Por Emilio J. Cárdenas.-

(FOTO) Carlos Omar Peralta López, asesino de David Fremd.

«No hablar de lo sucedido sería quizás no perturbar nuestra comodidad, pero además sería algo parecido a una complicidad silenciosa».

David Fremd, un respetado comerciante, murió asesinado en Paysandú el 8 de marzo pasado. No fue una víctima más de la inseguridad personal que afecta a buena parte de nuestra región. Fue otra cosa. Tremenda. Lo mató Carlos Omar Peralta López, un joven uruguayo convertido al Islam. Por su odio irrefrenable a los judíos. Por su incontrolable fanatismo. No obstante, al ser detenido, dijo “no recordar nada” de lo sucedido desde que salió de su casa, hasta el momento de matar a un inocente.

El asesino fue detenido al huir de la escena de su crimen, inmediatamente luego de cometerlo de lo que naturalmente es responsable. Repetía, al ser aprehendido, que había actuado “en nombre del Islam”. No conocía personalmente a su víctima. La mató a cuchillazos, sólo por su condición de judío. Producto, presumiblemente, de una siembra constante de odio que trasciende las fronteras e infecta por doquier.

Se trata claramente de un crimen provocado por el racismo. Agravado precisamente por esas circunstancias, entonces. Que debe hacernos pensar a todos en el Río de la Plata. Pudo suceder en cualquiera de sus márgenes. O en cualquier lugar del mundo.

Porque lo sucedido no puede quedar rodeado de silencio ni de indiferencia, sino de repudio. Y porque debe hacernos pensar en qué es lo que debemos hacer para que no se repita.

No hablar de lo sucedido sería quizás no perturbar nuestra comodidad, pero además sería algo parecido a una complicidad silenciosa.

Porque estamos frente a un crimen de motivaciones enfermas e inhumanas. Que ofende profundamente a nuestras conciencias. Producto de las estigmatizaciones. Y de la despersonalización de la víctima, con la que se pretende disimular el horror.

Que nos recuerda la muerte de millones de personas entre 1939 y 1945. Al genocidio, entonces. Vinculado con las típicas visiones binarias de las sociedades, las que nos dividen y enfrentan. Las que se sintetizan en aquello de “ellos” y “nosotros”. Las que construyen grietas profundas entre los seres humanos. Las que lastiman el tejido social.

Lo que no obliga a esforzarnos para que nuestros jóvenes conozcan los horrores que los hombres han provocado en los genocidios ocurridos a lo largo del tiempo. Para que identifiquen el mal. Para que sepan cuáles son las conductas que derivan en la irracionalidad y en la violencia. Y nos llenan de muertes.

Y para que adviertan la necesidad de estar alertas y prevenidos contra las siembras del odio y los resentimientos. Más aún, para que no sean víctimas de la indiferencia. Y tengan conciencia de la enorme importancia de saber reconocer plenamente la humanidad en todos los demás, aun cuando piensen distinto, sean diferentes y vivan con otros hábitos, que no son los nuestros.

Para que sepan entonces que lo contrario a la vida no es necesariamente la muerte, sino -reitero- la indiferencia ante las atrocidades. Y para que tomen conciencia de que el silencio ante este tipo de episodio sórdido no sólo es inmoral, sino que además suele estimularla ceguera de los verdugos.

Para que no caigan en los prejuicios. Para que resistan a los cada vez más frecuentes “arreos” de seres humanos y entiendan la importancia de detenerse a pensar siempre a través de uno mismo. Para que puedan vivir en paz, en armonía, respeto, tolerancia y sin agredirnos a cada paso.

Por esto el crimen del que fuera víctima David Fremd nos obliga a todos a pensar y hablar. Una vez más, queda bien claro que, desgraciadamente, nuestra América Latina no está adecuadamente inmunizada ante la siembra moderna del odio. (EDE)

Share