Por Enrique Guillermo Avogadro.-

“A este pozo no rodé;
me mudé con gran trabajo”.
María Elena Walsh.

En 2019, un sector de la sociedad, aterrada ante la necesidad de mirarse en el espejo, reconocerse y aceptar que debía corregir conductas irresponsables generadas por décadas de populismo, prefirió cerrar los ojos, ilusionarse con una fiesta que nadie pagaría y así devolvió al poder al kirchnerismo, pese a la pornográfica exhibición de su masiva corrupción que constituyó la famosa “causa de los cuadernos”, olvidando hasta el asesinato del Fiscal Alberto Nisman. Hoy, ante una realidad que lo ha golpeado como nunca antes, llora ese sector, engrosado por una juventud sin futuro.

El miércoles, en la Argentina, llegamos a la simbólica cifra de 100.000 muertos por Covid, una verdadera catástrofe si se compara ese número de víctimas con las que produjeron otras tragedias que nos enlutaron en los últimos cincuenta años; no haré un inventario de éstas, porque cada uno de nosotros las recuerda con enorme dolor. Pero todo nos dice que este hito terrible resulta imputable, sin ninguna duda, a una inédita conjunción de latrocinio, soberbia, ideología, impunidad, ignorancia, autoritarismo, inmoralidad, privilegios, complicidad y, sobre todo, torpeza.

Una vez más, nuestro país ha destacado su lamentable originalidad en el concierto planetario. Porque, mientras la pandemia sembraba tantos cadáveres, el Gobierno se las arregló para lograr uno de los peores desempeños económicos, con una caída tan abismal en el PBI que ninguno de nuestros vecinos remotamente ha sufrido. La marca que dejó la irracional cuarentena, la más larga del mundo, medida en cierre de empresas, en pérdida de puestos de trabajo, en huida masiva de compañías, en aislamiento económico, en hundimiento de la clase media, en la miseria y el hambre que azota los distintos conurbanos, nos ha hecho retroceder casi setenta años en todos los parámetros con que se mide la evolución social.

Y, a ese siniestro puchero le agregó el destructivo huracán que voluntariamente, en inmunda complicidad con los gremios docentes, desató sobre la educación en todos sus niveles, centrando el ojo de la tormenta en los más chicos, de los cuales más de un millón no ha tenido clases durante un año y medio, y eso sin contar las gigantescas deficiencias de los pocos que pudieron acceder a la conectividad para la enseñanza virtual. Este dramático daño producido en nuestros niños y jóvenes, según los expertos, ya reviste característica de irreversible, y lo mismo sucede con los cientos de miles que han abandonado la escuela para siempre, muchos de los cuales se han transformado en “soldaditos” del narcotráfico, capaces de generar ingresos en economías familiares carentes por completo de ellos.

Pero, claro, el colmo fue la ideologizada y escandalosa compra de vacunas provenientes de países a los cuales la PresidenteVice considera sus “socios políticos” -Rusia y China (parece que, finalmente, no tendremos los ignotos experimentos cubanos)-, y de negociados, frustrados algunos -pero cobrados todos- con sus farmacéuticos locales cómplices, que nos impidieron acceder a las mejores existentes. Que el Gobierno se haya visto obligado a retroceder en chancletas ante el impacto político y social que este tema generó, no privó al príncipe heredero de despotricar contra Pfizer y, de paso, contra nuestros acreedores externos, mientras disparaba fuego amigo contra el Presidente Clown. Sólo una improbable investigación futura podrá determinar cuántas muertes se hubieran podido evitar -los “vacunatorios vip” y la inmunidad de los jerarcas servirá como prueba- de haberse actuado de otro modo y tal vez, sólo tal vez, algunos jueces determinen que los responsables paguen por esta verdadera masacre.

La frutilla del postre de la hipocresía gubernamental, ya probada acerbamente por la cooptación de los organismos de derechos humanos locales, obtenida con la permisividad frente a los hechos de estafa cometidos por éstos y la continuación de la inicua persecución a los ancianos militares y civiles imputados por delitos de lesa humanidad, fue la actitud ante la crisis cubana y la fenomenal y salvaje represión de la protesta civil con la que reaccionó el régimen, incluyendo la interrupción de Internet para evitar tanto la coordinación de las acciones ciudadanas cuanto la difusión de sus propias barbaridades. Alberto Fernández se negó a opinar sobre el tema, manifestando ignorar qué sucedía en la isla, replicando así su proceder ante los regímenes asesinos de Nicaragua y Venezuela.

Mientras invoca la teoría de la no intervención en asuntos internos de otro Estado para justificar su demoníaca prescindencia respecto a los acontecimientos en esos países, no se priva de inmiscuirse, conspirando con quienes apoyan al socialismo del siglo XXI, en los procesos políticos de Perú, Chile, Bolivia, Ecuador, Colombia, Brasil, Uruguay y, cuando no, de los propios Estados Unidos. De quien se pasó diez años despotricando contra su jefa en términos que ni siquiera la oposición al kirchnerismo se hubiera permitido usar y luego encabezar el regreso al poder de esta cleptocracia, no se podía esperar otra cosa porque, es obvio, Fernández es un gran sinvergüenza.

A riesgo de resultar reiterativo, insisto en la necesidad de que este arrepentimiento se traduzca en una asistencia masiva a las elecciones porque, sin duda, el aparato oficial, que dispone de tanto dinero para solventar sus gastos de campaña, llevará a los más pobres, bajo claras y repetidas amenazas de perder sus planes y subsidios, a votar a favor de los candidatos de esta verdadera asociación ilícita llamada kirchnerismo, que pretende perpetuarse para obtener impunidad y seguir robando.

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