Por Hernán Andrés Kruse.-

Atemorizar al electorado ante un eventual triunfo del adversario. Presentarlo como un enemigo impiadoso, cruel, sanguinario. Se trata de una estrategia electoral muy antigua. La apuesta por el miedo ha sido ejecutada desde siempre por los competidores políticos para manipular al electorado en beneficio propio.

El peronismo es, qué duda cabe, un experto en el “arte” de aterrar a los votantes para garantizar la victoria. Conscientes de la posibilidad de una derrota en las elecciones presidenciales sus principales espadas no dudaron en apostar por el miedo para intentar torcer el curso de los acontecimientos. Entrevistado por “Radio El Destape”, Axel Kicillof expresó: “La evaluación de la derecha es aplicar el ajuste, quitar derechos, restringir oportunidades, concentrar riqueza y tercerizar recursos”. “Cuando se presentó Macri y ganó, lo camuflaron; pero ahora está explícito, arriba de la mesa”. “La derecha busca que los trabajadores naturalicen una pérdida de ingresos rotunda. Olvídense que esto va a suceder en Argentina, acá hay peronismo”. “En 2015 la llamaban la campaña del miedo. Pero ahora dicen de manera descarnada lo que van a hacer. Ya no es campaña del miedo, es miedo directamente”. “La militancia tiene que estar de pie y en alerta para seguir profundizando las conquistas y evitar algo que se presenta como una tragedia”. “Despersonalizan a los empleados públicos y les quitan su carácter humano: sin maestros, enfermeros, médicos, policías y bomberos. Eso es lo que propone la derecha y no tomamos dimensión del peligro que significa. En una situación compleja que genera mal humor y desesperanza su respuesta es dinamitar todo” (fuente: Infobae, 27/6/023).

Días más tarde, el precandidato presidencial por Unión por la Patria, Sergio Massa, afirmó en diálogo con Radio 10: “Me gustaría que haya sinceridad en la dupla Bullrich-Milei a la hora de plantear ajuste con represión. Que les digan a los trabajadores de Aerolíneas Argentinas que van a cerrarla, o que van a privatizar Aysa”. “Los que me acusan de dialoguista son los mismos que pasaron por 13 partidos distintos… ¿Cuál es Bullrich, la de Montoneros, la que estaba con Carlos Menem, la que estaba con Elisa Carrió, la que trataba a Mauricio Macri de delincuente?” “No me meto en la interna de los demás, pero en ambos espacios tenés a dos personas distintas que fueron parte del mismo esquema a la hora de descontar el 13%; a mí me tocó devolverlos”. “Por más que nos quieran convencer de que este es un país condenado a la derrota, al ajuste y la represión, tenemos la obligación de unirnos. Más que en la interna, como pasa en otras fuerzas políticas, nuestra fuerza tiene que estar en la gestión” (fuente: Infobae, 10/7/023).

El mensaje no admite ningún tipo de duda: “si gana la derecha habrá ajuste y represión. Nosotros hemos cometido errores pero siempre situamos en la cima de nuestra escala de valores los derechos de los trabajadores. Reconocemos que la situación es complicada pero si continuamos en el poder todo mejorará. Confíen en nosotros. Recuerden: somos los únicos capaces de garantizar paz y prosperidad. En la vereda de enfrente aguardan agazapados los enemigos de la clase trabajadora, quienes no dudarán un segundo en reprimir a mansalva con tal de imponer el ajuste inhumano”. Esté donde esté, Carl Schmitt debe estar celebrando con champagne la estrategia del miedo implementada por el oficialismo. También Carl von Clausewitz, aquel militar prusiano que definió a la guerra como la continuación de la política por otros medios.

En la vereda de enfrente el mensaje también tiene un tono bélico. Patricia Bullrich es su abanderada. No se cansa de afirmar que el cambio que se viene tiene que ser drástico, sin anestesia. No se pueden seguir tolerando los cortes de rutas, los piquetes, las constantes transgresiones a la ley. Ramiro Marra, candidato de Milei a jefe de gobierno porteño, no ha dudado en calificar a los líderes piqueteros de delincuentes, merecedores, por ende, de un castigo ejemplar. Como puede observarse, el debate de ideas brilla por su ausencia. La campaña electoral que ha comenzado será un festival de golpes bajos, amenazas sutiles y no tanto, insultos, agravios y demás yerbas. En ese sentido, tanto el oficialismo como la oposición son coincidentes en la subestimación intelectual del pueblo.

A continuación paso a transcribir partes de un interesante ensayo de los profesores de la Universidad de Guadalajara (México) Andrés Valdez Zepeda, Delia a. Huerta Franco y Octavio a. Pérez Preciado, titulado “El miedo como estrategia ganadora: el caso de la elección presidencial en México, 2006” (Revista de Ciencias Sociales 2014-Universidad de Costa Rica).

El miedo como estrategia electoral

“Desde tiempos inmemorables, la creación de miedo entre la población, con fines de control y disuasión, ha sido una estrategia muy común usada en la política. Lo mismo ha sido utilizado en sistemas políticos autoritarios, totalitarios o democráticos. En el pasado, la usaron los romanos, tanto para cohesionar a sus ejércitos ante el peligro de la división interna que los hacía vulnerables o para atemorizar a sus enemigos. Napoleón acudió a la estrategia de simulación de “miedo” para engañar y hacer creer a sus adversarios de su supuesta debilidad militar, lo cual fue utilizado como estrategia de guerra. Después, los usaron los grandes dictadores como Hitler, Mussolini, Stalin y Franco para atemorizar a la población e imponer sus decisiones e intereses. Actualmente, bajo sistemas democráticos modernos, se acude también al artilugio del miedo para ganar votos y acceder a puestos de elección popular. En el 2004, por ejemplo, George W. Bush lo usó como estrategia central de campaña para ganar la elección presidencial en los Estados Unidos de Norteamérica y reelegirse por cuatros años más.

Como instrumento de control, el miedo es una estrategia muy antigua, utilizada no solo por políticos sino también por las diferentes religiones, creando distintos y perniciosos “diablos apocalípticos”, de quienes ellos aseguran dar protección o salvación. De esta forma, han logrado afianzar la religiosidad de millones de individuos. En América latina, bajo los regímenes dictatoriales del siglo pasado, se impulsó el miedo como política de Estado, para controlar y embelesar a la población. De esta forma, se realizaron verdaderas campañas de terror para hacer que la población se atemorizara a través de diferentes amenazas y hechos represivos. Su propósito fue influir o determinar la conducta política de las masas mediante amenazas explícitas o implícitas y actos de terror, como las detenciones, las desapariciones y los asesinatos de luchadores sociales.

En los últimos años, las estrategias del miedo han sido utilizadas en la región, principalmente por la derecha, para tratar de evitar, muchas veces sin éxito, que la izquierda latinoamericana asuma posiciones de poder público. Bolivia, Venezuela, Perú, Brasil, Nicaragua, Costa Rica, Argentina, Uruguay, Chile y Guatemala son solo algunos ejemplos de naciones donde las estrategias del miedo han sido utilizadas recurrentemente, durante las campañas por los grupos más conservadores. En México, el miedo también ha sido usado como estrategia electoral. Porfirio Díaz, por ejemplo, apelaba a la continuidad y permanencia de su “paz porfiriana”, que según decía, había permitido el desarrollo económico y la modernización del país. En tiempos recientes, Ernesto Zedillo Ponce de León ganó arrolladoramente la elección presidencial en 1994 explotando el miedo de la población de que la violencia política pudiera generalizarse, después de los arteros asesinatos de Luis Donaldo Colosio y de Francisco Ruiz Massieu, así como del levantamiento armado de los indígenas en Chiapas.

En su momento, Francisco Labastida Ochoa, entonces candidato del PRI a la Presidencia de la República, también acudió al expediente del miedo para tratar de evitar que Vicente Fox ganara la elección en el año 2000 (cosa que no sucedió), argumentando que si la oposición conquistaba la presidencia, se generaría un desastre económico, pérdida masiva de empleos, una fuga general de capitales y el cierre de muchas dependencias públicas como el Instituto Mexicano del Seguro Social, Petróleos Mexicanos, la Comisión Federal de Electricidad y el Instituto Nacional de Geografía e Informática, entre otros, además de que se pondría en peligro, según decían, la educación pública (cosa que tampoco sucedió). En la campaña presidencial del 2006, el PAN empleó la estrategia del miedo para ganar la elección, presentando a Andrés Manuel López Obrador como “un peligro para México”. De esta forma, el equipo de estrategas de Calderón articuló su campaña con base en la generación de miedo entre la población, lo cual les resultó muy efectiva. Los múltiples spots publicitarios del PAN en radio y televisión, así como, las diferentes presentaciones públicas de su candidato, señalaban insistentemente que “si ganaba López Obrador los mexicanos perderían el empleo, la casa y, hasta, el auto, sobreviniendo una crisis económica de magnitudes mayores”, como había pasado durante los gobiernos de José López Portillo (1976-1988) y al finalizar el de Carlos Salinas de Gortari (1994).

De esta manera, se presentó a López Obrador como “un peligro para México”, quien ahuyentaría la inversión y las oportunidades de desarrollo económico. Además, como pasó en Perú, en la pasada elección presidencial, en la intensa y diversa publicidad política de Calderón, se ligaba despectivamente a López Obrador con el presidente Hugo Chávez de Venezuela, a quien se le señalaba como un gran dictador, causante del creciente empobrecimiento y miseria de su pueblo. La llamada por los panistas como la campaña de contraste, no fue más que una campaña para influir miedo entre la población, con trazos y argumentos fascistas muy similares a los usados por George W. Bush en la elección de 2004, en los Estados Unidos de Norteamérica. En esta campaña, los consultores internacionales especializados en campañas negativas jugaron un papel relevante como parte del equipo de Calderón. Su estrategia central consistió en generar temor y dudas, principalmente entre las clases medias y altas de la población, para tratar de evitar que apoyaran al candidato de la coalición “Por el bien de todos”, quien prácticamente durante la mayor parte del proceso electoral encabezó las encuestas y sondeos sobre preferencias electorales”.

Su articulación estratégica durante las campañas

“Toda campaña electoral exitosa articula sus estrategias no solo con base en sus propuestas, ideas y proyectos de nación, sino también tomando en consideración la movilización de las emociones (principalmente el miedo) de los electores. Por un lado, miedo a que las cosas empeoren, a que se pierda lo que se tiene, se atente en contra del sistema de valores y creencias establecidas; es decir, la estrategia electoral se centra en comunicar y hacer sentir a los votantes que si los opositores llegan al poder, destruirán, acabarán y amenazarán tanto el sistema de creencias, valores o propiedades y generarán problemas a la estabilidad y el confort que hasta ahora se tiene, poniendo en riesgo el futuro del país.

Apelar al miedo es propio -aunque no exclusivo- de campañas electorales de partidos en el poder y también lo hacen los partidos y candidatos que están en la oposición. El voto del miedo parte de un modelo muy sencillo. Primero, se analizan cuáles son los temores, amenazas, riesgos, preocupaciones, miedos y peligros más sentidos y percibidos por los electores, como pueden ser los casos del miedo al terrorismo, a la debacle económica o a la criminalidad. Segundo, se priorizan los temores y se determina la forma en que puede ser planteado, electoral y estratégicamente hablando. Tercero, se evalúa y determina la experiencia que los electores han tenido en procesos electorales pasados respecto de estos temores prevalecientes, con el fin de determinar la pertinencia, la modalidad y la oportunidad del planteamiento estratégico. Cuarto, como parte de la estrategia publicitaria, se presenta la situación temible como algo que requiere una especial atención, debido a que el futuro depende de la superación de esa amenaza. Quinto, se vincula a los opositores con los riesgos y peligros presentes en la coyuntura electoral, los cuales han sido percibidos y catalogados en importancia por los electores. Sexto, se presenta la alternativa propia como la única que garantiza proveer una solución eficaz a la amenaza. Séptimo, se evalúa el efecto de la campaña y su cobertura mediática en la conducta y el comportamiento de los electores. Octavo, se realiza una retroalimentación del proceso y en caso necesario, se hacen las adecuaciones y mejoras pertinentes. Al impulsar este tipo de campañas, es importante tomar en consideración la credibilidad de las fuentes informativas y la cobertura mediática que se haga de la misma. También, es pertinente cuidar que este tipo de campañas no genere el efecto bumerán, porque al no lograr la gestión adecuada, los resultados pueden ser contraproducentes para sus impulsores.

Hoy, las estrategias proselitistas centradas en el miedo son muy utilizadas, tanto por partidos de derecha como de izquierda. Por ejemplo, durante la elección primaria para nominar al candidato a presidente de los Estados Unidos de Norteamérica en el 2008, por el Partido Demócrata, Hillary Clinton apeló al miedo como estrategia política cuando señaló que “la red terrorista Al Qaeda vigila las elecciones estadounidenses. ¡No corramos el riesgo de elegir a un presidente sin experiencia! Sin embargo, este tipo de campañas también pueden ser utilizadas por la izquierda. De hecho, varios candidatos a la presidencia postulados por partidos de izquierda, en distintos países de América Latina, han centrado su estrategia en explotar los temores y fobias de los electores. Su argumento central se nutre de los siguientes razonamientos: de llegar la derecha al poder, se perderán las prestaciones laborales y las conquistas sociales; se entregarán los recursos naturales y estratégicos a las empresas multinacionales; se pondría en riesgo el estado laico; aumentará la corrupción, el desempleo, la inseguridad pública y el aumento de los precios a productos básicos (leche, tortilla, gasolina, etc.); se pondría en riesgo la educación pública y se conculcarán las libertades democráticas (se criminalizará la protesta social y se atentará en contra de las garantías constitucionales).

En fin, el voto de miedo es una estrategia política ampliamente utilizada durante las campañas electorales. Este tipo de estrategias se inscribe dentro de lo que se llama las campañas negativas que parten del principio de que es posible incrementar el interés, la atención y la persuasión de un anuncio, a través de la apelación al miedo y de que los anuncios con alto contenido emocional originado por una amenaza, tienen efectos más profundos y duraderos en el cambio de actitud, los cuales están vinculados con la conducta”.

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