Por Roberto Fernández Blanco.-

¿Cuándo entenderemos, ciudadanos argentinos, que el Estado somos nosotros, el Soberano Consorcio de Ciudadanos, la Autoridad Suprema, los que integramos el pueblo argentino, los que producimos la riqueza, los que hemos delegado limitadas atribuciones a nuestros funcionarios (empleados públicos), los que hemos establecido -por Reglamento Constitucional del Consorcio Argentino- como convivir pacífica y armónicamente bajo el pleno ejercicio de nuestras libertades individuales, generando, produciendo y aportando la riqueza en libre cooperación y libre intercambio de bienes, servicios, ciencia, artes, etc., habiendo establecido además la limitada y rigurosa condición de mandatarios para nuestros transitoriamente designados empleados públicos a quienes les pagamos salarios para el responsable cumplimiento de las tareas que les hemos encomendado, empleados que, por la ingenua complacencia de nuestro pueblo, en sus derivas autoritarias y mezquinas ambiciones, vienen abusando del alcance de sus mandatos, presionándonos y sometiéndonos a nosotros, sus empleadores, sus mandantes, sus patrones, para satisfacer sus intereses personales bajo un disfraz de supuesta humanidad camuflada con falsas declaraciones de nobles intenciones que los hechos de la cotidiana realidad confirman con irrefutable evidencia?

El Gobierno no es el Estado!! El Gobierno es una institución subsidiaria del Estado que nosotros -el pueblo argentino- hemos establecido (detallando sus alcances y funciones en el Reglamento Constitucional) como servicio público, con tareas limitadas -que no deben ser rebasadas- con el específico objetivo de contribuir a la más eficiente cooperación productiva de la ciudadanía, única fuente generadora de riqueza.

Quedando clara e inequívocamente entendido que los funcionarios son meros mandatarios elegidos por su patrón, el pueblo mandante, es inadmisible el permitir que estos empleados nuestros, disimulando sus impotencias e ineficiencias y anteponiendo sus delirios autoritarios, nos impongan caprichosamente con sus desbordes ideológicos y sus intereses personales el antojadizo nivel de expoliación de nuestra riqueza con la que satisfacen sus irracionales decisiones y el consecuente improductivo  y destructivo nivel de gasto público, corrupción incluida, con el que especulan para perpetuarse.

Hemos entronizado en los puestos públicos a personajes ineptos, improductivos, embriagados y desbordados por psicóticas obsesiones personales e ideológicas, de arrogante y jactanciosa soberbia, asumidos con pretensiones absolutistas y desplantes despóticos para con nosotros, sus empleadores, sus mandantes, el pueblo argentino que ya da muestra de un hartazgo definitivo en su ansiedad y necesidad de desplazar a estas castas de politicastros que con sus perimidas y destructivas doctrinas y sus mezquinos intereses están llevando a nuestro país a la pobreza extrema, a la destrucción de las fuentes generadoras de riqueza, a la ruptura del orden social armónico y a enfrentamientos que alimentan intencionadamente para sostenerse depredando entre las crecientes ruinas de nuestra capacidad productiva cual insaciables afanípteras niguas.

No puede un pueblo soberano permitir que sus empleados a cargo de la administración pública se burlen de las leyes a las que deben atenerse, preñen a la nación de despotismo y sigan desplegando sus dañosos delirios cuando se hace evidente que se trata de mandatarios arribados por oscuros actos de contubernio apartándose de sus deberes para con su pueblo para responder serviles a subrepticios mandantes cuyos intereses son ajenos a los intereses del pueblo, al del debido funcionamiento republicano y a la atención de las exigencias institucionales.

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