Por Ovidio Winter.-

Basta con repasar cualquiera de los hechos cotidianos ocurridos en los últimos 2 o 3 años para detectar que vivimos un paupérrimo y permanente momento político. Las ideas, las propuestas o los reclamos están muy alejados del lenguaje erudito, cultivado o civilizado. La chicana es el lugar común adonde convergen los de uno u otro lado de la grieta para lograr golpes de efecto ante una sociedad anestesiada que acompaña el juego tomando partido por uno u otro.

El nivel de verbalización, de lo que fuere, en tanto esté relacionado a cualquier asunto pendiente o próximo a suceder es tan pobre que no deberíamos sorprendernos cuando los fríos números nos muestran lo mal que estamos o lo bajo que hemos caído.

Entonces, si el gobierno lleva al Congreso el Presupuesto anual para su debate y aprobación (no voy a entrar a considerar si es bueno o malo, es un presupuesto), la oposición lo tildara de mamarracho y a su turno, el jefe de la bancada oficialista (cerrando el debate preliminar previo a la votación), no tendrá mejor idea que victimizar la posición oficial lanzando acusaciones, reproches viejos (que no venían al caso), para terminar pidiéndole al Presidente de la Cámara que “concluyera de una vez con el debate, así terminaba este show” dando una clara muestra de que lo que menos le interesaba era que se llegara a un acuerdo.

El final todos lo conocemos, y lo padecemos, estamos inmersos en una guerra de chicanas, lanzadas por gente irresponsable a la que sólo parece importarle ganar una partida, no el país. Dime con qué políticos cuentas y te diré a qué país podrás aspirar.

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