Por Luis Américo Illuminati.-

«La verdad que libera a los hombres suele ser la que no quieren oír» (Herbert Agar)

¿Quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos? Estas tres cosas los argentinos aún no las tienen claro. Hemos roto la brújula que nos dejó el Padre de la Patria y la consecuencia es que no sabemos dónde están los puntos cardinales de la decencia y la grandeza; hemos perdido el verdadero sentido de la vida humana. Una gran mayoría de argentinos actúan como Poncio Pilato que ironizó sobre la verdad cuando Jesús le reveló su verdadera naturaleza y su misión, respondiéndole ante su inquisitoria: «Para eso he nacido, para dar testimonio de la verdad», luego se lavó las manos y dejó que los fariseos decidieran la suerte del Hijo de Dios, su crucifixión.

Nuestro país está condenado no al «éxito» como dijo el expresidente Duhalde, frase que ha pasado a ser una triste ironía, una divisa del peronismo mutante, cuyos dirigentes al fracaso le llaman éxito. A decir verdad, en todo caso habría que decir que la Argentina está condenada a que la paz no sea realidad sino una quimera. Han transcurrido 70 años desde la caída de Perón quien apremiado por los graves sucesos que conducirían a una guerra civil, marchó al exilio -para otros huyó- y regresó definitivamente el 20 de junio de 1973 -Día la Bandera- una jornada en que todos los argentinos, jóvenes y viejos, tenían la esperanza que por fin la paz y la unión reinarían en la Argentina. Desgraciadamente ese día fue una fecha que se la llamó la «masacre de Ezeiza», una jornada que casi fue la chispa de una guerra civil. Adiós la paz y la unión de los argentinos, como lo quería el autor del Martín Fierro. La paz se esfumó como el humo, y la unión duró lo que dura un suspiro. El fanatismo y un cúmulo de ambiciones desmedidas entre los mismos peronistas logró que no hubiera un solo día de paz y tranquilidad hasta que en 1976 las Fuerzas Armadas irrumpieron forzosamente para evitar una inminente guerra civil. Recuperada la democracia el peronismo le hizo tantos paros a Alfonsín que frustró toda posibilidad de sacar a flote la alicaída economía. De la Rúa se vio obligado a renunciar por los desórdenes que armó el peronismo, y la crisis más se agravó con Duhalde que la jugó de árbitro del partido hasta que llegó al poder Néstor Kirchner. ¿Hace falta decir que éste hizo de su gobierno un negocio particular, al punto tal que se adueñó de los fondos públicos que pasaron a llenar sus cajas fuertes? Lo sucedió Cristina que pasó a ser la dueña de todo, copó la banca y así hace 20 años que el odio y la corrupción van de la mano, lo cual ha llevado a una grieta tan grande y un desquiciamiento que hacen imposible alcanzar la paz con que sueñan los argentinos de buena voluntad.

Nos hemos quedado sin metas y, por tanto, sin caminos.

“El hombre al ser puro y continuo hacer, estar haciendo, es puro movimiento que va atraído por una meta. Y (…) acontece que esa entidad hombre, cuya única realidad consiste en ir hacia un blanco, de pronto, se queda sin blanco, y sin embargo, teniendo que ir, que ir siempre. ¿Dónde? ¿Dónde ir cuando no se sabe dónde? ¿Qué vía tomará el desviado? ¿Qué dirección el perdido? (Hoy el hombre) tiene la conciencia de un atroz perdimiento (…) No se sabe qué hacer en política, pero tampoco sabe el físico qué está haciendo con su física ni el matemático con su matemática ni el lógico con su lógica ni el poeta con su poesía ni el músico con su música, ni el pintor con su pintura, ni el capitalista con su capital, ni el obrero con su obrería, ni el padre de familia con su familia, y cómo está en crisis y se ha vuelto problemática la relación entre el hombre y la mujer (…) Sin instancias últimas no hay orientación y hemos perdido todas las instancias últimas que pudieran dirigir nuestra vida” (Ortega y Gasset: “Sobre la razón histórica”, Obras Completas, Tº 12, pp. 316-317; Javier Martínez Gracia, el lector de Ortega y Gasset).

Miserabilismo

Expresa Ricardo Gullón que el «miserabilismo» es un término que había sido empleado por los alemanes, pero Jean Schlumberger, en 1937, lo acuñó y precisó, respondiendo a la necesidad de definir adecuadamente un estado de espíritu que, si ya entonces estaba en auge, creció luego hasta niveles amenazadores. Se registra en la literatura moderna (y no sólo en la francesa, aunque en ella alcance significativo volumen) una tendencia a poner de relieve acontecimientos, fenómenos e inclinaciones en que se manifiesta con crudeza la parte de naturaleza humana dominada por la miseria inherente a su condición, para, a la vista de tales lacras, declarar imposible e insincera cualquier tentativa de perfeccionamiento o incluso de cambio. Considerar al hombre cautivo de su propia miseria y suponerse condenado a soportarla conduce, más que a la rebeldía, a la desesperación y a la angustia. A la angustia existencial de quien cree vivir en el absurdo y sin finalidad, nacido para la muerte, anticipo de cadáver y al borde de la podredumbre. Los escritores miserabilistas (algunos los llaman hoy, con grave error, existencialistas) decretaron la nulidad de la esperanza y rechazaron como fútiles y especiosas las razones en que se funda. Sus libros tienen un aspecto tajante y desesperado; sus palabras, aun siendo sinceras, suenan a falso, pues el hombre es algo más que basura; hay siempre en él una secreta fuerza, pasión y voluntad de corregir y de corregirse, de mejorar y de mejorarse. El miserabilismo es una actitud parcial y lo es deliberadamente en cuanto se niega a ver la real complejidad de la imagen que pretende reflejar. El hombre no es sólo el recipiente de inmundicias inventado por su pesimismo, pues si la inmundicia no le es ajena, a su lado, contrapunto justificativo, sitúanse delicadezas y emociones que le enaltecen, sentimientos que le justifican. Al mundo negro y torvo del miserabilismo no es justo contraponerle el mundo rosa y bobo de las inepcias «idealistas». El problema no se resolverá enfrentando la negación absoluta a la afirmación gratuita; para acercarse a la verdad, es necesario sopesar ponderadamente la totalidad de contrastes en que el hombre existe. Pensar cómo pueden coincidir, cómo coinciden en el alma movimientos contradictorios de fe y desesperación, con sutiles desviaciones que implican el alternado predominio de la una o la otra» (Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes).

Por más que el escritor español Ricardo Gullón (1908-1991) se esfuerza en reivindicar al hombre, lo que es muy plausible, hoy el hombre contemporáneo, el sujeto posmoderno de los últimos decenios es en gran número un perfecto nihilista, la «reinversión de todos los valores» de la que hablaba Nietzsche, en la actualidad, por caso, la Argentina mutante, aniquiló todo vestigio de los valores y los reemplazó por funestos antivalores, dando nacimiento por obra del kirchnerismo a individuos amorales: el homo-zombi, por ingesta colectiva de la droga que ha inundado masivamente ese monstruo urbano que es el conurbano bonaerense, donde predomina la Ley de la Selva. Tenemos así una Argentina bestial, la de Barrabás, la que usurpa, roba y mata, la otra es la que encarna el rol de Pilato frente a la masa -la franja anterior- dirigida por los fariseos que demandaba la ejecución de Jesús, al grito de «Crucíficale». Pero en medio de estas dos Argentina, hay -existe- una verdadera y fiel Argentina que está asustada, atemorizada igual que Pedro y los demás discípulos antes de que Cristo resucitara y se presentara ante ellos para tranquilizarlos. «La Paz sea con vosotros», fueron sus primeras palabras.

Señales de los tiempos. ¿Cristo vuelve o no vuelve?

«Mira que estoy a la puerta y llamo (Apocalipsis 3:20).

El que tenga ojos que vea, el que tenga oídos que oiga, quien pueda entender que entienda y quien nada comprenda…cante con Alberto Castillo «Siga el baile». Ya se ve en la Argentina seres humanos que hablan confusamente -por caso Alberto y su staff de orates- basta ver la televisión, gran corruptora de las costumbres y propagadora de la estupidización colectiva -o las redes sociales- en Zombilandia o Argentia sus habitantes son mutantes: ven, pero no miran, oyen, pero no escuchan, no comprenden las señales de peligro…hay como una tendencia, un placer por el abismo y por el salto al vacío. Las señales de peligro o de alerta se llaman «señales de los tiempos» teológicamente y en antropología social, la era del vacío (Gilles Lipovetsky) o sociedad líquida (Zygmunt Bauman). No obstante, respeto a toda persona que crea que la Parusía o Segunda Venida de Cristo será dentro de cien o mil años o que no ocurrirá nunca. Al respecto leer el libro del Padre Leonardo Castellani (1899 -1981) «¿Cristo vuelve o no vuelve?» https://vorticelibros.com.ar/libro.php?id=10

Nota bene. Aclaro que no soy ni testigo de Jehová ni amish ni mormón; soy católico viejo.

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