Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del viernes 18 de marzo, La Nación publicó un artículo de Natalio Botana titulado “Democracias turbulentas”, en el que considera que el malestar que hoy aqueja a la ciudadanía no sólo pone a prueba el pluralismo de partidos sino que obliga a profundizar la responsabilidad tanto del oficialismo como de la oposición, apostando por el diálogo y el consenso.

Dice Botana: “Es errada la creencia de que la unidad política en una república, o el consenso sobre sus fundamentos, eliminaría conflictos y disensos. No es así. La unidad deseable para apuntalar este proyecto consiste en admitir las diferencias y asumirlas como corrientes legítimas en el marco de un régimen constitucional pluralista” (…) “el malestar en las democracias tiene mucho que ver con un deterioro de la confianza pública hacia los dirigentes políticos y empresariales, y en una reducción del espacio de centro hacia el cual deberían converger las expresiones moderadas de los partidos” (…) “Cuando el centro de los moderados se corrompe, ganan irremediablemente los extremos: los purificadores de la política que sueñan con recrear un mundo hecho a la medida de su intolerancia. Más que un sueño, esto es una pesadilla. Para percatarse, basta explorar los orígenes del chavismo en Venezuela y, más atrás, del fascismo y del nacionalsocialismo. Los tres crecieron entre escombros: una economía en crisis, una moral pública en decadencia y un sistema de partidos incapaz de reaccionar a tiempo. De este contexto próximo y lejano deriva la exigencia no sólo de atender a la economía sino de respetar un umbral ético que no debe ser franqueado por gobierno y oposiciones so pena de perecer frente a la indignación pública (el caldo de cultivo ideal para los jacobinos de nueva especie). Desde luego no hay umbral ético en una república sin una administración de Justicia dotada de independencia, honestidad y eficacia”. En lo que resta del artículo, Botana centra su atención en la Argentina. Dice: “Si los partidos en ejercicio de la representación política no atinan a fraguar en el Congreso una política de Estado para reformar el reclutamiento y los procedimientos judiciales y combatir con instituciones remozadas el crimen organizado y la corrupción, seguiremos padeciendo los efectos de una trama por demás conocida: los medios de comunicación denuncian hechos de corrupción que, de inmediato, se convierten en escándalos; a su vez la Justicia no responde mientras en la ciudadanía se expande el descreimiento frente a la impunidad de los poderosos” (…) “La convergencia es vital porque sin acuerdos parlamentarios y aptitud negociadora (sigamos de cerca estos días el debate sobre el default) es imposible que la presidencia recientemente inaugurada pueda funcionar” (…) “el empeño por alcanzar acuerdos supone un cambio en la cultura política que nos libere de la trampa de la imposición hegemónica y transforme al Congreso en lo que debe ser: un lugar de voces múltiples, de argumentos contrapuestos y de soluciones posibles” (…) “para pactar, son necesarios los partidos. No hay que temerles a los acuerdos; hay que temerles a los acuerdos que trafican con la impunidad y el secreto. Por consiguiente, son necesarios partidos con transparencia y estabilidad” (…) “Sabemos que no hay legitimidad sin duración. Sin embargo, hoy también sabemos que la materia que sostiene esa duración no la puede proveer nadie en solitario. Si queremos superar el estadio primitivo del azar y la improvisación, no nos queda otra opción que apostar por la deliberación y el consenso en medio de la escasez, de expectativas frustradas, de constantes movilizaciones y de necesidades básicas insatisfechas. Un tremendo desafío a la razón pública que reclama responsabilidades compartidas, cada cual en su esfera propia, en el Gobierno y en la oposición”.

Botana toca un tema central de la política: el consenso y el conflicto en el régimen democrático. La democracia se basa fundamentalmente en los consensos, en los acuerdos entre los partidos que conforman el sistema de partidos, pese a las diferencias que pueden existir entre ellos. Pero ello no significa que no haya conflictos. Siempre hay conflictos aunque se trate de la democracia más estable y perfecta del mundo. Lo esencial es que los conflictos no pongan en tela de juicio el consenso básico sobre el que reposa el régimen democrático: la constitución. En efecto, la constitución contiene aquellos valores filosóficos, políticos, jurídicos y económicos que constituyen la piedra basal de la democracia. En toda democracia desarrollada los partidos que compiten por el poder concuerdan con ese plexo constitucional, pese a las diferencias que seguramente existen entre ellos. Cuando la democracia es firme los conflictos que se desatan en su interior no logran amenazarla, el plexo valorativo consagrado por la constitución no corre peligro alguno. Pese a las diferencias que se dan entre el partido demócrata y el partido republicano de los Estados Unidos, a ningún dirigente demócrata o republicano se le ocurriría poner en tela de juicio el contenido axiológico de la constitución norteamericana. Lo mismo cabe acotar respecto a las democracias europeas. Hay veces, para desgracia o felicidad de los pueblos (depende del enfoque ideológico utilizado para analizar el tema), que surgen en las democracias endebles fuerzas políticas que cuestionan el contenido axiológico de la constitución. El caso más notable ocurrido en los últimos tiempos es el de Venezuela. Durante mucho tiempo había imperado en la potencia petrolífera latinoamericana un sistema de partidos bastante inestable pero dentro del sistema capitalista. En 1998 irrumpe en el escenario político Hugo Chávez, un militar que había intentado un golpe de Estado en 1992 y que sufrió, a raíz de ello, prisión. Una vez en el poder al ganar las elecciones presidenciales de diciembre de 1998, Chávez instauró una nueva constitución-la constitución de la república bolivariana de Venezuela-. Chávez significó la instauración desde el poder de otra Venezuela, de la Venezuela que había sido ignorada por la Venezuela opulenta. La República Bolivariana de Venezuela proclamó el socialismo y el antiimperialismo (los Estados Unidos). Los objetivos de Chávez eran, pues, revolucionarios. Su intención fue sustituir la economía capitalista por la economía socialista y alejarse definitivamente de la órbita de influencia de Estados Unidos.

Entre 1880 y 1946 gobernaron la Argentina el conservadorismo y el radicalismo. Se podría efectuar una comparación con los republicanos (los conservadores) y los demócratas (los radicales). Pese a sus diferencias, en lo esencial coincidían en respetar el contenido axiológico de la constitución de 1853. En 1946 se hizo cargo de la presidencia Juan Domingo Perón que en 1949 instauró una nueva constitución, un texto constitucional que hablaba, por ejemplo, de la función social de la propiedad, el capital y la actividad económica. Su concepción de la “comunidad organizada” y su idea “movimientista” se alejaban bastante del clásico sistema de partidos que imperaba hasta entonces. Pero a diferencia de Chávez, Perón no se propuso reemplazar el sistema capitalista de producción por otro de índole socialista, como lo intentó hacer Chávez. Porque en el fondo, Perón no fue más que un conservador popular que tuvo la visión de incorporar a la clase trabajadora a la política. Se podría colocar a Perón entre el sistema bipartidista clásico occidental y el chavismo. Perón fue un poquito “antisistema”, nada más. Con el correr del tiempo el peronismo se dividió en dos grupos antagónicos: el peronismo de derecha y el peronismo de izquierda. El peronismo de derecha enarbolaba las ideas medulares de Perón pero jamás abjuró del sistema económico capitalista. Es precisamente este peronismo el que es enaltecido por Botana en su artículo. El otro peronismo fue realmente una fuerza “antisistema”, como el chavismo. Los montoneros, por ejemplo, pretendieron instaurar en el país una suerte de socialismo nacional, antitético del capitalismo prooccidental. La pregunta que cabe formular es la siguiente: ¿el kirchnerismo es ideológicamente afín a los montoneros, es decir, al peronismo de izquierda de los setenta? Creo que no lo es. Ni Néstor Kirchner ni Cristina Kirchner pretendieron desde la presidencia modificar radicalmente el sistema económico, como lo pretendieron hacer los montoneros. Lo único que hizo el matrimonio K es devolver al Estado su poder de intervención en la economía y nada más. Pero fue suficiente para hacer estallar de furia al orden conservador que, astutamente, se encargó en los últimos tiempos de hacer del kirchnerismo la continuidad del montonerismo, lo cual es una tremenda falsedad histórica. Aunque Botana no nombre a los montoneros, en su artículo parece insinuar que Cristina fue algo parecido a Norma Arrostito. Todo vale, en última instancia, si ayuda a exterminar a la “plaga kirchnerista”.

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