Por José Luis Milia.-

«Si jamás independiente
Veo el suelo en que he cantado,
No me entierren en sagrado
Donde una cruz me recuerde:
Entiérrenme en campo verde,
¡Donde me pise el ganado!»

Rafael Obligado, Santos Vega

Desde hace setenta años la Argentina es una repetición de modelos estatales fallidos. La ineptitud, la prepotencia y la injusticia han sido los dogmas que han definido la imperfección del sistema. En realidad, si rascásemos un poco la pintura con la que quieren diferenciar estos modelos, la realidad nos dice que no se trata de distintos modelos sino variantes de un mismo plan político, el populismo, cuyo objetivo es tener a disposición del gobierno una base electoral sumisa y pedigüeña.

Hoy la república está fundida y por ende al modelo se le acabó la cuerda. No hace falta parafrasear a Lenin para saber que el pobrismo es la “etapa superior” del populismo. No hay lugar para un impuesto más y ese plan que alguna vez llamaron, pomposamente, justicia social hace agua por los cuatro costados. En una muestra de porfiada miopía todos los gobiernos -radicales, peronistas y, también hay que decirlo, militares- han hecho el mismo camino y tropezado con la misma piedra. Las repetidas animaladas cometidas a lo largo de setenta años nos han dejado un resultado lamentable: una inflación por encima del 45% y subiendo, el 71% de los menores de 17 años son pobres de toda pobreza y el resto, aquellos que por la estructura económica de sus familias disponen de mejores medios escolares, solo piensan en irse del país.

La llave maestra de esta “etapa superior” del populismo, plan se repite año a año, es dejar la educación pública en manos de improvisados cuando no de marginales iletrados, los brahmanes Nac & Pop -sean del socialismo nacional o de la internacional social demócrata- se aseguran, con los resultados previsibles de una educación ni siquiera elemental, el vasallaje de la creciente pobreza.

Setenta años de populismo han dejado un país sin identidad, salvo la que el fútbol le “devuelve” cada cuatro años en un mundial, se ha creado un país donde la defensa nacional es mala palabra y se contempla con indiferencia como se escatiman medios a las Fuerzas Armadas o, directamente, se las persigue, mientras el mar argentino es saqueado como prólogo de futuras piraterías; se ha logrado un país que hoy es un mentís rotundo a lo que fue la divisa de lo que era la sexta economía del mundo: la movilidad social que imperaba en él para que sea, hoy, un país donde las diferencias sociales son tan extremas que hasta la seguridad y la salud tienen que ver con lo que cada uno tiene en el bolsillo. Los ejemplos están al canto, en la pandemia el 76% de los muertos eran pobres, como son pobres la gran mayoría de los asesinados en entraderas, arrebatos y robos en general.

Todo esto -la casta que vive del estado, la desigualdad social, la corrupción, la incapacidad de definir políticas de estado- nos interpela a nosotros y a nadie más. En lo que se refiere a gobiernos civiles la Argentina ha saltado, en los últimos setenta años, del radicalismo al peronismo y viceversa. Los argentinos, que hemos crecido con la fantasía de ser el país más culto de la América Española, hoy debemos enfrentarnos a la patética realidad de saber que no somos otra cosa que una multitud de seres anímicamente ignorantes, incapaces de vivir sin un caudillo que nos dirija.

La generación más preclara que dio la Argentina pensó, a fines del siglo XIX que, con la educación, el trabajo y el aporte cultural europeo ese país de dos millones de habitantes donde la gran mayoría era analfabeta, crecería económica y culturalmente, y terminaría con el caudillaje. Pero pese a este esfuerzo, las elecciones de Yrigoyen en 1912 y Perón en 1946, demostraron que la educación no había podido doblegar la mentalidad lacayuna que está en el ADN de los argentinos.

Hoy seguimos inventándonos caudillos, aunque estos sean de papel maché y solo esperamos de ellos promesas grandilocuentes pero vacías o extravagantes -“con la democracia se cura, se educa se come”, “Les vamos a dejar un país mucho mejor del que nos tocó recibir.”- que aun sabiendo que son mentiras esperamos, en nuestra necedad congénita, que estas se conviertan en el mantra que nos rescate de nuestras desgracias.

Si hoy no somos conscientes que estamos a un paso del abismo, si no queremos ver que quienes detentan el poder pertenecen a una banda cuya perversidad pocas veces ha sido vista en la Argentina, pero que quienes dicen oponerse a ellos son cobardes y también ignorantes, empecemos a pensar que la Argentina pujante y fuerte, fue solo un sueño mal soñado.

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