Por José Luis Milia.-

Argentina, mi patria, es un país que hace cuarenta años se desplaza en un Sahara de espejismos. Hoy, ya ni siquiera nos importa si el oasis o el agua son verdad, sólo nos movemos, mansamente, por el reiterado ensueño que nos han hecho creer.

Repetidamente contada, una nueva y mentirosa Mil y Una Noches ha condicionado a los argentinos a creer que todo son derechos y nada es obligación, que lo esencial se consigue reclamando y no trabajando y han sido convencidos por los despreciables cuentistas de turno que una riqueza es perdonable si es producto de la corrupción política y del consecuente latrocinio pero si una fortuna equivalente ha sido lograda a fuerza de sudor e inteligencia, todo el poder del estado debe ser dirigido contra ella para mermarla y repartirla, aunque sólo migajas lleguen a los pobres que ellos dicen amar.

Y así, aunque los argentinos seguimos esperando que el relato que nos cuentan se convierta en realidad, una nueva fábula disfraza la repetida mentira y nosotros, con mansedumbre de bueyes, seguimos en nuestro desierto elegido sin importarnos que la pobreza siga creciendo a niveles africanos; que el manejo de la salud pública, a la que la corrupción ha cargado de muertes evitables, empeore día a día; que la educación pública está en manos de rufianes iletrados y la seguridad es sólo para aquellos que puedan pagarla.

Mientras transitamos nuestro desierto, que no es el Sinaí porque no hay tierra prometida al final, mientras hacen que sigamos viendo tramposos espejismos, nuestra única realidad es el fracaso. Ha conseguido, el “nazional” populismo peronista, no olvidemos sus orígenes, a partir de su ineptitud manifiesta y su afán de saqueo llevarnos a un nivel inaudito de decadencia, pero también ha conseguido -con sus piedras, palos y piquetes- convencer a un pueblo adocenado y cobarde que sólo ellos pueden ser gobierno en Argentina.

Ellos, ese peronismo estrafalario en su fanatismo y grotesco en su ideología, con su repetido cuento de “vivir de lo nuestro” y repartir lo ajeno, ha sido la gran causa de la decadencia, el empobrecimiento, el aislamiento y la insignificancia cada vez mayor de la Argentina a nivel mundial; una Argentina que, al ser dirigida por este hato de malhechores -y las pruebas están al canto- ha decidido expulsar a todo aquel que desea progresar, ser propietario o que se le reconozcan sus méritos, es decir, a lo mejor de la Argentina.

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