Por Hernán Andrés Kruse.-

El 19 de septiembre de 2021, El Cohete a la Luna publicó un artículo de Aleardo Laría Rajneri titulado “El populismo de Milei”. Es importante la fecha porque en aquel momento no eran muchos quienes, como Rajneri, habían tomado conciencia de la irrupción fulgurante del libertario en el escenario político argentino.

Rajneri comienza su reflexión con una afirmación contundente: “El populismo de derecha llegó para quedarse”. Dicha frase logró impresionarme porque siempre consideré al liberalismo, aún su postura más extrema, el anarco-capitalismo, como la antítesis del populismo, al que siempre asocié con la izquierda. A partir de entonces, continúa Rajneri, Javier Milei no hizo más que seguir a pie juntillas las recomendaciones brindadas por Ernesto Laclau en “La razón populista”. Según el intelectual marxista el populismo constituye “una forma de construir lo político, consistente en establecer una frontera política que divide a la sociedad en dos campos, apelando a la movilización de los de abajo frente a los de arriba”. El populismo toma vigor si se dan tres condiciones fundamentales: 1) la construcción de una relación o vínculo solidario entre una serie de demandas insatisfechas, construcción que termina configurando “una cadena equivalencial”. Si en un momento determinado, tal como acontece en la Argentina actual, hay demandas insatisfechas de toda índole, laborales, sanitarias, educacionales, etc., entre ellas surge un proceso de mutua retroalimentación. La sociedad se transforma en un volcán a punto de entrar en erupción. Es el momento del populismo, afirma Rajneri. 2) A partir de semejante escenario debe elaborarse un discurso que legitime la división de la sociedad en dos sectores antagónicos: por un lado, los de abajo, es decir, el pueblo; por el otro, los de arriba, es decir la élite que detenta el poder. 3) Finalmente, el relato legitimante se cristaliza en torno a un líder carismático que representa al pueblo en su totalidad. El caso más paradigmático en nuestro país fue Juan Domingo Perón. Pero ese relato puede cristalizarse, afirma Rajneri con sarcasmo, en “un simple payaso que atraviesa el espacio político como una veloz estrella fugaz”. La alusión a Javier Milei es harto elocuente. En ese momento era lógico que Rajneri considerara al libertario “una estrella fugaz” ya que nadie daba dos centavos por su futuro político. Dos años después, cuando está a un paso de ser el sucesor de Alberto Fernández, dejó de ser una estrella fugaz.

A continuación Rajneri centra su atención en Murray N. Rothbard, uno de los mentores de Milei a nivel internacional. Para el intelectual anarco-capitalista o libertario el Estado es ni más ni menos que “la sistematización del proceso de depredación sobre un determinado territorio” ejecutado por émulos de Al Capone que, bajo el amparo de ideologías legitimadoras, son bien vistos por el pueblo. Como afirma Albert Nock “el Estado reclama y ejerce el monopolio del crimen. Prohíbe el asesinato privado pero él mismo organiza el asesinato a una escala colosal. Castiga el robo privado, pero pone las manos sin escrúpulos sobre todo lo que quiere”. Rothbard sistematiza su postura en esta trascendental cuestión en uno de sus libros más importantes: “La ética de la libertad”. El autor afirma la necesidad de privatizar la seguridad, la justicia y la educación. La seguridad debe quedar en manos de agencias privadas y cada ciudadano tiene el derecho de portar armas para garantizar su seguridad. La justicia debe estar en manos de árbitros y jueces privados, y quienes delinquen están obligados a devolver el doble de lo que sustrajeron. Rothbard no duda en legitimar el uso de la tortura como eficaz herramienta para obtener información de los detenidos. Como el Estado es una asociación ilícita ningún ciudadano está obligado a pagar impuestos y a hacer la declaración de la renta. Es un férreo defensor de los “sobornos defensivos” porque está convencido de la inviabilidad del mundo si no existieran los cohechos, ya que funcionan como lubricantes de la gran maquinaria. En este sentido afirma que “un gobierno corrupto no es necesariamente un mal asunto. Comparado con los gobiernos incorruptos cuyos funcionarios imponen la ley a rajatabla, la corrupción permite al menos el florecimiento parcial de transacciones y de acciones voluntarias en el seno de la sociedad”. En definitiva, Rothbard postula la completa desaparición del Estado de Bienestar para dejar en manos privadas el funcionamiento de la sociedad.

A comienzos de 1992 Rothbard publicó un artículo titulado “¿Qué es el populismo de derecha?” He aquí su contenido.

“La percepción básica del populismo de derecha es que vivimos en un país y en un mundo estatistas dominados por una élite gobernante, que consiste en la coalición de grandes gobiernos, grandes grupos empresarios y varios grupos de intereses especiales con influencia en la esfera pública. Más específicamente, la antigua Estados Unidos caracterizada por la promoción de las libertades individuales, la propiedad privada y el gobierno mínimo, fue reemplazada por una coalición de políticos y burócratas aliados con-e incluso dominados por-poderosas corporaciones y élites financieras de familias acaudaladas (por ejemplo, los Rockefellers y los Trilateralistas), y por la nueva clase de tecnócratas e intelectuales, incluyendo a los académicos de la Ivy League y a las élites de los medios de comunicación, los cuales constituyen la clase formadora de opinión en la sociedad. En síntesis, estamos gobernados por una coalición de tronos y altares actualizada al siglo veinte, excepto que este trono está formado por varios grandes grupos empresarios y el altar está representado por intelectuales estatistas y seculares, aunque mezclados entre estos últimos se encuentra una juiciosa infusión de Evangelio Social, de cristianos “mainstream”.

La clase gobernante siempre necesitó intelectuales para disculparse por su gobierno y para engañar a las masas para que le sean funcionales, por ejemplo, pagando impuestos y apoyando al gobierno de turno. En el pasado, en la mayoría de las sociedades, una forma de clericalismo o Iglesia Estatal cumplía la función de formadora de opinión que se disculpaba por el gobierno de turno. En la actualidad, en una era más secular, tenemos tecnócratas, “científicos sociales” e intelectuales de los medios de comunicación que se disculpan por el sistema estatal y el personal en las filas de su burocracia.

Los libertarios a menudo han visto el problema claramente, pero como estrategas para el cambio social han perdido el tren. En lo que podríamos llamar “el modelo de Hayek”, han insistido en difundir las ideas correctas, logrando la conversión de las élites intelectuales a las ideas de la libertad, comenzando por los principales filósofos y, décadas después, siguiendo con periodistas y otros formadores de opinión de los medios masivos de comunicación.

Por supuesto, las ideas son la clave y la difusión de la doctrina correcta es una parte necesaria de cualquier estrategia libertaria. Podría decirse que el proceso lleva demasiado tiempo, pero una estrategia a largo plazo es importante y contrasta con la trágica inutilidad del conservadurismo oficial que está interesado solamente en el mal menor de la elección de turno, y que por lo tanto pierde en el mediano plazo y, por supuesto, en el largo también. Pero el error real no es tanto el énfasis en el largo plazo, sino ignorar el hecho fundamental de que el problema no es solamente un error intelectual. El problema es que las élites intelectuales se benefician del sistema actual; son, en un sentido crucial, parte de la clase gobernante. El proceso de la conversión hayekiana asume que todos, o al menos los intelectuales, están interesados únicamente en la verdad y que sus propios intereses económicos no se interponen en el camino. Cualquier persona que esté familiarizada con intelectuales o académicos debería desengañarse de esa noción, y pronto. Cualquier estrategia libertaria debe reconocer que los intelectuales y los formadores de opinión son parte del problema fundamental, no solamente por el error sino porque su propio interés va de la mano con el sistema gobernante.

¿Por qué entonces implosionó el comunismo? Porque al final el sistema estaba funcionando tan mal que incluso la “nomenklatura” se hartó y tiró la toalla. Los marxistas señalaron correctamente que un sistema social colapsa cuando la clase gobernante se desmoraliza y pierde voluntad de ejercer el poder, que el manifiesto fracaso del sistema comunista provocó esa desmoralización. Pero no hacer nada o confiar solamente en educar a las élites en las ideas correctas, significará que nuestro propio sistema capitalista no llegará a su fin hasta que nuestra sociedad entera, como la de la URSS, se haya reducido a escombros. Por supuesto, no debemos sentarnos a esperar a que eso ocurra. La estrategia para la libertad debe ser mucho más activa y agresiva. De allí la importancia, para los libertarios o los conservadores minarquistas, de tener una estrategia compuesta: no sólo difundir las ideas correctas, sino también exponer a las élites gobernantes corruptas y cómo las mismas se benefician del sistema existente, específicamente cómo nos están estafando. Quitarle la máscara a las élites es hacer “campaña negativa” en su máxima y fundamental expresión.

Esta estrategia doble consiste en a) armar un cuadro con nuestros propios formadores de opinión libertarios y minarquistas, basados en ideas correctas, y en b) atacar directamente a las masas, hacer entrar en cortocircuito a los medios de comunicación y a las élites dominantes, alentar el levantamiento de las masas contra las élites que las están saqueando, confundiendo y oprimiendo, tanto social como económicamente. Pero esta estrategia debe fusionar lo abstracto con lo concreto, no debe simplemente atacar a las élites en abstracto, sino hacer foco específicamente en el sistema estatista existente, en aquellos que en el momento dado constituyen las clases dominantes.

Los libertarios han estado desconcertados durante mucho tiempo acerca de a quién, a cuáles grupos deben llegar. La respuesta es simple: a todos no es suficiente porque para ser políticamente relevante debemos concentrarnos estratégicamente en aquellos grupos que se encuentran más oprimidos y que además tienen una mayor influencia social. La realidad del sistema actual es que constituye una alianza profana entre las élites de las “corporaciones liberales” de los grandes grupos empresarios y las de los medios de comunicación, quienes, por medio de grandes gobiernos, privilegiaron y causaron la formación de una parasitaria clase marginal, quienes, entre todos ellos, están saqueando y oprimiendo a la mayor parte de las clases media y baja de los Estados Unidos. Por lo tanto, la estrategia adecuada de los libertarios y paleolibertarios es un “populismo de derecha”, lo que en la práctica significa exponer y denunciar a esta alianza profana y exigir que esta alianza mediática entre niños ricos, clase marginal y liberales deje de oprimir al resto de nosotros: los de clase media y baja.

UN PROGRAMA POPULISTA DE DERECHA

Un programa populista de derecha, entonces, debe concentrarse en desmantelar las áreas cruciales que existen en el Estado y en la élite gobernante, y en liberar al estadounidense promedio de los rasgos más flagrantes y opresivos de ese gobierno. En síntesis:

1) Reducir dramáticamente los impuestos. Todos los impuestos-a las ventas, a los negocios, a la propiedad, etc., pero especialmente el más opresivo tanto política como personalmente: el impuesto sobre la renta-. Debemos trabajar para revocar el impuesto sobre la renta y abolir el fisco.

2) Reducir dramáticamente el estado de bienestar social. Deshacerse del gobierno de las clases marginales aboliendo el sistema de bienestar o, de ser imposible abolirlo, reducirlo y restringirlo seriamente.

3) Abolir privilegios raciales o de grupos sociales. Abolir el tratamiento privilegiado, anular los cupos raciales, etc., y señalar que la raíz de dichos cupos es la estructura entera de “derechos civiles” que pisotea los derechos de propiedad de cada estadounidense.

4) Recuperar las calles: atrapar a los criminales. Y por supuesto, con esto me refiero no a los “criminales de guante blanco” o “traficantes de información privilegiada”, sino a los criminales callejeros violentos-ladrones, rateros, violadores, asesinos-. Se le debe permitir actuar a la policía y administrar castigos instantáneos, por supuesto sujetos a responsabilidad legal cuando se incurra en error al aplicarlos.

5) Recuperar las calles: deshacerse de los vagabundos. De nuevo: permitir que la policía despeje las calles ocupadas por vagabundos y mendigos. ¿A dónde irán? ¿A quién le importa? Con suerte, desparecerán, es decir, pasarán de las filas de los vagabundos mimados y consentidos a las filas de los miembros productivos de la sociedad.

6) Abolir el Banco Central o Reserva Federal. Atacar a los “Banksters” (término que connota negativamente a los banqueros considerándolos como “gangsters”). El dinero y los bancos son asuntos desconocidos para la mayoría y difíciles de comprender. Pero las realidades pueden tornarse vívidas: la Reserva Federal o Banco Central es un cartel organizado de banksters que están creando inflación, estafando a la gente, destruyendo los ahorros del estadounidense promedio. Los cientos de miles de millones donados por los contribuyentes a las asociaciones de ahorro y de préstamos de los banksters serán insignificantes en comparación con el colapso inminente de los bancos comerciales.

7) Estados Unidos primero. Un punto clave, que no puede ser dejado último en la lista de prioridades. La economía estadounidense no está simplemente en recesión; se está estancando. La familia promedio está peor ahora de lo que estaba hace dos décadas. Regresa a casa, Estados Unidos. Deja de apoyar vagabundos en el extranjero. Frena toda ayuda a países extranjeros, que es ayuda a los banksters y a sus bonos e industrias de exportación. Detén la tontería de la globalización y resolvamos nuestros problemas en casa.

8) Defender los valores familiares. Es decir, quitar al Estado del ámbito de la familia y reemplazar el control estatal por el control parental. A largo plazo, esto significa terminar con las escuelas públicas y reemplazarlas por escuelas privadas. Pero debemos darnos cuenta de que, a pesar de Milton Friedman, los planes de vouchers e incluso los de crédito fiscal no son demandas de transición en el camino hacia la privatización de la educación; en su lugar, harán que la situación empeore al concentrar el control gubernamental en las escuelas privadas. Una alternativa sana es la descentralización y el regreso al control local y comunitario de las escuelas.

Además: debemos rechazar de una vez por todas las visiones libertarias de izquierda de que todos los recursos en manos del gobierno deben ser pozos negros. Debemos intentar, a falta de una privatización definitiva, operar las instalaciones del gobierno de la misma manera en que lo haría una empresa o el control vecindario. Pero eso significa: que las escuelas públicas deben permitir la oración, y debemos abandonar la absurda interpretación de la Primera Enmienda que hace la izquierda atea, según la cual la prohibición de establecer oficialmente una religión implica no permitir la oración en la escuelas públicas, o los pesebres en los patios de las escuelas, o las misas navideñas en plazas públicas. Debemos retornar al sentido común y a la integración original, en la interpretación de las normas constitucionales.

Hasta el momento: cada uno de estos programas populistas de derecha es totalmente consistente con una postura libertaria de núcleo duro. Pero toda política del mundo real es una política de coalición y hay otras áreas en donde los libertarios podrían bien llegar a acuerdos con sus compañeros paleo, tradicionalistas u otros en una coalición populista. Por ejemplo, en el área de los valores familiares, tomando problemas controvertidos como la pornografía, la prostitución o el aborto. Aquí, los libertarios pro legalización y pro elección de la mujer deberían estar dispuestos a negociar una postura descentralizada, es decir, terminar con la tiranía de los tribunales federales y dejar esos problemas a los estados y, mejor aún, a las localidades y vecindades, a los “estándares de la comunidad” (DebaTime, 4/2/019, traducción de María Eugenia D’Angelo).

Centremos nuestra atención en los puntos fundamentales del programa populista de derecha enarbolado por Rothbard. La pregunta que surge luego de su lectura resulta por demás evidente: ¿es posible llevarlos a la práctica en un país como la Argentina? Porque para el logro de semejante objetivo, Milei no tendrá más remedio, como bien señala Rajneri, que mantener sólidos vínculos con su tan denostada “casta política”. Salvo que ejerza el poder de manera unipersonal, casi de manera dictatorial, lo que traería aparejadas consecuencias políticas, sociales e institucionales de impredecibles consecuencias. El populismo de derecha propugnado por Milei es propio de países altamente desarrollados, como los países escandinavos, por ejemplo. Pero en un país como el nuestro, atormentado desde su génesis por una grieta que se ahonda a diario, ese populismo resulta inviable, salvo que el libertario tenga en mente imponerlo sin anestesia.

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