Por Paul Battistón.-

Quiroga se volvió desde San Luis a su Rioja con 100 hombres ofrecidos, tomó la ciudad y envió confesores a los pronto fusilados. Sarmiento se preguntaba: ¿Qué objeto tuvo para él esa revolución? Y se respondió a sí mismo, ninguno. Simplemente se ha sentido con fuerzas para hacerlo y lo hizo ¿es su culpa? No, sólo su naturaleza.

El peronismo volvió y con imberbes ofrecidos mató, destruyó y erigió falsos juicios para sus pronto fusilados. ¿El objeto? Ninguno en particular, sólo tenía la convicción para hacerlo y lo hizo. ¿Es su culpa? No, la barbarie es su naturaleza y debe ejercerla después de cultivarla.

Las blancas palomitas en guardapolvos igualadores no alcanzaban; debían ser más iguales. El cultivo de esa igualdad emparejada hacia abajo comenzó hace mucho y comenzaba temprano desde la lectura aperonada. Una mezquindad conveniente de conocimientos funcional a una pretensión de escasez de planteos. O de planteos inmunes hacia la doctrina pobrista y bárbara. Siempre practicada con movimientos de agitaciones aduladores al profeta sostenido con falsos antagonismos hacia enemigos convenientemente instituidos.

Cuando las crisis nos agobian surge la necesidad de escarbar en busca de analogías pasadas. Los orígenes repetidos parecen escapar al entendimiento ante una capacidad que viene cercenada desde hace mucho y apartada ante lo indiscutible de una doctrina a contra natura que no podría subsistir si de alguna forma no hubiera sido incorporada a nuestra enseñanza hipnopédica (a lo Huxley) de faltantes adrede y mitos necesarios.

Una señora afligida por haber tenido que pagar el pan a 380 después de caminar mucho y un notero asintiendo su aflicción con un “claro usted pagó 380 pero debería haber pagado 280, que es el precio sugerido por la secretaría de comercio”. Todo documentado en un sencillo video que no es de la época de Guillote “revolver” Moreno; tampoco de la lánguida era De la Rúa sino de los finales de los 80, apenas iniciado el reinado del emperador Carlos Saúl. Tal incapacidad de no entender algo en forma sostenida a través del tiempo sólo se puede lograr enseñado a no entenderlo. El adoctrinadero público atravesó inmune los cambios que surgieron tras los fracasos ideológicos, las crisis buscadas a costa de la idiotez crónica y los aportes del progreso tecnológico. Las aulas fueron convertidas en el mecanismo de enseñanza mezquina capaz de acotar el pensamiento libre a una libertad en el corral de las miserias alambrado con el 14bis como antídoto heredado para no ofender idiotas, apuñalando a Alberdi en el corazón de su constitución. Todo en nombre de una protección a manos de un estado en las manos convenientes. De ahí en más, la ingeniería de la miseria prepararía las sucesivas generaciones futuras hipnotizadas para no despertar de su proteccionismo ante un atisbo de peligrosa libertad y en caso de percibirla entonces temerle. Hasta un hecho definitorio como la caída de un muro lleno de muertes, puede el adoctrinadero público mezquinar en análisis como para pretender a no tan lejana distancia reedificarlo a pedido de las masas re idiotizadas. Estamos a punto de eso.

Atorvastatina, furosemida, enalapril, metformina distribuidos a mansalva son el atropello final visible resultado de una política de salud conformista heredera de un sanitarismo culposo y ostentado a nivel acuñación. El progreso cientista acojinado entre la humildad y el esfuerzo de Favaloro mide de pecado extremo a ser desfinanciado a razón de la imposibilidad de ser expatriado en el olvido lejano cual Houssay.

Sanitarismo evolucionado en dadores de muletas a los padecientes de piernas quebradas por la iatrogenia doctrinaria de la miseria digna.

Pero lo que ha alcanzado con la mayor soberbia el inequívoco lugar de lo desviado es el ajusticiadero ideológico (podría ser traducido verbalmente usando de soporte una sonrisa repugnante como “al enemigo ni justicia”). La apropiación del estado mismo no podía dejar suelto aquellos poderes de contrapeso ajenos al poder político. Todo hubiera estado incompleto.

Toda la existencia de un fuero (laboral) inclinado en su totalidad hacia fallos en una única dirección, ameritan plantearse la necesidad de su existencia. Resultaría más conveniente su reconversión a simple trámite de una carilla, evitándonos fortunas en magistrados, empleados, espacios físicos y profesionales innecesarios. Otros fueros van por el mismo camino. La pretensión final era (es) la usurpación total alcanzando la unidad en un gran fuero ideológico, ese que eligieron llamar en forma piloto como “legítima” y cuya base es el término pontificado “lawfare”.

No es necesario hacerlo por una cuestión de clara cronología pero cabe la tentación como en el caso del huevo y la gallina preguntarse qué fue primero si Gramsci o el peronismo.

Un estado impresentable en sus funciones básicas pero presente en cada una de sus no incumbencias es el resultado de esta trilogía de armas de destrucción moral iniciadas por el peronismo. El camino del merendero es el perfeccionamiento de la atrocidad, es ni más ni menos el pre adoctrinadero que asegurará la imposibilidad de adquirir los conocimientos peligrosos para el desarticulado de la trilogía de estas armas de destrucción moral.

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