Por Hernán Andrés Kruse.-

El jueves pasado Vladimir Putin ordenó la invasión de Ucrania. Horas más tarde enfatizó que había tomado semejante decisión para liberar a los ucranianos de un gobierno de drogadictos y nazis. Así de simple. Así de contundente. En minutos Ucrania comenzó a ser ocupada por uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Tal como lo señalaron los expertos en cuestiones militares, los rusos entraron a Ucrania por el norte, el este y el sur. Dada la impresionante disparidad de poderío bélico todo hacía suponer que la caída de Kiev, capital ucraniana, era cuestión de horas. Sin embargo, Kiev continúa resistiendo. ¿Por cuánto tiempo? La lógica indica que en pocos días la ciudad quedará en manos de los invasores. Mientras tanto, representantes del gobierno ucraniano están por reunirse con sus pares rusos en una localidad situada al sur de Bielorrusia para “negociar” la paz. ¿Negociar? ¿De qué negociaciones estamos hablando? La delegación ucraniana está en terreno enemigo. Además, Putin acaba de lanzar una temeraria amenaza relacionada con su poderío nuclear. En ese clima ¿cómo puede hablarse de negociaciones?

Lo que hizo Putin fue ordenar la invasión de Ucrania. Es por ello que cuesta entender la actitud que está adoptando el gobierno argentino en esta trágica guerra. Ni Alberto Fernández ni Cristina Kirchner han pronunciado la palabra tan temida: invasión. Es entendible. ¿Cómo el presidente va a acusar ahora a Putin de liderar una invasión contra Ucrania cuando hace pocos días se arrodilló ante el mandamás ruso de manera vergonzosa? Respecto a Cristina, no hay que olvidar que mantiene una cálida relación con Putin desde hace años. Además, hay que tener en cuenta la ayuda de Putin cuando arreciaba en el país el coronavirus. Si a ello se le agrega el histórico rechazo ideológico del cristinismo por Estados Unidos, se entiende la postura argentina. El problema es que el conflicto bélico estalló justo en medio de las dramáticas negociaciones de Alberto Fernández y su ministro de Economía con el FMI, es decir con Estados Unidos.

La invasión a Ucrania mereció feroces críticas del denominado “mundo libre”. Son, cabe reconocer, totalmente fundadas. En efecto, Rusia le hizo “pito catalán” al derecho internacional, a la soberanía ucraniana y, fundamentalmente, a las Naciones Unidas. Una vez más quedó en evidencia la impotencia de ese organismo cuando el que viola sus reglamentos es una potencia nuclear. Pero cabe que nos formulemos la siguiente pregunta: ¿qué autoridad moral tienen Estados Unidos y Europa occidental para criticar a Putin? La respuesta se cae de madura: ninguna. Resulta increíble que el presidente Biden acuse a Putin de violar la soberanía de Ucrania. Justo él, que gobierna un imperio que se ha cansado a lo largo de la historia de violar la soberanía de innumerables países. También resulta increíble que Francia y Gran Bretaña, por ejemplo, critiquen con fiereza a Putin cuando dos décadas atrás aplaudieron la invasión ordenada por W. Bush a Irak. ¿La invasión a Irak era legítima porque la protagonizaba Estados Unidos pero la de Ucrania es una infamia porque la protagoniza Rusia? Un nuevo ejemplo de doble moral típica de las relaciones internacionales.

Resulta que ahora el “mundo libre” se horroriza por la manera en que Putin ejerce el poder en su país. Resulta que ahora para el “mundo libre” don Vladimir es un tirano infame que no duda en asesinar a sus oponentes si lo considera necesario. ¡Chocolate por la noticia! Putin ejerce el poder en Rusia de manera despótica desde hace dos décadas. En ese período no dudó, además, en aplastar la guerrilla en Chechenia y anexar Crimea. Durante su reinado fueron muchos los disidentes que sufrieron su ferocidad. Sin embargo, durante estos veinte años ni Estados Unidos ni Europa Occidental rompieron relaciones diplomáticas con Rusia, ni le declararon la guerra. ¡Por Dios, cuánta hipocresía! Ni qué hablar de la hipocresía de la oposición argentina. Para Macri, Larreta y compañía Putin es un monstruo. Sin embargo, cuando tuvo lugar en Buenos Aires la reunión del G-20, el entonces presidente Macri recibió a Putin con bombos y platillos. En ese momento Putin era bueno. Ahora, en cambio, es malo.

Para el “mundo libre” Putin tiene la intención de recrear el imperio soviético. Putin ha reiterado hasta el hartazgo que la acción militar emprendida contra Ucrania se debió a la inminente decisión del gobierno de ese país de ingresar a la OTAN. Creo que a esta altura poco importan los argumentos esgrimidos por ambos bandos. Lo real y concreto es que el mundo está en vilo por lo que está sucediendo en Ucrania, por la posibilidad cierta del estallido de la tercera guerra mundial, cuyos resultados serían catastróficos para la humanidad. Una vez más ha quedado en evidencia que la guerra es un crimen. Las dantescas escenas de los ucranianos que tratan desesperadamente de abandonar su país lo ponen en evidencia. Ellos son las víctimas de esta locura demencial que se ha desatado sobre su territorio. Evidentemente, las dos guerras mundiales que asolaron al mundo el siglo pasado no han sido suficientes para convencer al hombre de que los misiles sólo provocan muerte y destrucción.

Hace unas horas Nelson Castro afirmó que la invasión de Ucrania demostró una vez más que cuando las grandes potencias-Estados Unidos, Rusia y China-entran en acción, nadie las detiene. Es el estado de naturaleza de Hobbes en su máxima expresión. En 2003 nadie impidió la invasión de Estados Unidos a Irak. Hoy nadie impide la invasión rusa a Ucrania. Mañana, si China decide invadir Taiwán, todos se cruzarán de brazos. Cuando las potencias entran en acción emerge en toda su magnitud la inutilidad de la ONU y la ficción del derecho internacional público. Las relaciones internacionales se rigen por la ley que impera en la selva: la del más fuerte. A nivel internacional el mundo es un lugar primitivo donde los débiles están a merced de los fuertes. A nivel internacional rige el imperio del misil nuclear. ¡Cuánta razón tenía Alberdi!

La hipocresía del “mundo libre”

El jueves pasado Vladimir Putin ordenó la invasión de Ucrania. Horas más tarde enfatizó que había tomado semejante decisión para liberar a los ucranianos de un gobierno de drogadictos y nazis. Así de simple. Así de contundente. En minutos Ucrania comenzó a ser ocupada por uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Tal como lo señalaron los expertos en cuestiones militares, los rusos entraron a Ucrania por el norte, el este y el sur. Dada la impresionante disparidad de poderío bélico todo hacía suponer que la caída de Kiev, capital ucraniana, era cuestión de horas. Sin embargo, Kiev continúa resistiendo. ¿Por cuánto tiempo? La lógica indica que en pocos días la ciudad quedará en manos de los invasores. Mientras tanto, representantes del gobierno ucraniano están por reunirse con sus pares rusos en una localidad situada al sur de Bielorrusia para “negociar” la paz. ¿Negociar? ¿De qué negociaciones estamos hablando? La delegación ucraniana está en terreno enemigo. Además, Putin acaba de lanzar una temeraria amenaza relacionada con su poderío nuclear. En ese clima ¿cómo puede hablarse de negociaciones?

Lo que hizo Putin fue ordenar la invasión de Ucrania. Es por ello que cuesta entender la actitud que está adoptando el gobierno argentino en esta trágica guerra. Ni Alberto Fernández ni Cristina Kirchner han pronunciado la palabra tan temida: invasión. Es entendible. ¿Cómo el presidente va a acusar ahora a Putin de liderar una invasión contra Ucrania cuando hace pocos días se arrodilló ante el mandamás ruso de manera vergonzosa? Respecto a Cristina, no hay que olvidar que mantiene una cálida relación con Putin desde hace años. Además, hay que tener en cuenta la ayuda de Putin cuando arreciaba en el país el coronavirus. Si a ello se le agrega el histórico rechazo ideológico del cristinismo por Estados Unidos, se entiende la postura argentina. El problema es que el conflicto bélico estalló justo en medio de las dramáticas negociaciones de Alberto Fernández y su ministro de Economía con el FMI, es decir con Estados Unidos.

La invasión a Ucrania mereció feroces críticas del denominado “mundo libre”. Son, cabe reconocer, totalmente fundadas. En efecto, Rusia le hizo “pito catalán” al derecho internacional, a la soberanía ucraniana y, fundamentalmente, a las Naciones Unidas. Una vez más quedó en evidencia la impotencia de ese organismo cuando el que viola sus reglamentos es una potencia nuclear. Pero cabe que nos formulemos la siguiente pregunta: ¿qué autoridad moral tienen Estados Unidos y Europa occidental para criticar a Putin? La respuesta se cae de madura: ninguna. Resulta increíble que el presidente Biden acuse a Putin de violar la soberanía de Ucrania. Justo él, que gobierna un imperio que se ha cansado a lo largo de la historia de violar la soberanía de innumerables países. También resulta increíble que Francia y Gran Bretaña, por ejemplo, critiquen con fiereza a Putin cuando dos décadas atrás aplaudieron la invasión ordenada por W. Bush a Irak. ¿La invasión a Irak era legítima porque la protagonizaba Estados Unidos pero la de Ucrania es una infamia porque la protagoniza Rusia? Un nuevo ejemplo de doble moral típica de las relaciones internacionales.

Resulta que ahora el “mundo libre” se horroriza por la manera en que Putin ejerce el poder en su país. Resulta que ahora para el “mundo libre” don Vladimir es un tirano infame que no duda en asesinar a sus oponentes si lo considera necesario. ¡Chocolate por la noticia! Putin ejerce el poder en Rusia de manera despótica desde hace dos décadas. En ese período no dudó, además, en aplastar la guerrilla en Chechenia y anexar Crimea. Durante su reinado fueron muchos los disidentes que sufrieron su ferocidad. Sin embargo, durante estos veinte años ni Estados Unidos ni Europa Occidental rompieron relaciones diplomáticas con Rusia, ni le declararon la guerra. ¡Por Dios, cuánta hipocresía! Ni qué hablar de la hipocresía de la oposición argentina. Para Macri, Larreta y compañía Putin es un monstruo. Sin embargo, cuando tuvo lugar en Buenos Aires la reunión del G-20, el entonces presidente Macri recibió a Putin con bombos y platillos. En ese momento Putin era bueno. Ahora, en cambio, es malo.

Para el “mundo libre” Putin tiene la intención de recrear el imperio soviético. Putin ha reiterado hasta el hartazgo que la acción militar emprendida contra Ucrania se debió a la inminente decisión del gobierno de ese país de ingresar a la OTAN. Creo que a esta altura poco importan los argumentos esgrimidos por ambos bandos. Lo real y concreto es que el mundo está en vilo por lo que está sucediendo en Ucrania, por la posibilidad cierta del estallido de la tercera guerra mundial, cuyos resultados serían catastróficos para la humanidad. Una vez más ha quedado en evidencia que la guerra es un crimen. Las dantescas escenas de los ucranianos que tratan desesperadamente de abandonar su país lo ponen en evidencia. Ellos son las víctimas de esta locura demencial que se ha desatado sobre su territorio. Evidentemente, las dos guerras mundiales que asolaron al mundo el siglo pasado no han sido suficientes para convencer al hombre de que los misiles sólo provocan muerte y destrucción.

Hace unas horas Nelson Castro afirmó que la invasión de Ucrania demostró una vez más que cuando las grandes potencias-Estados Unidos, Rusia y China-entran en acción, nadie las detiene. Es el estado de naturaleza de Hobbes en su máxima expresión. En 2003 nadie impidió la invasión de Estados Unidos a Irak. Hoy nadie impide la invasión rusa a Ucrania. Mañana, si China decide invadir Taiwán, todos se cruzarán de brazos. Cuando las potencias entran en acción emerge en toda su magnitud la inutilidad de la ONU y la ficción del derecho internacional público. Las relaciones internacionales se rigen por la ley que impera en la selva: la del más fuerte. A nivel internacional el mundo es un lugar primitivo donde los débiles están a merced de los fuertes. A nivel internacional rige el imperio del misil nuclear. ¡Cuánta razón tenía Alberdi!

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