción industrial, ya que los exportadores extranjeros necesitan asegurarse el cobro ante un país tan incumplidor como el nuestro, mediante pólizas que son emitidas por sus respectivos gobiernos. ¿Es imaginable, entonces, que lo sigan haciendo en estas circunstancias? Pero, ante las necesidades electorales del Frente de Todos, nada resulta demasiado oneroso, y así nos va.

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