Por Luis Américo Illuminati.-

Tanto Esopo como La Fontaine y Samaniego han coincidido en la fábula llamada «Las ranas piden rey», la cual tiene un profundo sentido metafórico-político, donde se pueden sacar diversas connotaciones y asociaciones sobre el origen del poder, el sujeto elegido para que gobierne, su benevolencia o su malignidad, y si el poder es de origen divino o simplemente es el resultado de la inteligencia o ceguera de un pueblo, como en el caso argentino, que tiene su propio mecanismo de infelicidad y tragedia recurrente desde hace 70 años.

Nos emancipamos de España, que fue el resultado de varios factores, entre ellos, un malestar que fue creciendo y la conciencia de un despertar, de una desposesión provisional que en todo orden hace de una heteronomía laboriosamente definida y onerosamente practicada el camino necesario de una verdadera autonomía.

La libertad es un don celestial que hace del hombre un ser feliz o infeliz por el buen o mal uso de la misma. No se trata de un proceso dialéctico sino antes bien, de un progreso real, de una conquista, de una creación continuada que lejos de encerrarnos en nuestra inmanencia inicial, nos abre, nos impulsa a superarnos sin cesar, y nos revela que vamos hacia una reintegración total o a un fracaso irremediable. La Argentina ha tenido hasta ahora marchas y contramarchas en su azaroso camino. La sociedad o el pueblo es quien elige su destino para bien o para mal. A un pueblo que no piensa porque es masa se lo suele comparar con un rebaño de ovejas, con piaras de cerdos, manadas de asnos o ranas croando a las orillas de un estanque o pantano. Para describir el actual drama argentino hemos elegido estas últimas como artífices de su bienestar, malestar o ruina total.

Cansadas las ranas del propio desorden y anarquía en que vivían, le pidieron a Júpiter que les enviara un rey. Entonces Júpiter, atendiendo a la petición de las ranas, les envió un grueso leño al pantano donde vivían. Espantadas las ranas por el ruido que hizo el leño al caer, se escondieron donde mejor pudieron. Por fin, viendo que el leño no se movía más, fueron saliendo a la superficie y dada la quietud que predominaba, empezaron a sentir tan grande desprecio por el nuevo rey, que brincaban sobre él y se le sentaban encima, burlándose sin descanso. Y así, sintiéndose humilladas por tener de monarca a un simple madero, volvieron donde Zeus, pidiéndole que les cambiara al rey, pues éste era de madera. Indignado Zeus, les mandó una activa serpiente de agua que las puso a trabajar para ella y después las fue devorando en etapas sucesivas. Ocurrió que la víbora quería perpetuarse en el poder, de modo que puso a gobernar a un zorrino que convirtió el pantano en una ciénaga. Entonces, cuando ya terminaba el período de gobierno, buscó un cerdo, al que conocía muy bien, el cual hizo lo único que sabe hacer, revolcarse en el fango. Las ranas sobrevivientes por tercera vez pidieron ayuda a Júpiter, quien les preguntó si querían que las gobernara un cocodrilo o un águila. Las ranas dijeron que lo decidiera la diosa democracia. Bien, dijo Júpiter, ya que quieren eso, háganlo y se alejó. Finalmente, tras las elecciones y el ballotage ganó el cocodrilo, cuyo plan de gobierno era poner a freír las ranas. Y así lo hizo. El pantano entonces se convirtió en el reino de los cocodrilos.

Moraleja: cualquier parecido con la realidad argentina no es casualidad. Las ranas son los peronistas, la víbora es la Gran Madre «K», el zorrino es Alberto y el cerdo es Massa. Quién es el cocodrilo lo dejamos librado a la imaginación de los lectores, quienes a su gusto podrán modificar el final regresando la fábula al momento de las elecciones y elegir el águila. Cada uno sabrá si puede ser Javier Milei, Sergio Massa o Patricia Bullrich, o ninguno de los tres, mientras tanto, el águila aguarda su hora.

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