Por Carlos Tórtora.-

El balance de la votación del acuerdo con el FMI en Diputados es un kirchnerismo fracturado pero este hecho tiene distintas valoraciones. Para Alberto Fernández, por ejemplo, se trata de una crisis coyuntural y que el correr del tiempo seguramente atenuará. En definitiva, una tormenta pasajera que difícilmente deje huellas. Para la dirigencia de La Cámpora, en cambio, la fractura es el comienzo de un debate interno que se proyecta para el 2023. En síntesis, que la rebelión contra el acuerdo es un adelanto del no a la reelección de Alberto. Por lo pronto, mientras se esté tratando el acuerdo con el Fondo en el Senado, ninguno de los dos bandos hará jugada alguna. Es obvio que La Cámpora especula con que el acuerdo con el FMI no produzca un efecto rebote en la economía y sí genere decepción en los mercados y, sobre todo, en la opinión pública. En caso de ocurrir esto, los halcones del kirchnerismo cosecharían el apoyo de los sectores más moderados, que hoy se sienten obligados a pactar con el albertismo.

Sin presidenciable

A todo esto, Cristina Kirchner adoptó en las últimas semanas una postura híbrida, por cuanto respalda a su hijo pero manteniendo un silencio público que evita la confrontación abierta con el presidente. Como presidenta del Senado, no vota -salvo en caso de empate-, lo que le facilita flotar a media agua.

La realidad es que lo que el kirchnerismo duro no tiene y necesita es un candidato a presidente. La confrontación con Alberto, hasta ahora, se revierte a favor de este último, cada vez que los dirigentes llegan a la conclusión de que el presidente corre solo. En las últimas semanas, se habla de una aproximación entre Axel Kicillof y la presidenta, luego de que ella lo tuviera en el freezer por el deslucido resultado electoral del año pasado. Máximo, por su parte, estaría fuera de carrera, al menos por ahora, a causa de una serie de encuestas que lo ubican muy abajo.

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