Por Luis Américo Illuminati.-

Exordio

Leviatán (liwyātān en hebreo) es el nombre que la Biblia concedió a uno de los tantos monstruos que pueblan el Antiguo Testamento, como Tannin, Rahab y Behemoth. Se cree que el vocablo liwyātān significa “el que se enrosca». Aunque fue en el libro de Job (Cap. 41, vers. 25) en donde se describe al Leviatán como un animal marino que domina los mares y que se representa como una enorme ballena, un pez gigante y dentado, un cocodrilo, un dragón o un animal de cuello largo que emerge de los mares a la manera del monstruo del Lago Ness. Thomas Hobbes decidió representar al Leviatán en un hombre. En la primera edición de su obra en 1651 decide incluir una pintura de un rey compuesto de hombres que lleva una corona, un cetro en su mano izquierda y una espada en su mano derecha.

En el caso puntual del Leviatán kirchnerista se trata de una bestia antediluviana surgida en el sur patagónico que tiene piel de serpiente, cabeza de cerdo, cuerpo de rinoceronte y patas de avestruz. Menem y Duhalde le proveyeron alas de dragón y lengua de oso hormiguero. Desde sus primeros pasos demostró tener un apetito insaciable de dinero y poder para adueñarse del Estado. El Leviatán peroncho-montonero logró en 20 años cambiarle la cara a la Argentina, aquel mujerón que aparecía en las monedas y billetes emitidos por el Banco Central de la República -hay un busto de ella en el Salón de Actos de la Casa Rosada-, hoy sustituida por una pobre bataclana a la que nadie hace caso y pide limosna a la salida del teatro.

Desarrollo y características biomórficas del esperpento «K»

El esperpento es una técnica literaria creada por Ramón del Valle-Inclán la cual se distingue por examinar una deformación sistemática de la realidad, acentuando sus atributos grotescos e incoherentes ahí donde los animales y las cosas se humanizan mientras que los seres humanos se bestializan. Los personajes del ciclo esperpéntico son seres segregados, lóbregos y deformes, quienes poseen, empero, la perspicacia del bufón. El autor esperpéntico funciona como un demiurgo que interviene en la situación caótica, descubriendo los elementos grotescos como un trastorno o síndrome de identidad.

Como lo ha señalado puntual y certeramente Erich Fromm, quien ejerce el poder o quienes lo desean tienen una personalidad débil ya que necesitan del sujeto dominado para completar su vacío existencial por estar atrapados en una inmanencia que los hace preocuparse únicamente en su propio bienestar. A esta altura de la cruda realidad argentina y frente al irreversible fracaso de la clase política «argentoide» -falsificación de lo argentino- resulta una sandez creer en la teoría del “servidor público”, representante del pueblo que supuestamente defiende intereses en abstracto, ya que en realidad se trata de sujetos que defienden intereses sectoriales, además de los suyos propios. Son sujetos «pragmáticos» para los cuales las personas son medios y no fines, mantienen al vulgo en la ignorancia para consolidar un poder absoluto que les asegure su enriquecimiento. Su mediocridad, hipocresía y egoísmo consuetudinarios les impide realizar acciones desinteresadas y altruistas, carecen de vocación de servicio, de sacrificio y de amor a la patria o al prójimo. Están más cerca de Judas que de Jesús o San Francisco de Asís.

Son seres que fácilmente un antropólogo que mire el panorama imparcialmente los podría definir como viles mercaderes del templo por tratarse de individuos nacidos para satisfacer una ambición ilimitada como los Kirchner. Son pigmeos mentales que toda su vida han soñado escalar y ser ministros o equivalentes solo para satisfacer sus malas inclinaciones que jamás se toman el trabajo de abrir caminos con ideas liberales de fondo. Sus perfiles están en las antípodas de los bomberos voluntarios, ¿cómo lo van a ser si son pirómanos sociales? La mayoría de ellos ocupan una banca para practicar un psitacismo ocioso y desquiciante y cobrar un salario astronómico mientras el pueblo nada en la pobreza y la miseria. El poder ejercido en esta forma se opone al amor tal como lo explica magistralmente Tolstoi en The Law of Love and the Law of Violence (La Ley del Amor y la Ley de la Violencia) y en el mismo orden de ideas Ronald V. Sampson en The Psichology of Power (La Psicología del Poder) donde ilustra sus ideas contraponiendo la figura de Jesús a la de Hitler.

La exacerbación y adoración del poder político que se manifiesta en grado creciente en el uso y abuso de la fuerza enquistada en instituciones que conculca y pisotea los principios básicos de una sociedad abierta. El avance de un Leviatán o Gólem de esta índole prepara el camino para el atropello a los derechos de las personas en un clima del acostumbramiento a la dependencia y a la reverencia al poder. De este modo, al decir de Alberto Benegas Lynch (h), los individuos abandonan su condición humana para transformarse en autómatas o más precisamente en una pestilente y amorfa masa de carne que obedece ciegamente al líder puesto que no alcanza a comprender la diferencia sideral entre la autoridad moral y la autoridad impuesta que le han enseñado a reverenciar para convertirse en aplaudidor oficial.

Un poder ejercido así sofoca la voz espontánea del ciudadano y la sustituye por el pensamiento único colectivo. Así, el hombre masificado deja de tener auténtica voz para expresarse y se pliega al acatamiento a ciegas. Es por este motivo que la persona cuando opera en el terreno político se suele identificar como “militante”, una palabra agraviante que indebidamente se extrapola a lo civil: deriva de la cadena de mandos, de la obediencia debida y del ámbito militar, lo cual obviamente no tiene relación alguna con lo civil propiamente dicho (lo no castrense).

Este proceso decadente y maloliente, fruto del paisaje desolador descripto solo puede revertirse en la medida en que aparezcan personas con coraje y honestidad intelectual y que se pongan de pie para defender a rajatabla sus autonomías individuales y la de su prójimo y asuman de esta manera su condición de humanos, a saber, mostrar aprecio por lo más precioso de sus facultades: la capacidad de decidir, de elegir su destino y asumir las correspondientes responsabilidades. Se debe rechazar y no acatar toda deformación que contraríe los principios del Estado de derecho si se desea vivir en libertad y en democracia (autor citado).

El nuevo bárbaro o militante peronista-kirchnerista es el típico hombre-masa, cuya esencial tipología vital trazó Ortega y Gasset, que se declara en rebeldía contra toda instancia o norma superior y cuya hegemonía sólo puede conducir a la degradación de la cultura y a la barbarie. Factores que inexorablemente conducen al despotismo demagógico, el cénit del avance del totalitarismo con piel de populismo.

En la «ausencia de los mejores» diagnosticó Ortega en «España invertebrada» una de las causas del quiebre histórico de su patria, en «La rebelión de las masas», señala la otra cara de la misma moneda, la raíz del mal político y colectivo. El remedio solo podía estar en el retorno de los mejores -el caballero digno del autor de Don Quijote de la Mancha- y en la voluntad de las masas de seguir un comportamiento cívico contrario al politicismo y relativismo cultural que conspiran contra el Estado de derecho y el bien común.

Bernard de Jouvenel en su libro «Sobre el Poder» incluye un capítulo titulado “Democracia totalitaria”. Allí explica que cuando se valora el Estado de Derecho, se deben realizar esfuerzos para evitar la concentración de poder. No obstante, las teorías del “bienestar general”, que se basan en la supuesta infalibilidad de la «voluntad popular», construyen el camino hacia la legitimización de una sucesión de demagogos y dictadores con poderes ilimitados. Bertrand de Jouvenel concluye que cuando la democracia se convierte en un fin, y no simplemente en un medio, ésta logra manifestarse en sus formas más repugnantes y suele conducir a una concentración de poder propia de un totalitarismo redivivo.

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