Por Roberto Fernández Blanco.-

Entre los escritos de Karl Marx, ya avanzada la década del 1870, llamó la atención una expresión en verso copiada por él en uno de sus borradores:

The value of a thing – is what it brings (El valor de una cosa es lo que ella brinda).

He modificado un poco el texto para darle más consistencia:

The value of a thing is for me- what it brings me.

(El valor de una cosa es -para mí- lo que ella me aporta).

Para ese entonces Karl Marx ya estaba advertido de que se derretía su teoría del valor trabajo y su derivado, la explotación por plusvalía, paralizándolo en su intención de completar siguientes publicaciones de su obra El Capital.

Comprobar la validez de la Teoría de la Utilidad Marginal en el accionar de las personas es sencillo y obvio.

Es éste el concepto que dio a luz esta teoría que representa el “natural comportamiento de la especie humana”, la de la cooperación espontánea y el libre intercambio de bienes y servicios.

En un almuerzo en mi casa con unos amigos tomé uno de los cuchillos de diseño especial para cortar fiambres y ofrecí dárselo a uno de ellos a cambio de algo que llevaba consigo, una lapicera de lujo.

La respuesta fue “¿para qué querría ese cuchillo si no suelo comer fiambres tal como tú lo haces?” No me es de “utilidad” alguna.

Se lo ofrecí de similar manera a otro de los amigos que sí gustaba y solía disfrutar de fiambres. La respuesta fue: “Tú sabes que ya tengo uno y no necesito otro. Me resultaría de escasa utilidad y de poca importancia, o sea de “utilidad marginal prácticamente nula”.

Esta es la ley natural en la especie humana, la del libre intercambio de bienes y servicios que funciona según los deseos y necesidades de cada uno.

Pretender regular o controlar este proceso es dañarlo, ralentizarlo, hacerlo menos eficiente y más costoso, incluido el inútil costo de instalar la engañosa farsa populista de “precios cuidados” montando una estructura de burócratas politizados para ejercer el poder de policía sobre un mecanismo que funciona bastante bien de manera natural.

Y respecto de aquel que pretenda alterar arbitrariamente el mecanismo de libre intercambio contra los deseos y acciones naturales de las personas, será la institución judicial la encargada de preservar la armoniosa y espontánea interacción de las personas y el cumplimiento de los acuerdos.

En síntesis, nadie intercambia un auto amarillo por otro exactamente igual, amarillo, de igual marca y modelo y con idénticos componentes.

Para que el intercambio se realice espontáneamente ambas partes deben tener algún interés particular que los diferencie y justifique la operación, tal como que ambos autos difieran en su color y la preferencia de uno sea el amarillo y la del otro el azul.

Volviendo a Karl Marx (1818-1883), habitando en Londres desde 1849, luego de publicar en 1867 su libro El Capital, alejándose de su etapa combativa y estando decidido a completar su obra, quedó advertido de las falencias de su Teoría del Valor Trabajo y Explotación por Plusvalía y consecuentemente paralizado por la contundencia de la Teoría de La Utilidad Marginal que le llegó del entonces cercano economista inglés William Jevons (1835-1882) de la UCL -University College of London, autor de la conocida “Paradoja de Jevons”, quien -casi simultáneamente con Carl Menger (1840-1921) y León Walras (1834-1910)- dio a luz la Teoría de la Utilidad Marginal (la Revolución Marginalista).

Dada la contundencia de esta teoría de la Utilidad Marginal, los otros tomos de El Capital no fueron completados ni publicados por Karl Marx sino que son una recopilación de sus escritos publicados a posteriori de su muerte por su compañero de ruta y sostén económico Friedrich Engels.

Recordemos que una Ley de La Naturaleza implica un hecho científico que representa un proceso natural de cumplimiento espontáneo y riguroso no forzado. El mejor ejemplo es el de la Ley de Gravedad.

Karl Marx escribió, en su juvenil e impetuosa edad de 30 años, el Manifiesto Comunista, creído entonces haber descubierto la ley natural de las transformaciones sociales explicitadas en base a su Teoría del Valor Trabajo y de lo que caratuló como Explotación por Plusvalía.

Puesto que la validez de toda teoría debe quedar científicamente convalidada por los hechos, de haber sido acertada su teoría y su consecuente profecía de cambio social estimada científica, debería -a esta altura- haber generado una auténtica “Revolución”, entendiéndose como tal un importante salto evolutivo, productivo y positivo, reflejado en un significativo y desplegado aumento de prosperidad y bienestar colectivo.

Al ser demostradamente errónea, su teoría generó (y sigue generando) el efecto contrario, “Involución”, tal como lo confirman los hechos que se van sumando (particularmente en Latino América) dado el recurrente -y sin excepciones- fracaso donde se ha impuesto el socialismo provocando una inexcusable regresión social hacia la época de Karl Marx del siglo XIX, la del aumento de la pobreza y de las villas miseria reflejadas en “Les Miserables” de Víctor Hugo (1862), multiplicando el lumpen (indigentes) social del que se alimenta y perpetúa -en sus infames privilegios- la resentida, rencorosa, corrupta y destructiva avanzada del lumpen proletariat, esa que se encarama al grito de “vamos por todo”.

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