Por José Luis Milia.-

No nos confundamos, no es éste el relato de la bète noire de Gevaudan que, según las crónicas del siglo XVIII se comió a más de doscientas personas en esa comarca de la Occitaine. No, él cuento de esta presunta Bestia Negra sucedió, hace cuarenta años, en unas islas del Atlántico Sur, según lo refiere Sir Hugo Alconothing Moon que es el fabulista de marras y, aunque no se comió a nadie ahí, algunos de los “algas” que allí vivían le contaron que los mordiscos les pasaron cerca.

La Bestia Negra de marras tenía la particularidad de hablar tres idiomas y, según uno de los “algas” que lo trató, tenía una sólida formación académica. Había llegado a las islas como traductor; esa era su sola y única misión, lo de la policía militar y el contraespionaje es una leyenda acuñada por los “algas” para asustar a sus hijos indóciles o hacerse pagar terapias por stress post traumático; en verdad, quienes se encargaban de esos menesteres eran otros; aun así, su aspecto- siempre según lo que los “algas” le contaron a Sir Hugo -era aterrador. Exigía comida, pateaba puertas y en sus momentos de furia expresaba que lo mejor que se podía hacer con los “algas”… era un puré de algas.

Hasta allí la fábula, vamos a los hechos de un artículo espurio y falaz. Quien es apodado la bestia Negra -hoy sin posibilidad de defenderse pues murió hace veintidós años- era el Mayor del Ejército Argentino Douglas Patrick Dowling. Quienes cuentan sus “peripecias”- fusiles en la cara de una niña, trompadas en el estómago de un “tranquilo habitante” que hablaba permanentemente por radio con la flota inglesa y se comidió a llevar el mensaje de rendición enviado por el jefe inglés, más otros tantos que disponían de radios y se comunicaban cotidianamente con el enemigo, “vuelos de la muerte” como si al Ejército le sobrara combustible- son los habitantes de Malvinas; quien le pone letra, agregando lo único que es verdad en el artículo, un lúgubre paisaje de guerra, es el periodista “argentino” Hugo Alconada Mon.

No cabía esperar otra cosa de él, desde hace dos mil años siempre hay treinta denarios de plata para pagar traidores. En un artículo anterior se esforzó en mostrar a los jefes militares argentinos, en plena guerra, como unos coimeros, pero al escriba lo ganó un medroso silencio cuando el coronel Florencio Olmos- que había prestado servicios en el Estado Mayor Conjunto en 1982- lo conminó a dar precisiones y nombres al respecto.

Todos los artículos que Alconada Mon ha escrito para “recordar” el cuadragésimo aniversario de la batalla de Malvinas- la batalla porque la guerra no ha terminado- rezuman una baba desmalvinizante que, si bien es acorde con la política de desarme e indefensión que la Argentina ha llevado desde 1983 es en el fondo, y esto es lo miserable de sus escritos, una negación de la gesta, una ofensa a los caídos y un desprecio a los veteranos y a todos los que llevamos a Malvinas clavada en el alma.

Quizás Alconada Mon haya escrito esta saga lamentable esperando que un nuevo premio internacional llegue a sus vitrinas, quizás lo hizo porque deba pagar alguna membresía internacional de “periodistas detectives”, o quizás, porque la admiración que siente por otro Judas, el “perro” Verbitsky, lo haya llevado a eso. La verdad está en su conciencia y solo él la conoce, pero debería tener muy presente la frase del procónsul Quinto Servilio Cepión ciento setenta y cinco años antes de que los treinta denarios se pusieran de moda: “Roma no paga traidores”.

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