Por Alfredo Nobre Leite.-

Señor director:

Llama poderosamente la atención -o no debería preocuparnos- que el presidente Alberto Fernáneez a 48 horas de viajar a Washington en una misión de primer nivel al Fondo Monetario Internacional (FMI), con proverbial imaginación: «Le pida que antes de que cerremos un nuevo acuerdo, haga su evaluación de lo que fue el fallido programa Stand.By» (sic); y como era de esperar, denunció que el préstamo de 44 millones de dólares concedido al presidente Mauricio Macri se utilizó para «pagar deuda insostenible y financiar salidas de capitales»(sic), pregunto: ¿Quién le escribe los libretos de esa comedia de enredos y circunstancias a Alberto Fernández?

A no ser que estuviera en la Luna, no puede ignorar la escatológica herencia que la ex presidente Cristina Fernández de Kirchner, mandato concluido en diciembre de 2015, le legó, a saber: Un gasto público que del 27,2% del Producto (PBI) fue elevado por el tercero gobierno kirchnerista al 46,2% , causante de recurrentes déficits fiscales que financiaban con la emisión fiduciaria espuria y consiguiente inflación (que continúa al pie de la letra el actual jefe de Estado), que en los primeros cinco meses de su gobierno imprimió el equivalente a US$ 16.000 millones); una presión fiscal del 22,6% elevada al 34,8% confiscatoria, según la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que ahoga a la empresa privada y licua salarios y jubilaciones. y que el peso de semejante y proverbial dispendio público, es motivo de elevados impuestos, como el «impuesto extraordinario sobre ‘patrimonio más altos’, no importando que los empresarios pagan el impuesto a las Ganancias, como también de bienes personales (llevaba ‘inventado’ en menos de dos años unos 20 nuevos impuestos), reiterando lo que hizo el kirchnerismo durante 12 años y medio de desgobierno. Lo cual ha dado lugar a que actualmente las empresas buscan radicarse en países que ‘no combaten al capital’, y benefician a sus empleados y al país, como Uruguay, Paraguay, Brasil y Chile.

Además, el kirchnerismo dejó una deuda externa de US$ 240.000 millones que ignora, sin un dólar cash de reserva en el Banco Central, con todos los mercados voluntarios de crédito cerrados para la Argentina, por estar en default; más de 12 millones de pobres -mientras llenaban sus alforjas con sedicentes US$ 80.000 millones, con los contratos de obras públicas amañados, por lo cual CFK (y adláteres) está sometida a juicio por presunta jefa de una asociación ilícita para delinquir.

También, repito, legó 12 millones de pobres y tuvo el tupé el actual ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, de decir que Alemania tenía más pobres que la Argentina, y siguen echando la culpa de todos los males que estamos padeciendo actualmente, al anterior presidente Macri (no sé cómo no les cae la cara de vergüenza, es que la tienen de piedra). Su único error -reconozco- es no haber tenido la determinación de llevar a cabo las reformas de segunda generación, y desarrollar una política económica gradualista y no haber encarado -con energía- las reformas del Estado, reduciendo los empleados públicos que de 1.900.000 fueron elevados por el kirchnerismo a tres millones y medio; la Tributaria, para mermar la presión fiscal -que aumentó el cuarto gobienro K- confiscatoria según la Corte Suprema de Justicia de la Nación; como también reformar las leyes laborales, copia de la «Carta de Lavoro» de Benito Mussolini para eliminar el sindicalismo prebendario, que se enriquece, mientras los operarios se empobrecen, a fin de dar cumplimiento al artículo 14 bis de la Constitución que establece una «organización libre y democrática, reconocida por un simple registro especial», y así termianar con el ‘supuesto’ enriquecimiento (‘ilícito’) de -v.gr.- personajes execrables, como Hugo Moyano y familia.

Le sigo reclamando al presidente Fernández el plan económico -que brilla por su ausencia que le pide el FMI para cualquier acuerdo-, que livianamente ignora la imprescindible necesidad de que, con metas a alcanzar, determine la capacidad de pago del país, movilice inversiones (no tratar a los empresarios de miserables) para eliminar las trabas de normas laborales que entorpecen la producción y productividad, la creación de riqueza y el bienestar general, y al tiempo que se reduzcan la pobreza y la miseria (superando 50% de la población) elevadas a la décima décima potencia por el kirchnerismo; en un país como Argentina pródiga en fertilidad -produce alimentos para 400 millones de almas-; rica en minerales preciosos, gas y petróleo; por lo cual el mundo entero se asombra por el estado actual mísero de Argentina.

Lo que carecemos desde 1946, salvo honrosas excepciones, es de una clase dirigente capaz y honesta para «…promover el bienestar general, y asegurar para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino: invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia». Preámbulo de la sabia Constitución Nacional de 1853/1860, que el presidente Alberto Fernández y la vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner, deben respetar (y hacer respetar) y obrar en consecuencia.

Con cordiales saludos.

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