Por Enrique Guillermo Avogadro.-

“Habían dejado de practicar los ritos de la mentira que, con frecuencia, son asimismo los de la amistad”. Jean Lartéguy

El jueves asistimos a un fenómeno sumamente curioso si lo miramos a la luz de los últimos diecinueve años de la historia política nacional, a los cuales debiéramos sumar otros ocho de la provincial de Santa Cruz: Cristina Fernández dejó de ser el macho alfa del peronismo, aquél que tan inexplicable temor causaba entre las huestes de sus barones. En el Senado, como ya había sucedido en Diputados, sus fieles quedaron reducidos a un más que magro 30% de la bancada peronista, o sea, sólo un 9,50% del total.

Esta situación significa que, a partir de ahora, el gobierno de Alberto Fernández, ese raro artefacto electoral que ella diseñó, comparte desde 2019 y que ayer abandonó, comenzará a recibir feroces andanadas de fuego “amigo” desde las valiosas y cuantiosas trincheras que La Cámpora, a pesar de todo, conserva dentro del andamiaje del Estado, tales como ANSES, PAMI, Aerolíneas Argentinas, YPF, el área de energía, etc.; las hordas que aún siguen el inverosímil liderazgo de Máximo Kirchner pueden ser ignorantes, soberbios, corruptos y cuantos calificativos a usted se le ocurran, pero nos son idiotas y cuidan su caja.

Una vez más, el peronismo –como el radicalismo, en épocas de Fernando de la Rúa- juega a ser oficialismo y oposición. Aún en el primer gobierno del fundador de la marca registrada, algunos gremios que lo acompañaban acríticamente se rebelaron cuando el conductor, apretado por la crisis económica que su populismo había generado, tuvo que dar un fuerte volantazo, imponer la austeridad y abrir los brazos al capital extranjero que tanto pedía combatir desde las estrofas de la famosa marchita.

Más tarde, ya en los 70’s, los terroristas montoneros, calificados por el General Juan Perón como la “juventud maravillosa” que integraba sus “formaciones especiales” y fueron a recibirlo a su regreso desde España se enfrentaron a balazo limpio con los asesinos de la Triple A, que acompañaban esos mismos cánticos al líder. Cuando éste asumió la Presidencia, los locos subversivos se sintieron traicionados y le hicieron una advertencia matando a José Ignacio Rucci, a quien tanto quería; cuando fue desoída, asaltaron cuarteles e instalaciones de las fuerzas armadas, mientras sembraban de bombas y cadáveres todo el territorio nacional, siempre en nombre del Presidente y, luego, su viuda y sucesora ordenó aniquilarlos.

El comienzo de la guerra interna del Frente para Todos fue la primera epístola que Cristina Fernández hizo pública, se profundizó con la masiva renuncia -rápidamente retirada- de los camporistas del gabinete, y tuvo su culminación cuando Máximo Kirchner resignó el cargo de jefe de la bancada oficialista en Diputados, no a la protectora banca que le da fueros.

A la vista de todos, grupos enloquecidos que hubieran seguido a Néstor Kirchner sin dudar, volvieron a apedrear el Congreso cuando se discutía el arreglo con el FMI en la Cámara baja. ¿Es tan disparatado, entonces, pensar que podemos estar a días de un nuevo combate en las calles entre el trotsko-kirchnerismo y el peronismo racional y, por ello, republicano?

Pero, en cambio, no tengo ninguna duda que la actitud de la ex-emperatriz, reflejada en las órdenes que impartió a sus batallones para que votaran en contra del flaco acuerdo con el FMI, aún a costa de infligir mayores daños a la por demás sufrida población, obedeció sólo a la necesidad de conservar su capital simbólico, afincado en el Conurbano bonaerense, que le permita convertirse en feroz y destituyente oposición a quien elijamos en 2023, si el Presidente logra sobrevivir hasta entonces a los misiles termobáricos que lloverán de ahora en más sobre el neonato “albertistismo” residente en la Casa Rosada.

Todo el léxico militar que he empleado esta nota deriva de la inoportuna y desconsiderada forma en que Alberto Fernández anunció esta semana que ayer comenzaría aquí “una nueva guerra”, ahora contra la inflación. Alguien hubiera debido recordarle que lleva más de dos años en ejercicio de su cargo, y que nuestros índices ya superan a los de Venezuela, paraíso del socialismo del siglo XXI. En la medida en que no se reduzca drásticamente el gasto público, comenzando por el que deriva de los obscenos privilegios de la clase política, se detenga la irracional emisión monetaria, se recupere la confianza y regresen las inversiones genuinas, no habrá un general que pueda siquiera obtener un transitorio éxito.

Por donde lo miremos (economía, seguridad, pobreza, educación, salud, defensa, justicia, etc.), el país está destruido hasta los cimientos por un populismo que, por haberlo transitado durante ocho décadas, tanto ha permeado en la sociedad y al cual tanto costará erradicar. Sin embargo, hay una luz al final del túnel: cuatro fundaciones, creadas en el seno de cada uno de los partidos que integran Juntos por el Cambio, están trabajando simultáneamente en la preparación de planes de gobierno y definición de políticas de Estado, que serán presentados a la ciudadanía para requerir su apoyo el año próximo.

Una vez más, estará en nuestras manos elegir entre un país inviable a muy corto plazo o una nación que pueda presentarse con dignidad ante el mundo, segura de su destino. Espero que, entonces, no nos inclinemos por comprar más túnel.

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