Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del 26 de marzo, INFOBAE publicó un artículo de Silvia Mercado titulado “Por primera vez, las organizaciones de derechos humanos reivindicaron la lucha armada del ERP y Montoneros”. En una parte transcribe un párrafo leído el 24 de marzo en la Plaza de Mayo, al conmemorarse el cuadragésimo primer aniversario del golpe cívico-militar contra María Estela Martínez de Perón: “En esta Plaza, recordamos las luchas en los ingenios azucareros, las Ligas Agrarias, el Cordobazo, el Rosariazo y las comisiones internas en las fábricas, el movimiento sindical, estudiantil y popular, la militancia en las Organizaciones del Peronismo Revolucionario: UES, Montoneros, FAP, Sacerdotes del Tercer Mundo, y FAL; la tradición guevarista del PRT, Ejército Revolucionario del Pueblo; y las tradiciones socialistas y comunistas, Partido Comunista, Vanguardia Comunista, PCR y PST; y tantos espacios en los que miles de compañeros lucharon por una Patria justa, libre y solidaria”.

Los organismos de derechos humanos no hicieron más que blanquear un sentimiento que desde hace décadas viene siendo expresado por la señora Hebe de Bonafini cada vez que le toca hacer uso de un micrófono. Para ellos, la lucha armada del ERP y montoneros no sólo fue legítima sino también profundamente ética, ya que su objetivo era arrasar con el sistema capitalista vigente para luego instaurar el paraíso socialista. Los miles y miles de jóvenes que se alistaron en las organizaciones terroristas mencionadas perseguían el sueño de una patria justa, libre y soberana. La pregunta que cabe formularse era la siguiente: ¿eran tan idealistas los jefes del ERP y Montoneros? Porque a casi medio siglo de la tragedia de los setenta pareciera que gran parte de los jóvenes erpianos y montoneros fueron enviados al matadero, fueron literalmente sacrificados inútilmente. En efecto, el sueño de la patria socialista estaba condenado al fracaso desde el principio. ¿Por qué? En primer lugar, era imposible que los combatientes del ERP y los montoneros pudieran vencer al Ejército, por entonces orientado ideológicamente por la doctrina de la seguridad nacional. La disparidad de fuerzas era de tal magnitud que se trató de la crónica de un desastre anunciado. En segundo lugar, la cúpula del ERP y de Montoneros creyó que si se rebelaban contra un régimen político que había impuesto la proscripción del peronismo, las mayorías populares terminarían abrazando la causa socialista. Es cierto que las masas populares terminaron abrazando la causa, pero no fue la socialista sino la de las fuerzas armadas. Era imposible que prosperara la imposición del paraíso socialista en una sociedad nacionalista y profundamente católica.

La guerrilla tuvo su bautismo de fuego en mayo de 1970. El 29 de ese mes, jornada de celebración del día del Ejército, la cúpula montonera, integrada, entre otros, por Arrostito, Abal Medina, Ramus y Firmencih, secuestró al teniente general Pedro Eugenio Aramburu. A los pocos días el ex presidente de facto fue fusilado. La Argentina se conmocionó. La dictadura de Ongañía quedó en estado de shock. Bendecidos por Perón, los montoneros se dedicaron a partir de entonces a socavar las bases de legitimidad del régimen militar imperante. Incapaz de pacificar al país, el último presidente de facto del régimen, Alejandro Agustín Lanusse, se percató de que la única forma de salir del atolladero en que se encontraba el país era negociando con las fuerzas políticas el retorno a la democracia. Las elecciones del 11 de marzo de 1973 fueron la consecuencia del fracaso del antiperonismo en el poder entre 1955 y 1973. Las organizaciones guerrilleras tocaron el cielo con las manos el 25 de mayo de ese año, día en que asumió la fórmula Cámpora- Solano Lima. Es probable que la “juventud maravillosa” haya creído que el sueño del paraíso socialista estaba al alcance de la mano. Ese sueño se derrumbó como un castillo de naipes unos meses más tarde, cuando Perón echó al camporismo del gobierno. El anciano líder no había hecho otra cosa que de mostrarse tal como siempre fue: un caudillo de masas de derecha. Perón jamás fue de izquierda, progresista, para emplear este término tan en boga últimamente. Si durante su largo exilio bendijo a la guerrilla fue exclusivamente porque le era útil para sus planes políticos. A Perón le convenía que la guerrilla creara un ambiente de zozobra en la población, que pusiera en evidencia la incapacidad de los militares para garantizar el orden público. Una vez logrado su objetivo (ser nuevamente presidente de la nación) Perón se desentendió de los erpianos y de los montoneros. Ya no le servían. Al contrario, a partir de ese momento se habían convertido en un problema para su proyecto político. El clima que se respiraba era de guerra. Los guerrilleros se sentían, con toda razón, usados por el anciano líder. La aspiración de los montoneros de ejercer un cogobierno había estallado por los aires. Increíble que la cúpula montonera haya creído que Perón aceptaría mansamente aceptar a Firmenich al lado suyo gobernando el país. El atroz asesinato de Rucci fue el mensaje que le mandaron los montoneros a Perón para “convencerlo” de que debía aceptar el cogobierno. La respuesta de Perón fue impiadosa: ordenó el exterminio de los montoneros. A partir de entonces se desencadenó una feroz guerra interna entre la AAA y el sindicalismo, por un lado, y los montoneros, por el otro.

A los montoneros les importó un rábano la excepcional elección que había hecho Perón el 23 de septiembre de 1973. Resulta sorprendente que siguieran actuando como lo habían hecho durante la dictadura militar precedente. Desconocieron olímpicamente el principio fundamental de la democracia: la soberanía popular. El 62 por ciento del electorado había votado por Perón y su proyecto político, social y económico, que nada tenía que ver con la patria socialista. Los montoneros no sólo desafiaron a Perón sino también a la inmensa mayoría del pueblo que nunca comulgó con el marxismo. Enceguecidos y fuera de sí, los montoneros (también los erpianos) continuaron actuando como si Perón hubiese sido la continuidad de Lanusse. Se trató de un error estratégico que le causó a la Argentina sangre, sudor y lágrimas. Además, consciente o no tanto, terminaron siendo funcionales al proyecto político y económico que se estaba pergeñando en las entrañas del orden conservador. Fueron la excusa perfecta que necesitaba la oligarquía para derrocar a Isabel e instaurar un nuevo sistema económico de la mano de José Alfredo Martínez de Hoz. Fueron también la excusa perfecta que necesitaban las fuerzas armadas para instaurar el terrorismo de Estado.

En su edición del 26 de marzo, Página/ 12 publicó un artículo de Edgardo Mocca titulado “Unidad: ¿para el antagonismo o la alternancia?”. Dice el autor: “Antagonismo o alternancia: así está planteado el dilema actual de la política argentina. La palabra antagonismo tiene una mayoritaria mala prensa y es sistemáticamente demonizada por la academia oficial” (…) “Claro, el antagonismo argentino no tiene siempre el mismo nombre y la misma forma política, pero no puede dejar de rastrearse una huella histórica de los antagonismos argentinos. Al menos, hay una importante tradición política e intelectual que reconoce este linaje y hay además un parentesco innegable entre los movimientos nacionales-populares de nuestra historia. Suele decirse que el antagonismo es violento. Algún día habrá que reconocer que los momentos violentos de nuestra historia se asocian fundamentalmente al intento de borrar el antagonismo a fuerza de terror estatal”.

“En los últimos años reapareció el antagonismo político en el país. No es que no hubiera habido diferencias y contradicciones durante los gobiernos democráticos anteriores al kirchnerismo. Pero la construcción de un polo nacional-popular y democrático con capacidad de ganar y conservar el gobierno no había estado en la agenda hasta 2003, o para decirlo con más precisión, desde el levantamiento patronal-agrario del otoño-invierno del año 2008. Como no ocurría desde hacía muchísimos años quedó dibujado en ese episodio el arco de fuerzas sobre el que se sostiene un determinado régimen imperante en el país desde 1983” (…) “Desde entonces, las empresas oligopólicas de la comunicación, el sector más corrupto del Poder Judicial y los grandes grupos económicos concentrados fueron ocupando el rol de reguladores del conflicto y de muros defensivos de los negocios del gran capital local y multinacional que antes ocuparon las fuerzas armadas. En el sentido común predominante la reaparición de los antagonismos es una mala noticia: crea tensiones, enfrenta a las familias, a los grupos de amigos…Nada de eso puede negarse pero también hay que convenir que hoy advertimos todo lo que hemos perdido en términos materiales y culturales desde que se impusieron electoralmente los enemigos del conflicto político”.

“La voz de orden contra el antagonismo es la alternancia. Lo ideal para el relato de la Argentina “reconciliada” sería una experiencia en la que el gobierno rotara entre dos o tres partidos que discutieran y se pelaran mucho pero una vez en el gobierno respetaran invariablemente las reglas de juego del “libre mercado” y garantizaran la “seguridad jurídica” de los grandes negocios locales y globales” (…) “El plan para restablecer la normalidad política neoliberal del país-con alternancia incluida-está atravesando enormes y crecientes dificultades. El mes de marzo, que todavía no terminó, ha tenido registros muy contundentes de esas dificultades: actos obreros, movilizaciones femeninas, conflictos sindicales, memorias populares masivamente compartidas, han sumado más de una vez centenares de miles de personas en las calles del país, principalmente en su ciudad capital” (…) “Y la política se mueve al compás de ese cuadro de situación profundamente transformado. Las encuestas muestran el retroceso del macrismo en la mirada popular” (…) “No parece el mismo país que en los meses iniciales del gobierno en el que solamente las plazas populares, habitadas por un entusiasmo insólito entre los partidarios de una fuerza política recién derrotada, desentonaban en un cuadro de expectativas públicas y defecciones políticas que auguraban salud y larga vida para el proceso de “normalización nacional”.

“La gran cuestión es cómo la política formalmente organizada reacciona frente a este nuevo cuadro. Como es habitual desde hace unas cuantas décadas, el centro de la atención está colocado en el peronismo. En ese territorio las voces que proponían la “renovación” del movimiento, comprendida como la clausura total y definitiva de la experiencia kirchnerista, suenan hoy con menos potencia. De la centrifugación de fuerzas parlamentarias que buscaron abrigo en la promesa de desalojo de la anormalidad kirchnerista de todas sus posiciones, se pasó a un estado deliberativo que se extiende más allá de los límites formales del Frente para la Victoria” (…) “Ahora la cuestión en disputa no es la necesidad de la unidad sino su contenido, sus formas y sus límites. En el plano de las declaraciones y los documentos no parece haber demasiada diferencia en cuanto al sentido de la unidad: diferentes estructuras del PJ, la CGT, el grupo político que se inspira en los documentos del Papa y de Perón, los movimientos sociales, sindicales y culturales han ido delineando un programa de hecho que incluye defensa de la industria nacional, mejoramiento del salario, paritarias libres, no a la represión y judicialización de la protesta social, recuperación de la soberanía nacional, reapertura de planes y programas de desarrollo social, educativo, científico y cultural” (…).

“Los problemas de la unidad son muchos. En el centro están los enconos que acumula toda experiencia de gobierno tensa y prolongada en el tiempo y de los que el kirchnerismo no fue la excepción. Inmediatamente al lado de los enconos aparece el problema de las expectativas personales y de los grupos de pertenencia. La puesta al costado de estas cuestiones es un acto necesario de moral política porque lo contrario significaría simplemente que se ponen aspiraciones personales y particulares por encima del interés nacional” (…) “Está en juego la defensa y fortalecimiento de una alternativa real a las políticas que están en curso y no el armado de una herramienta para alternar armoniosamente en la administración de un pacto, nunca escrito pero plenamente operativo, que asegura que la democracia no se convierta en un desafío para los sectores privilegiados de la sociedad. La unidad política es unidad de lo diverso” (…) “La unidad es más exigente y contradictoria que el encierro en las propias certezas” (…) “Las multitudes de marzo y los millones de argentinos que comparten sus demandas y horizontes serán los testigos y jueces de lo que finalmente surja de la deliberación de los actores políticos”.

En la misma edición, Página/12 publicó un artículo de Alfredo Zaiat titulado “Castigo al consumo popular”. Su lectura es insoslayable. Dice el autor: “(…) El consumo es el motor de la economía argentina. No lo es ni la inversión pública y privada ni las exportaciones. Para combatir al “populismo”, objetivo principal manifestado abiertamente del gobierno de y para las élites, la mira oficial ha apuntado al consumo popular. Las agencias especializadas en monitorear expectativas económicas y la evolución del consumo coinciden con escasos puntos de diferencia que apenas un 20 por ciento de la población, el segmento medio-alto y alto de ingresos, ha podido mantener o subir su nivel de consumo. Una de esas manifestaciones fue el aumento extraordinario de la venta de autos de alta gama y el liderazgo en el ranking de ventas cero kilómetro 2016 de un modelo 4 por 4. Este resultado, como el record de viajes al exterior o el desembarco de marcas internacionales Premium en el mercado local, dificulta a los diseñadores del marketing oficial la tarea de neutralizar la convicción generalizada acerca de que se trata de un gobierno para ricos”.

“Los intelectuales del actual régimen lo reafirman una y otra vez difundiendo, algunos con fanatismo y otros con sutilezas, que la expansión del consumo popular es la raíz de todos los males, pasados y presentes de la historia nacional. Esa misión redentora, con declaraciones despectivas hacia el bienestar de los sectores populares por la compra de celulares, televisiones o viajes de placer, tuvo su correspondencia en una sucesión de medidas que castigaron el consumo popular. La enumeración de esas iniciativas, sin seguir un orden cronológico, es útil para dar cuenta de la dimensión de esa política deliberada de castigo a sectores medios y bajos: 1) eliminación de la devolución del 5 por ciento del IVA de compras con tarjetas de débito, beneficio que alentaba el consumo, la formalización de las transacciones comerciales y la bancarización; 2) eliminación del Plan Ahora 12 y 18 y sustituido por el de Precios Transparentes, un fiasco del Ministerio sin Producción a cargo de Francisco Cabrera” (…); 3) “la lenta y premeditada licuación de Precios Cuidados, plan que no es ni publicitado por el gobierno ni exhibido por los supermercados, está languideciendo; 4) la definición de paritarias 2016 por debajo de la inflación que implicaron la pérdida de 6 a 8 por ciento del salario real en trabajadores registrados y de 10 a 12 por ciento en informales” (…) “ 5) “limitar la negociación paritaria 2017. La de los docentes es el caso testigo de disciplinamiento de las demandas de los trabajadores, incluyendo la decisión de descontar los días de huelga” (…); 6) “la tasa de inflación anualizada se ubica por encima de la evolución de los ingresos promedio” (…); 7) “la implementación de tarifazos de hasta tres dígitos en agua, luz, gas, teléfono, celulares, combustibles, ABL, peajes, transporte, patentes” (…); 8) “el aumento de jubilaciones por debajo de la inflación en 2016: 32,3 versus 41,0 por ciento” (…); 9) “disminuyeron los beneficios del PAMI (recorte a los descuentos en medicamentos), lo que implica una mayor exigencia al ingreso disponible de un sector vulnerable, que debe reducir el consumo en otros bienes y servicios para atender uno básico de supervivencia; 10) aumento del desempleo y subempleo con la consiguiente caída de la masa salarial global de la economía” (…); 11) “permanente señal de ajuste fiscal emitida por funcionarios del área económica, aunque luego no sea llevada a la práctica pero es difundida para seguir seduciendo al mercado con el objetivo de conseguir financiamiento” (…) 12) “redefinición del Plan Pro.Cre.Ar que no facilita el acceso a la vivienda de sectores populares sino que lo induce a caer en la peligrosa trampa de la indexación de los créditos por la inflación” (…).

“El gobierno”, concluye Zaiat, “se está enfrentando en este año electoral al dilema de seguir atormentando el consumo popular para imponer una matriz distributiva regresiva del ingreso, que es la exigencia de diferentes facciones del poder económico a los que representa, y pretender legitimidad política en las urnas con el voto de parte de esa población castigada. Más que esperar que el consumo pueda encender el motor de la economía, objetivo improbable con la actual política económica, el gobierno pretende reiterar la táctica de elecciones pasadas. Consiste simplemente en confundir a sectores populares acerca de la situación para que avalen proyectos que van en contra de sus propios intereses”. Tomarlos de pelotudos, en suma.

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