Por Jorge Raventos.-

El presupuesto de Sergio Massa atravesó exitosamente fines de octubre la prueba de la Cámara de Diputados. Una prueba de poder. Cuando era presidente del cuerpo legislativo, Massa sufrió un revés al no obtener la aprobación para el presupuesto 2022 que había diseñado Martín Guzmán. Esta vez, desde el cargo que Guzmán abandonó al comienzo de julio y que él asumió un mes más tarde, no solo evitó un rechazo del presupuesto del año próximo, que habría desmantelado sus presentaciones ante el FMI y ante influyentes sectores de Washington estadounidense, ámbitos que aprecian su capacidad de construcción política, sino que atravesó la Cámara Baja con 180 votos positivos, que incluyeron muchos respaldos de la oposición (Juntos por el Cambio votó dividido: el radicalismo apoyó, la Coalición Cívica de Elisa Carrió rechazó y el Pro se abstuvo: en total, los distintos matices de la reticencia quedaron limitados a 71 diputados). El paso por el Senado será confirmatorio.

Cambio de rumbo

Massa sumó a su listado de logros el acuerdo alcanzado esta semana para refinanciar la deuda con el Club de París y el anuncio, originado en una alta fuente del gobierno de Joe Biden, de que Estados Unidos está a punto de firmar un nuevo acuerdo de intercambio de información financiera con Argentina que permitirá seguir la huella precisa en aquel país de bienes de argentinos que eludieron obligaciones impositivas. Se calcula esos bienes en unos 100.000 millones de dólares. La información con la que podrá contar Argentina permitirá capturar divisas fugadas. Massa ha ido consolidando un poder que se evidencia en sus logros pero, por sobre ellos, en que ha iniciado un rumbo de revinculación con el mundo y de búsqueda de estabilización y crecimiento.

Ciertos críticos del ministro devalúan estos éxitos y, además de indignarse con los opositores que le facilitaron la aprobación del presupuesto, remarcan que el paso de ese proyecto por la Cámara de Diputados estuvo lejos de mostrar una marcha arrolladora. Puntualizan que Massa tuvo que hacer concesiones y dejó caer, por ejemplo, el artículo 95 del proyecto que prorrogaba hasta el 31 de diciembre del año próximo la facultad del Poder Ejecutivo de fijar retenciones a la producción agropecuaria con un tope en la alícuota del 33 por ciento del valor imponible. En rigor, Massa no es un fanático de las retenciones (de hecho, a través del llamado “dólar soja” contribuyó a neutralizarlas, así haya sido con plazo fijo y para un solo producto), de modo que la presión sobre el artículo 95 fue un golpear a puertas entornadas:

Los críticos señalan además que “perdió” ante la resistencia opositora en el punto que establecía que todos los jueces y funcionarios de la Justicia deben tributar el impuesto a las ganancias. Pero ese intento -disparador de un encendido debate que movilizó la capacidad de lobbying de la corporación judicial- no parece haber sido una cuestión de interés particular para el Ministerio de Economía, sino más bien otra batalla en la que decidió empeñarse el kirchnerismo. Más específicamente, a su jefa.

En busca de otros puntos flojos del ministro, sus críticos anotan que habría perdido del respaldo de la señora de Kirchner y de su hijo. En el primer caso, citan como ejemplo el tuit de la vicepresidenta en el que impugna como “inaceptable el aumento de 13,8% que otorgó el Gobierno a las empresas de medicina prepaga”. En cuanto a su hijo Máximo, destacan que no se sumó para conseguir quórum en la sesión donde se aprobaría el presupuesto, un detalle verídico pero, si se quiere, poco significativo, ya que su presencia no era determinante. Por lo demás, los diputados de La Cámpora, su agrupación, estuvieron sentados en sus bancas y todos -incluido el joven Kirchner- votaron afirmativamente.

Por otra parte, si bien se mira, la presumible reticencia del camporismo y de la propia señora de Kirchner al derrotero que ha encarado Massa agregaría mérito al logro del ministro. O, si se quiere, probaría que él está encarando un rumbo que, por distintos motivos y con diferentes grados de simpatía, la mayoría de los actores políticos (desde opositores externos hasta rivales internos) considera ineludible y al que deben resignarse.

Que en una atmósfera política intoxicada por la llamada grieta Massa esté, en los hechos, operando con éxito la convergencia de intereses contradictorios luce como un milagro. Paralelamente van gestándose en el subsuelo social las condiciones de nuevos consensos, Es la búsqueda de un objetivo más allá del desgastado modelo de paternalismo estatal y sustitución de importaciones, un carromato desvencijado en tiempo de jets, drones y satélites.

A dos meses de asumir un ministerio que era “un hierro caliente”, es posible apreciar que Massa ha introducido un clima de mayor sensatez y búsqueda de diálogos entre los actores económicos. Y ha conseguido construir poder en un paisaje de dispersión. Pero con cada día que pasa, sin desmerecer las soluciones oportunas que el Ministerio de Economía ha ido suscitando, crecen las exigencias de continuidad de los cambios y de pasos más ambiciosos. Es una impaciencia de los hechos, más que una intolerancia de los actores. El cambio necesita encontrar su apoyatura política genuina.

Pasos obstruidos

No se habían terminado de contar los votos que aprobaron en la Cámara de Diputados el proyecto de Ley de Presupuesto cuando en ese mismo ámbito se reactivaba la presión destinada a eliminar las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO). El proyecto respectivo no fue presentado por el kirchnerismo, sino por un diputado rionegrino del bloque Provincias Unidas.

Sin embargo, para que no quedaran dudas sobre la fuente inspiradora, el ministro de Interior, el camporista Wado De Pedro, alentó clamorosamente la idea, asumiendo la vocería de gobernadores e intendentes. “La mayoría de los gobernadores e intendentes del Frente de Todos no quieren que haya PASO” el año próximo, proclamó De Pedro. Fue una pintoresca demostración del pluralismo que reina en la Casa Rosada: el jefe formal de De Pedro, Alberto Fernández, insiste en que las PASO deben mantenerse. “Por eso -explica el ministro- se generan tensiones: porque la mayoría de los gobernadores e intendentes quieren convencerlo de la idea que tienen ellos».

Las tensiones provienen, en verdad, de que el kirchnerismo y la Presidencia tienen objetivos contrapuestos. Fernández -que, pese a su debilidad, retiene la lapicera del Ejecutivo-, sosteniendo las PASO, pretende al menos ostentar hasta dentro de algunos meses la condición de precandidato presidencial para sostener con respiración artificial su decaído mandato, el kirchnerismo quiere apurar una concentración del poder interno en manos de la vice.

La eliminación de las primarias refleja, implícitamente, el escepticismo con el que buena parte del oficialismo evalúa sus posibilidades en la contienda nacional y una tendencia defensiva a refugiarse en situaciones locales. La mayoría de los dirigentes territoriales del peronismo (así como el sindicalismo y los movimientos sociales) son hoy muy escépticos sobre las chances oficialistas de imponerse en la elección presidencial de 2023. Y ese escepticismo alcanza niveles desbordantes cuando se baraja el supuesto de que la máxima candidatura esté a nombre de la señora de Kirchner o del actual Presidente. En verdad, hoy el peronismo no visualiza con claridad un candidato competitivo.

Caminos nuevos

La resistencia a la eliminación de las PASO no es exclusiva en el oficialismo del Presidente y su círculo: también defienden su vigencia sectores como los movimientos sociales y la CGT. Sería un error, sin embargo, considerarlos seguidores de Alberto Fernández en virtud de esa coincidencia. A esta altura de los acontecimientos sólo tienen en común la resistencia a los intentos de hegemonía K.

Aunque celebraron el 17 de octubre por separado, gremios y movimientos sociales convergen en la pelea interna para enfrentar al camporismo. Las reuniones entre las planas mayores de ambas ramas se han vuelto habituales. Hecho revelador: el presidente Alberto Fernández no participó en ninguno de los actos del 17 de octubre: ni se invitó ni fue invitado.

Aunque se muevan junto a Fernández para contener las políticas impulsadas por el cristinismo, estos actores tienden ahora a hacerlo con creciente autonomía. El movimiento obrero puso en marcha un brazo político propio -el Movimiento Nacional Político Sindical- destinado a hacer oír su voz a la hora de discutir posiciones listas y opciones electorales. El Movimiento Evita, por su parte, tiene en funcionamiento un partido político propio -“Patria de los comunes” es su nombre- con estructuras en muchos municipios del Gran Buenos Aires y en media docena de provincias. Otro movimiento social, la Corriente Clasista Combativa, también tiene una organización política propia con personería: el Partido del Trabajo y el Pueblo. Son piezas de una deconstrucción (la del Frente de Todos) que se aceitan para formar parte de nuevos dispositivos.

Observado desde cierta distancia, el paisaje político muestra varios fenómenos paralelos: centrifugación del sistema político, tanto en el oficialismo como en la oposición; simultáneamente, un proceso de reconstrucción incipiente de poder, encarnado por Sergio Massa en el seno del gobierno. Y, menos visible, pero notorio, un impulso de reconstrucción por el centro y por encima de la grieta en el que convergen diferentes actores.

Desde otra mirada, Miguel Pichetto ha planteado que en las programadas elecciones de 2023 debería haber una opción tan clara como la que se presentó en los comicios brasileros entre el presidente Joao Bolsonaro y el ex presidente Luis Inacio Lula Da Silva: «En Brasil jugaron los titulares, los dos líderes, Lula y Bolsonaro -indicó Pichetto-; es un buen ejemplo para lo que tiene que pasar en el país, no se puede hacer política con los suplentes”.

Más allá del escenario electoral que sugiere, la preposición de Pichetto contiene una constatación irrebatible: tanto Macri como la señora de Kirchner son hoy las figuras centrales de sus respectivas coaliciones. Podría acotarse que en ambos casos se trata de una centralidad inercial: la mantienen porque la tuvieron y, si bien todavía ninguno de los dos ha sido desplazado de esa posición, en los dos casos el rozamiento con la realidad los ha erosionado.

La señora de Kirchner y Macri representan claramente a los núcleos más intensos de sus fuerzas políticas pero también tanto una como el otro encabezan los rankings de opinión negativa en los estudios demoscópicos: ganan entre los propios, pero son “piantavotos” en el resto del electorado, son incentivos del voto de rechazo: se vota contra ellos.

El liderazgo de la señora de Kirchner ha perdido muchos de los influjos que ejercitó en el pasado (no solo tuvo que cederle la candidatura a Alberto Fernández en 2019, sino que actualmente se desgrana su poder hasta en el Senado que preside, suele perder batallas en las que se empeña y, en fin, debe sostener una política económica -la que ejecuta Massa- contraria a la que ella siempre auspició).

Versus el camporismo

Un vocero principal de La Cámpora, instrumento preferido de la señora, Andrés Larroque, declaró el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional “es evidente que no funcionó” y “está caído de hecho”. Juan Manzur, todavía Jefe de Gabinete y acreditado vocero de los gobernadores del Norte Grande, retrucó “no está caído para nada”.

Esa divergencia es apenas una señal visible de la fragmentación que afecta íntimamente al oficialismo, una fractura que emerge a pesar de los recurrentes llamados a mantener la unidad para evitar una catástrofe y más allá, inclusive, de la cautela que exhibe la máxima referente de La Cámpora, la señora de Kirchner, que refrena los juicios negativos sobre la situación que algunos le atribuyen, para no serruchar la rama que también a ella la sustenta.

Aunque por ahora no hay cuestionamientos explícitos a Massa, piloto inequívoco del actual rumbo económico que se asienta sobre el acuerdo con el FMI, el camporismo se mueve en otra dirección. El documento que el contingente juvenil K suscribió con otras organizaciones y fue difundido en el módico acto que protagonizaron el 17 de octubre en Plaza de Mayo, lo manifestó sin tapujos. Ese texto reclamaba “restaurar el rol del Estado en el control y planificación de la economía”, establecer “mayores controles a los precios”, priorizar una política de sustitución de importaciones, derogar la Ley de Entidades Financieras y diseñar el sistema financiero con eje en la banca pública estatal con “control popular del Banco Central”, estricto control del comercio exterior y, como frutilla del postre, promover una reforma judicial, generar otra Corte Suprema y avanzar hacia una nueva Constitución Nacional.

Ese programa aleja aún más al camporismo y sus aliados del pensamiento que empieza a predominar en el peronismo, incrementa su aislamiento en ese espacio y lo aproxima al de las corrientes de izquierda con las que por ahora compite en el conurbano (“golpear juntos, marchar separados”). Si su conducta política fuera consistente con sus declaraciones públicas y no hubiera de por medio situaciones de poder y cajas muy sensibles que defender, el camporismo habría optado por entorpecer la aprobación de la ley de Presupuesto, pero no lo hizo. Esa tensión entre la realidad y la ideología los encierra por ahora en el doble discurso.

Macri siente la tensión en Juntos por el Cambio e inclusive en el mismo partido que él fundó, el Pro. En la coalición, la figura del expresidente es fuertemente cuestionada por la opinión mayoritaria del radicalismo, que pugna por dar vuelta la página de su administración y por cambiar significativamente la relación de dominio que el macrismo impuso largamente a sus socios políticos.

Facundo Manes, la estrella en ascenso de la UCR, es quizás quien expresa con más elocuencia ese recelo: “tanto el expresidente como Cristina Fernández de Kirchner no nos permiten pensar en un país”, supo decir, además de imputar a Macri “populismo institucional” y recordar operaciones de espionaje político durante su gobierno. Gerardo Morales, por su parte, ha dicho que “Macri debe tener un rol más de aconsejar, por las experiencias que ha tenido a la hora de gobernar. Ya pasó el tiempo y tiene que dejarle espacio a otros referentes, del PRO, de la UCR y de otros partidos, donde resolveremos nuestras internas en las PASO”. En el reciente acto de homenaje a Raúl Alfonsín -al que asistió Horacio Rodríguez Larreta- tanto Morales como Martín Lousteau apuntaron contra flancos del creador del Pro.

Dentro del Pro, tanto Rodríguez Larreta como Patricia Bullrich (que comparte con el expresidente el estilo de los halcones de su partido, pero se muestra decidida a volar sola si la situación lo requiere) aspiran explícitamente a alcanzar la centralidad que todavía ejerce Macri. Larreta parece dispuesto a practicar en la Capital sus planes de ampliación de la base de sustentación, aun a riesgo de que su sucesión beneficie a un radical, como Lousteau.

La discusión todavía en borrador sobre la subsistencia o la suspensión de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias hay que comprenderla en el contexto de tantas legítimas ambiciones contrapuestas. Con PASO vigente, las reticencias al dominio inercial del cristinismo en el Frente de Todos podrían quizás encaminarse a través de presentaciones disidentes en distintos niveles y en la búsqueda de una candidatura presidencial que pueda ayudar al conjunto a una elección competitiva. Sin PASO, la organización de las listas (y la negociación de las candidaturas principales) se verticaliza y territorializa, se incrementa la influencia de las jefaturas provinciales y municipales. Si esa influencia no se ejerce con ponderación, el riesgo es el debilitamiento representativo, la dispersión y la pérdida de votos en la elección general.

Para Juntos por el Cambio las PASO son una vía indispensable para zanjar con alguna objetividad los tironeos internos. Pero ese camino no está despejado de problemas. Con al menos cuatro fuerzas involucradas (Pro, UCR, Coalición Cívica, Republicanos Federales de Pichetto), hay un primer problema en el diseño de las listas: ¿habrá, por ejemplo, binomios presidenciales mixtos o puros por fuerza política? ¿cómo se resolverán las disputas propias de cada partido (por caso, quién iría por el Pro en una eventual fórmula conjunta con la UCR: Bullrich, Larreta, Macri?). Si se opta por listas puras por partido en las PASO, ¿cómo se definirá el orden? El radicalismo tiene tradición de internas autónomas (no organizadas por el Estado, como las PASO) y también tiene instituciones propias, como la Convención, que podría darle solución al problema. Pero, ¿el Pro?

Macri, que publicó su segundo libro pero sigue sin definir si él será candidato o no, declaró que intervendrá para garantizar que el Pro defienda posiciones firmes. No parece que la autoridad del expresidente alcance para arbitrar esa diferencia. Y si él mismo se postula y alcanza ese objetivo derrotando a Larreta, debería después afrontar el problema del “techo bajo” que la opinión negativa sobre Macri impondría al Pro y, eventualmente, a la coalición opositora).

Lo que también ocurriría es que una presentación del expresidente taponaría las posibilidades de Patricia Bullrich los dos pescan en la misma pecera. Esa situación podría dibujar otro mapa: ¿no se sentiría tentada Bullrich de probar una alianza con Javier Milei? Según una encuesta reciente hay una gran porción de futuros votantes (38 por ciento) que dice preferir que el próximo gobierno sea de un partido nuevo, no del Frente de Todos ni de Juntos por el Cambio. Esa encuesta también genera expectativas en el espectro amplio del peronismo no kirchnerista y antikirchnerista.

Un centro vigoroso

Con el barullo que impera en el oficialismo y los conflictos internos que cruzan a la coalición opositora, parece natural que irrumpan nuevos actores, dispuestos a discutir la polarización entre aquellos. El fortalecimiento del fenómeno libertario -que refleja también u n clima de época- se hace notar en las encuestas, donde la figura de Javier Milei se entrevera ya con los precandidatos más establecidos.

Paralelamente, vuelve a emerger la tentación de una fuerza que vaya más allá de la grieta, con base principal en el peronismo. El cordobés Juan Schiaretti proclamó en Buenos Aires (invitado por la Facultad de Ciencias Económicas que es, si se mira atentamente, un sitio institucional controlado por el radicalismo) que “hay un 60 por ciento que quiere que aparezca algo nuevo, que no sea ni el Frente de todos ni Cambiemos. Hay que animarse a hacer algo nuevo». Aunque se trate de algo obvio, subrayó que «nosotros no tenemos nada que ver con el kirchnerismo, ni vamos a discutir nada en una PASO con ellos» y en cuanto a Juntos por el Cambio, destacó que “basta ver que allí dentro de los candidatos a presidente no hay ninguno del radicalismo».

Schiaretti mantiene abiertos los canales con radicales como Gerardo Morales, presidente de la UCR, Facundo Manes y Martín Lousteau. El ex gobernador de Salta Juan Manuel Urtubey acaba de confirmar que «estamos trabajando con el gobernador Schiaretti y dirigentes de distintas provincias, mucho más de lo que en la apariencia se ve, para construir un espacio para saltar la grieta. porque estamos frente a una etapa agotada de la Argentina».

Por cierto, desde dentro y fuera del oficialismo y la oposición se observan movimientos que buscan salir de esa “etapa agotada”. Y aunque no todos converjan en una fuerza común, expresan en conjunto la tendencia al cambio. El martes 1° de noviembre, después de que Juan Schiaretti lo impulsara como candidato a sucederlo en la provincia de Córdoba, Martín Llaryora, hoy intendente de la capital cordobesa, anunció que el propio Schiaretti “está a punto de lanzarse y ojalá sea el próximo presidente”. Llaryora agregó que el actual gobernador “cree que hay que encabezar algo amplio, ya que esta grieta entre dos esquemas que ya fracasaron en la gestión de la Argentina, divide y generan odio. Hay que salir con acuerdos nacionales en este momento difícil. Schiaretti quiere crear, con dirigentes de otros partidos, un marco, una tercera posición que, si gana, va a intentar generar acuerdos nacionales”.

Entre la deconstrucción de un modelo y una estructura de poder que hacen agua y la reconstrucción del sistema político, de modo de que sirva para la integración del país y su integración plena en las posibilidades que el mundo le ofrece, la Argentina avanza en una transición en la que empieza a construir poder al tiempo que cambia el rumbo. Se requiere un sistema capaz de darle continuidad, velocidad y profundidad a los cambios que hoy, pese a todo, están en marcha.

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