Por Enrique Guillermo Avogadro.-

“Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos”. Jorge Luis Borges

¡Muy feliz Navidad! Alegrémonos con María y José por el renacimiento del Niño Jesús, y roguemos todos juntos, cualquiera sea nuestra particular creencia, por la Argentina que tanto lo necesita.

Juntos por el Cambio, la alianza por la cual votamos con tanta esperanza para frenar el proyecto autoritario del kirchnerismo, ha comenzado con rapidez a desilusionarnos con su fragmentación. Los primeros en incursionar por esa ruta fueron el Senador Martín Lousteau y su apadrinado, el Diputado Rodrigo de Loredo, quienes, sin pudor alguno exhibieron su falta de respeto a las reglas pactadas e, inspirados por Enrique Coti Nosiglia, dividieron el bloque de la Unión Cívica Radical. La situación obliga a compararla con el panorama que presenta la oposición en Venezuela, destruida por la cooptación de dirigentes lábiles pero, principalmente, por las ambiciones personales de sus líderes; recientemente, Andrés Oppenheimer le atribuyó mayor responsabilidad en la supervivencia del régimen asesino de Nicolás Maduro que al propio narco-oficialismo.

En Diputados de la Provincia de Buenos Aires, la nota la dio Natalia Sánchez Jáuregui (del partido Fe -fundado por el fallecido Gerónimo Momo Venegas- pero elegida por Juntos) quien, con su pase al Frente de Todos, dio a éste la primera minoría, con todo lo que ello implica en la composición de las diferentes comisiones y aumentó el riesgo de que otros legisladores sean cooptados con “efectividades conducentes”. Este es otro nefasto subproducto de las vetustas listas sábana que aún utilizamos, porque permiten que ingresen a las cámaras personas que no conocemos y que, más tarde, invocan la propiedad personal (no partidaria) de sus respectivos escaños para negarse a renunciar. El martes próximo la Legislatura bonaerense tratará la modificación de la ley que impide la reelección de los intendentes; resultará fascinante ver cómo se comporta Juntos, ya que algunos de sus propios “barones” serían beneficiados.

La gota que hizo rebalsar el vaso de la paciencia cívica fue, como se puede comprobar en las redes sociales, la dura derrota que la oposición sufrió, por un voto, en el tratamiento del impuesto a los bienes personales, que significó un enorme costo fiscal para todos nosotros. El fracaso puede imputarse a la atomización de los bloques que la integran y a la liviandad con que fueron estimadas las fuerzas propias, pero se debió principalmente a la ausencia de tres diputados cambiemitas: Camila Crescisbeni, a la que no se permitió ingresar al recinto por síntomas de estar afectada por Covid (raro, porque durante casi dos años las sesiones fueron virtuales, y ahora no se pudo); Alvaro Gonzalez que, como extrañaba mucho a su hija (igual que muchos de nosotros), se fue a Alemania para asistir a su boda; y Gabriela Brouwer de König (integra la fracción de Lousteau) que, seguramente preocupada por la salud mental de sus pequeños vástagos, partió hacia DisneyWorld en viaje familiar.

La clara irresponsabilidad de los dos últimos fue acentuada por las absurdas excusas que esgrimieron ante los fuertes reproches recibidos tanto de los máximos dirigentes partidarios cuanto de sus votantes, que manifestaron su ira mediante todo tipo de mensajes condenatorios. König dijo que había avisado al jefe de su bloque que realizaría el periplo y que, cuando se enteró de la inminencia de la sesión especial que Juntos había convocado, intentó infructuosamente regresar a tiempo; Rodríguez, invocó la razón mencionada pero agregó que, se haber estado presente, la votación hubiera resultado empatada y, finalmente, decida por Sergio Massa, Presidente de la Cámara y miembro de la mesa del poder nacional.

Pero todo ello no nos debe impedir dirigir nuestras críticas más fuertes a las cabezas visibles de los diferentes partidos que integran Juntos. Es imposible que conduzcan de este modo una coalición que se propone como alternativa del kirchnerismo y que, salvo algunos planes de gobierno que -me consta- están preparándose, no le dice a la sociedad para qué quiere llegar al poder y cuáles, si triunfa, serán sus políticas. Enfrente tienen nada menos que la más eficiente maquinaria de construir relato e impunidad que llegó a la Casa Rosada desde la época de Juan Domingo Perón; si continúa siendo tan infantil, si no sale a destruir las mentiras que el Instituto Patria y La Cámpora crean diariamente, si no se blinda ante las expediciones de pesca que ya están funcionando, la Argentina habrá perdido una nueva oportunidad y el tren de la Historia nos volverá a dejar atrás.

A pesar de cuanto yo mismo suponía y la realidad aseguraba, durante los próximos dos años el Gobierno seguirá conduciéndonos en un plano cada vez más inclinado, pero nada explotará. Aunque, finalmente, no cierre un acuerdo de facilidades extendidas con el FMI y asuma las horrorosas consecuencias de ello, sigue siendo dueño y señor de la máquina de imprimir papelitos de colores, cada vez más devaluados y, claro, eso llevará a un aumento de la ya enorme inflación pero también permitirá incrementar el consumo, porque todos saldremos a gastarlos rápidamente ya que somos conscientes de la velocidad a la que pierden valor. Y aunque dispondrá nuevas limitaciones derivadas de la caída a pique de las reservas, si declaramos un nuevo default y no pagamos nada a nuestros muchos acreedores (la fragata, ¿será otra vez embargada?), podrá acumular muchas divisas provenientes del campo para pagar cada vez menos importaciones de combustibles y de insumos indispensables para la producción de bienes. En ese escenario, ¿sería factible la reelección del Meme Presidente?

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