Por Luis Américo Illuminati.-

Si, como dice Ortega y Gasset, el defecto más grave del hombre es la ingratitud, y si a ello se le suma el amor al vicio, el odio al trabajo y la inclinación al delito, entonces colectivamente es una desgracia nacional. Si el general San Martín pudiera mandarnos un mensaje desde la tumba nos diría que más satisfecho y feliz se sentiría si imitáramos sus acciones y no solamente rendirle honores. Que ni las calles ni mil monumentos en su nombre sirven cuando un país se hunde. El fin no justifica los medios. Ningún fin es bueno si los medios utilizados son malos. «No es un buen hombre -decía Aristóteles- quien no imita ni se goza en las acciones honestas». Como dice la filosofía moral: «operari sequitur esse» (el obrar sigue al ser).

Para Heidegger, ni siquiera después de la muerte el difunto puede librarse de la «asistencia» que le brindan los vivos. El duelo es un tributo, una deuda, una obligación de los vivos con los muertos. Al respecto Heidegger habla de una asistencia inauténtica y de otra auténtica a los vivos. La primera es para quitarle al otro su «preocupación» y la segunda es una autoayuda, categorías que no rigen para los muertos.

A diferencia del pensamiento de Heidegger expuesto en Ser y tiempo, quien esto escribe cree que «rendir honores» a los muertos célebres en la Argentina, en los casos de grandes hombres como San Martin y Belgrano la rememoración es una forma de momificar o cosificar al muerto, como si fuera una estatua muda. De esta forma, el difunto no es un interpelante sino una «sombra irreal que se borra» (Byung-Chul Han, Las caras de la muerte).

Tras la muerte de su esposa Remedios en 1823, en Buenos Aires, el general San Martín dejó su finca en Mendoza, recogió a su hija y abandonó para siempre la Argentina. No pudo ingresar a Francia, como lo deseaba, y residió unos meses en Inglaterra, antes de radicarse en Bruselas. En 1830, ante la convulsión social en Bélgica, el general se trasladó a París. Cuatro años después, con ayuda de su amigo español, el marqués Alejandro Aguado, adquirió una casa en Grand-Bourg, cuya réplica, en dimensiones algo menores, pero en escala, se encuentra en Palermo Chico y es sede del Instituto Nacional Sanmartiniano.

En 1848, las revueltas que culminarían en la Segunda República lo hicieron alejarse y radicarse en Boulogne-sur-Mer, sobre el Canal de la Mancha, desde donde podría eventualmente pasar a Inglaterra de ser necesario. Alquiló los altos de la casa situada en la Grand Rue 105, recién construida, propiedad del abogado Adolphe Gérard, director de la biblioteca pública de la ciudad, quien ocupaba la planta baja.

El máximo héroe de la Argentina, no tenía dinero para comprar una casa y tuvo que alquilar el último piso, ya que la familia que le alquilaba vivía en el 1ro. y el 2do. y ambas familias compartían el 3er. piso que se destinaba a comedor y «living». El alquiler se pagaba con una renta vitalicia que le daba el gobierno del Perú.

En el año 2010 la Justicia francesa confirmó un fallo que prohíbe rematar la casa en la que vivió el General José de San Martín en Boulogne Sur Mer, que pertenece al Estado argentino y funciona como museo. La empresa norteamericana Sempra Energy Internacional intentó por la vía judicial el embargo y remate de la propiedad, pero la Procuración del Tesoro se opuso y obtuvo un fallo que reivindicó la calidad de «patrimonio histórico argentino» de la propiedad, en la que el Padre de la Patria vivió sus últimos años.

Conclusiones

“El defecto más grave del hombre es la ingratitud. Fundo esta calificación superlativa en que, siendo la sustancia del hombre su historia, todo comportamiento antihistórico adquiere en él un carácter de suicidio. El ingrato olvida que la mayor parte de lo que tiene no es obra suya, sino que le vino regalada de otros, los cuales se esforzaron en crearlo u obtenerlo. Ahora bien, al olvidarlo desconoce radicalmente la verdadera condición de eso que tiene. Cree que es don espontáneo de la naturaleza, indestructible. Eso le hace errar a fondo en el manejo de esas ventajas con que se encuentra e irlas perdiendo más o menos. Hoy presenciamos este fenómeno en grande escala. El hombre actual no se hace eficazmente cargo de que casi todo lo que hoy poseemos para afrontar con alguna holgura la existencia lo debemos al pasado y que, por lo tanto, necesitamos andar con mucha atención, delicadeza y perspicacia en nuestro trato con él -sobre todo, que es preciso tenerlo muy en cuenta porque, en rigor, está presente en lo que nos legó-. Olvidar el pasado, volverle la espalda, produce el efecto a que hoy asistimos: la rebarbarización del hombre.” (José Ortega y Gasset, Ideas y creencias, 1940).

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