Por Jorge D. Boimvaser.-

El asesinato del joven policía de 21 años Iván Ezequiel Orellana a manos de un delincuente precoz en Adrogué, hace horas nomás, estaba siendo hace instantes la gota que desbordó el vaso.

En “la bonaerense” hay una camada de oficiales de mediana edad y años de experiencia que no son la “maldita policía”, aunque no todos orinan agua bendita.

Están hartos de las instrucciones ambiguas que les dan desde el poder político. Y algo que todos tienen por seguro, los nuevos uniformados que tanto bombo le hacen en la provincia salen de la escuela de policía y se calzan la ropa de fajina sin estar debidamente preparados ni física, ni mentalmente para enfrentar a los delincuentes que saben de la flexibilidad del sistema judicial. O sea, tiran a matar y después confían en que no estarán mucho tiempo presos, en caso que de ser detenidos.

Hace años que Daniel Scioli-Ricardo Casal y el jefe Matzkin son rehenes del organismo que dirige el antiguo buchón de la Fuerza Aérea, el perro Verbitsky.

.El CELS, que llama carcelero a Ricardo Casal, le marcaba territorio a la gobernación bonaerense acerca de cómo enfrentar a la delincuencia.

No poder gatillar a los criminales hasta que ellos no tiren primero y mil imbecilidades por el estilo terminaron en esta barbaridad que se llevó la vida de este pibe de 21 años.

Hace poco, en uno de esos gestos demagógicos que sobrepasaron el límite de la racionalidad, Daniel Scioli dijo que a los delincuentes había que enfrentarlos sin armas porque, si se les habla bien, los convencen y entran en razones.

Vayan a decirle esa expresión a los familiares, amigos y camaradas de Orellana.

Los chicos que entran a la carrera policial no lo hacen por vocación sino para tener un trabajo seguro. Y si quieren hacer frente al delito, en la jungla no es lo mismo que en una escuela de policía, que saca tipos a la calle de apuro y que, en la primera de cambio, terminan asesinados casi indefensos como en Adrogué.

Otro caso reciente que asusta es el de la mujer atacada a piedrazos hace días en la autopista Buenos Aires-La Plata.

Salvó la vida de milagro; sus chicos fueron lastimados por la esquirlas del cascotazo y, cuando la señora arribó a un puesto policial para denunciar lo ocurrido, la respuesta fue alucinante.

“Sí, señora, sabemos que están tirando piedras a los autos pero, si nos arrimamos, nos tiran también a nosotros”, dijo un agente en un brutal ataque de sinceridad.

Pero si vos estás armado y te defendés de lo que no te defiende ni el poder político, judicial ni policial de la provincia, corrés con todas las de perder.

Si tu gente querida o vos mismo estás en el filo entre la vida y la muerte, ¿vas a preguntarle a tu agresor la edad o fecha de nacimiento para saber que no le estás disparando a un menor de edad?

Es tan demencial la política de inseguridad a que nos llevó la mentalidad de estos garantistas de la delincuencia, que asusta, y mucho.

Pero hay una estupidez colectiva que atañe a todas las fuerzas policiales de los grandes centros urbanos, llámese bonaerense, federal y metropolitana.

Ver a los uniformados, en las paradas que le asignan, chateando o divirtiéndose con el celular en vez de observar los movimientos de la calle es más patético que un film alocado de Woody Allen.

Si como se dice en el campo, la culpa no es del chancho sino del que lo alimenta, ahí sí que estamos en problemas. Porque los alimentan los dos que entraron al ballotage. La metropolitana no difiere demasiado en eso de la bonaerense y la federal.

Mal preparados, sin instrucciones precisas, confundidos por la ferocidad de sus rivales en la jungla de asfalto… el cóctel es explosivo y, si Scioli no lo solucionó en la provincia, ¿puede garantizar la seguridad del territorio nacional, si en sus pagos los Orellana se multiplican día tras día?

Hay un ejemplo que conocimos de cerca. Un año atrás, un joven oficial fue designado Jefe de Policía en el triángulo de las Bermudas que compone Pinamar-Ostende-Cariló.

En esa zona todos conocían que el crimen organizado regional estaba en manos de los asesinos de José Luis Cabezas, que habían regresado al balneario después de salir de la cárcel antes de tiempo.

El autor de esta nota fue quien primero denunció a Cammarata y toda la banda (el colo Luna entre ellos) que insólitamente colocaban las alarmas hogareñas y manejaban las cámaras de seguridad de la ciudad de los pinos.

Reducidores de autos, piratas del asfalto y expertos en salideras bancarias eran una constante en la zona. El nuevo jefe de policía no quiso avalar a los delincuentes y tampoco predisponer a los turistas en vísperas de temporada balnearia.

Por un amigo en común, le dimos los nombres y las direcciones de las guaridas que todos conocían en la zona. Lo elemental, no era una ingeniería de seguridad.

Lo que puso en práctica el nuevo jefe policial fue una marca férrea, a cara de perro sobre los delincuentes y sus socios.

No los dejó moverse. Hubo casos de pequeños robos, arrebatos y delitos menores imposibles de ser prevenidos antes de tiempo, pero las consecuencias fueron mínimas.

O sea, la prevención estricta puede dar resultados si hay voluntad de ponerle límites a la inseguridad.

Cristina le acaba de vetar una partida presupuestaria de emergencia que pidió Scioli para el final de campaña.

Si el FPV no cree en su propio candidato, ¿tenemos que creerle “los de afuera”?

Inseguridad para todos… y todas.

Share