Por Hernán Andrés Kruse.-

“Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”. Joan Manuel Serrat

La democracia se sustenta en el principio de la soberanía del pueblo. Es el pueblo, cuando ingresa al cuarto oscuro, quien elige a quienes ejercerán el poder durante el tiempo estipulado por la constitución. Luego de décadas de inestabilidad institucional, a partir de 1983 utilizamos la fuerza del voto para imponer nuestra voluntad política. Desde que Raúl Alfonsín se sentó en el sillón de Rivadavia el 10 de diciembre de aquel año, el presidente de turno gozó de legitimidad de origen. La democracia como gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo había llegado para quedarse. En buena hora.

Ahora bien, si bien nadie duda del origen popular de los presidentes que llegaron a la Rosada a partir de la recuperación de la democracia, emergen serios interrogantes acerca de si efectivamente gobernaron para el pueblo. ¿Fueron realmente democráticos cuando ejercieron el poder? Para expresarlo en otros términos: ¿gobernaron para el pueblo o para el poder económico real, es decir, para los poderosos del país? Creo que todos, sin excepción, gobernaron en función de los intereses del poder económico real. Sólo en sus dos primeros años de gobierno Raúl Alfonsín intentó gobernar pensando en el pueblo y no en los poderosos. Luego, con la implantación del Plan Austral, puso en evidencia su incapacidad para ejercer el poder en función de los intereses populares. Después, los sucesivos presidentes que supimos conseguir gobernaron, por convicción o por conveniencia, procurando en todo momento no colisionar con los intereses del establishment. En 2008, sin embargo, Cristina se atrevió a subir un poquito las retenciones a la soja y el girasol. Se produjo una rebelión del “campo” que casi tumba al gobierno.

La historia contemporánea demuestra que, incluso aquellos gobiernos que se autoproclamaron “nacionales y populares”, tomaron medidas para evitar el enojo de los poderosos. Lo que está pasando en estos momentos con el presidente Alberto Fernández no hace más que confirmarlo. En las últimas horas se reunió en Casa de gobierno con los más conspicuos representantes del poder real. Acompañado por el jefe de Gabinete Juan Manzur, el ministro del Interior, Wado de Pedro, y el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, almorzó junto a empresarios de la talla de Eurnekian, Bulgheroni, Mindlin, De Narváez y Brito, entre otros. Quien mejor describió el cónclave fue un funcionario albertista. “Nada de ceos, estos son dueños”, se sinceró.

El presidente les pidió apoyo para lo que se viene. En realidad, les rogó que no le pongan trabas en el camino. Les aseguró que el acuerdo con el FMI marcha viento en popa y que su objetivo es intentar resolver los problemas que les dejó Macri como herencia. Alberto Fernández se asemejó a aquel alumno que pretende caerle simpático al profesor que tiene en frente. Puso dramáticamente en evidencia que, tal como aseguró una vez Héctor Magnetto, el cargo de presidente es menor. La foto publicada por los diarios nacionales, donde se lo ve al presidente y sus principales funcionarios, departiendo el almuerzo con los poderosos en Casa de Gobierno, corrobora lo que todos pensamos desde hace mucho tiempo: en Argentina impera una democracia formal. El pueblo hace valer su poder sólo el día de las elecciones. Luego, es un mero convidado de piedra, un sujeto pasivo que se limita a obedecer.

Y aquí es donde surge una gran diferencia entre Alberto y su antecesor. Porque por lo menos Macri demostró ser mucho más sincero. En efecto, el ex presidente de Boca jamás ocultó su intención de gobernar para la élite económica. Todos sabíamos lo que iba a hacer una vez instalado en la Rosada. No sorprendió a nadie. Alberto, en cambio, prometió que volverían al poder mejores que cuando se fueron, que ejercería el poder pensando fundamentalmente en los intereses del pueblo, aseguró que la democracia es inviable si gran parte de la población está excluida. Pues bien, Alberto viene ejerciendo el poder pensando exclusivamente en los intereses de quienes almorzaron con él en las últimas horas. Al presidente sólo le preocupa caerle bien a los Bulgheroni y compañía. En otras palabras: de nacional y popular este gobierno no tiene absolutamente nada.

Lo peor que el pueblo puede hacer es negarse a ver esta triste realidad. El presidente no es más que un mero empleado del poder económico real. Para colmo, es una marioneta de Cristina. Guste o no, es así. Porque como bien dice Serrat “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.

El diagnóstico de Beatriz Sarlo

El domingo pasado Beatriz Sarlo reflexionó sobre Alberto Fernández, Cristina y Macri. Sobre el presidente manifestó: “Es un presidente más débil porque su personalidad es más débil. Hay personas que nacemos de segunda línea. Quizás no tenía el tono para el cargo”. “Yo lo vi funcionando en la jefatura de Gabinete de Néstor Kirchner y ahí no parecía despistado, pero ahí había un dirigente que era Kirchner y estaba seguro cuando se equivocaba o no se equivocaba”. Sobre Cristina expresó: “Está un poco desbordada”. “No sólo confío en que ella iba a poder dirigir movidas de Alberto Fernández, sino que Alberto Fernández iba a tener más personalidad y mayor pregnancia política. No es que ella lo quisiera, sino que lo necesitaba en ese momento”. “Yo creo que ella deseó, al mismo tiempo, que él tuviera mayor presencia y mayor peso y ese mayor peso le viene a molestar inmediatamente porque es una política mezquina y mala respecto a los demás políticos”. Sobre Macri dijo: “No tiene formación política, no aprendió demasiado siendo presidente” (fuente: Perfil, 10/10/021).

Cristina siempre fue consciente de que si encabezaba la fórmula presidencial del FdT sería vencida por Macri, en primera vuelta o en un eventual balotaje. Siempre supo que, tal como lo afirmó el mismo Alberto Fernández, “con Cristina no alcanza pero sin ella no se puede”. Era fundamental, por ende, que la candidatura presidencial estuviera en manos de un dirigente capaz de negociar con Massa, los gobernadores del PJ, los barones y la CGT, el apoyo a una fórmula que representara a todo el peronismo. Ese dirigente era, para Cristina, Alberto Fernández. La pregunta que todos nos venimos formulando desde el momento en que anunció en mayo de 2019 la fórmula Alberto-Cristina es la siguiente: ¿por qué eligió precisamente a Alberto Fernández?

Desde que Alberto renunció a la jefatura de Gabinete al comienzo de la primera presidencia de Cristina, se convirtió en un ácido crítico de la presidente. En realidad, pasó a ser un abanderado del anticristinismo. Ello explica su decisión de aliarse con Sergio Massa para frustrar la ambición de Cristina de continuar en el poder en 2015. Tampoco se privó de fulminarla a través de un artículo en La Nación y en una entrevista con Nelson Castro, su rol fundamental en el Memorándum de Entendimiento con la teocracia iraní. La acusó, lisa y llanamente, de traición a la patria. El tiempo pasó y Cristina, por la razón esbozada más arriba, se vio en la necesidad de que otro dirigente encabezara la fórmula presidencial. El elegido resultó ser su antiguo enemigo. En esta decisión quedó nuevamente en evidencia que Cristina es una experta en realpolitik. Con tal de impedir la reelección de Macri no vaciló en ofrecerle la candidatura presidencial a un político al que detesta visceralmente. Lo hizo porque lo consideraba el hombre adecuado para el tiempo político que se avecinaba. Carente de carisma, incapaz de tener vuelo político propio, Alberto Fernández fue puesto por Cristina en la Rosada para que actuara como un presidente de transición, encargado pura y exclusivamente de preparar el terreno para el aterrizaje de La Cámpora en 2023.

Pero sucedió algo no previsto por Cristina. A mediados de 2020 Alberto Fernández gozaba de una altísima imagen positiva fruto del éxito que en ese momento estaba teniendo la cuarentena. Fue el momento ideal para que el presidente se cortara solo. No lo hizo porque, como bien señala Sarlo, no nació para ocupar cargos ejecutivos. Me parece que no se atrevió a desafiar a Cristina. El precio que está pagando por esa sumisión es altísimo. Hoy es apenas una sombra o, si se prefiere, un títere. También es alto el precio que está pagando Cristina porque ella es, en última instancia, la gran responsable de que el presidente sea Alberto.

Respecto a Macri cabe reconocer la razón que le asiste a Sarlo cuando afirma que carece de formación política. Sin embargo, hay que destacar que Macri seguramente pensó en ser presidente de la república cuando ganó en 1995 las elecciones en Boca Juniors. Luego de doce años sumamente fructíferos al mando del popular club de fútbol, pasó a ser Jefe de Gobierno porteño por el voto popular. Luego de ocho años en ese importante cargo, llegó a la Rosada al vencer en el balotaje a Daniel Scioli. Macri no aterrizó en la Rosada, por ende, de un plato volador. Durante dos décadas se entrenó en el arduo ejercicio del poder. En ese sentido puede decirse que su formación es muy sólida. Pero nunca fue un político tradicional sino un empresario devenido en político, como el presidente chileno Sebastián Piñera. Macri gobernó el país como si fuera su propia empresa. Así le fue.

El cristinismo ¿es una dictadura totalitaria?

Desde hace mucho tiempo que las usinas ideológicas del orden conservador vienen machacando sobre algo que es realmente insólito: el cristinismo, repiquetean constantemente, se presenta como un gobierno democrático, pero no es mas que una versión bananera de un régimen político que destroza las libertades y los derechos individuales: la dictadura totalitaria. Como son muchos los argentinos que repiten como loros esta barbaridad, conviene que nos detengamos un momento para analizar este mensaje plagado de mala intención, ya que su objetivo no es otro que esmerilar la legitimidad democrática sobre la que se apoya el gobierno de Cristina.

Formulemos, entonces, la pregunta: ¿es el cristinismo una dictadura totalitaria? Para responder con un mínimo de rigor científico a este inquietante interrogante, debemos averiguar qué significa la dictadura totalitaria. En su excelente libro “El estado democrático y el estado autoritario”, Franz Neumann efectúa un notable análisis de la dictadura totalitaria. “La dictadura totalitaria moderna”, enseña, “puede reducirse, para los fines de un breve análisis, a cinco factores esenciales. El primero es la transición de un estado basado en la autoridad del derecho a un estado policial. La autoridad de la ley constituye una presunción a favor del derecho del ciudadano y en contra del poder coercitivo del estado. Esta presunción se invierte en el estado totalitario (…) El segundo factor es la transición de la difusión del poder en los estados liberales a su concentración en el régimen totalitario (…) en ningún estado totalitario puede haber lugar para los diversos recursos de difusión del poder que emplea el liberalismo, tales como la separación de los poderes, un sistema multipartidario que funciones, el bicamerismo (…) Con todo, estos dos primeros elementos pueden hallarse tanto en la monarquía absoluta como en la dictadura totalitaria. Lo que distingue políticamente al totalitarismo es el tercer elemento, es decir, la existencia de un partido estatal monopolizador (…) el papel del partido monopolizador entraña el cuarto elemento de la dictadura totalitaria: la transición de los controles sociales pluralistas a los totalitarios. La sociedad deja de distinguirse del estado; se ve totalmente penetrada por el poder político. El control de la sociedad, ahora tan importante como el control del estado, se logra mediante las siguientes técnicas: 1) el principio del liderazgo para dar fuerza a la orientación desde la cumbre y a la responsabilidad hacia la cumbre. 2) La sincronización de todas las organizaciones sociales, no sólo para controlarlas, sino para ponerlas al servicio del estado. 3) La creación de élites jerarquizadas, de modo de permitir a los gobernantes controlar a las masas desde adentro y disfrazar la manipulación desde afuera, esto es, ayudar a las burocracias en el sentido limitado del término mediante grupos de liderazgo privados, dentro de los diversos estratos de la población. 4) La atomización y aislamiento del individuo, que entraña, negativamente, la destrucción o por lo menos el debilitamiento de las unidades sociales basadas en factores biológicos (familia), en la tradición, la religión o la cooperación en el trabajo o el ocio; y, positivamente, la imposición de organizaciones de masas enormes e indiferenciadas, que dejan al individuo aislado y más fácil de manipular. 5) La transformación de la cultura en propaganda, de los valores culturales en mercancías vendibles. El último factor del totalitarismo es la confianza en el terror, es decir, en el uso de la violencia no calculable, como amenaza permanente contra el individuo”. En definitiva, lo que distingue a la dictadura totalitaria de los anteriores sistemas absolutistas es “la destrucción de la línea divisoria entre el estado y la sociedad y la politización total de la sociedad mediante el recurso del partido monopolizador”.

Así concebida, la dictadura totalitaria aniquila al ser humano. Sólo existe la voluntad omnímoda del líder totalitario. Debajo de él pulula una plétora de esbirros que auscultan permanentemente la opinión del pueblo, buscando hasta en el último rincón del sótano de la casa más perdida de la comarca, al posible y más que probable enemigo del régimen. La dictadura totalitaria persigue obsesivamente el control total de la vida de los hombres, obligándolos a moldear su personalidad en función de los dogmas revelados que legitiman la dominación totalitaria. Implica la más perfecta materialización de “1984” de George Orwell. Neumann tuvo en mente, qué duda cabe, al nacionalsocialismo y al estalinismo al exponer esta caracterización de la dictadura totalitaria.

La dictadura totalitaria se basa en el terror, la coerción, la delación, la obsecuencia; en lo más abyecto de la condición humana, en suma. ¿Es justo, entonces, manifestar que el cristinismo es una dictadura totalitaria? ¿Es el cristinismo un régimen político similar al nacionalsocialismo y al estalinismo? La respuesta es tan obvia que, de no ser por la increíble táctica del orden conservador de presentar a Cristina como la reencarnación de Hitler o Stalin, no valdría la pena en ser contestada. La presidenta y el gobierno que conduce están en las antípodas de la dictadura totalitaria. Apenas asumió Cristina en diciembre de 2007, el monopolio mediático concentrado puso en marcha un operativo de esmerilamiento que lejos está de haber concluido. De haber sido Cristina una dictadora totalitaria, ese monopolio hubiera desaparecido de la faz de la tierra. En los años cristinistas, la libertad de expresión brilló a gran altura. Durante el conflicto por la resolución 125, por ejemplo, los canales de televisión anticristinistas le dieron cámara a cuanto energúmeno y energúmena quiso descargar su ira contra la figura presidencial. ¿Hubiera sido posible esa libertad de expresión durante el nacionalsocialismo o el estalinismo? En ese caótico 2008, los tractores gauchescos coparon las rutas del país durante los meses que duró la, pulseada, atentando contra el derecho de cada argentino a transitar libremente dentro del territorio nacional. ¿Hubo alguna detención? Ninguna, pese a tratarse de un delito federal. Los periodistas dijeron lo que se les antojó, al igual que los referentes de la oposición. Ni qué hablar de los medios gráficos concentrados. Si se compilaran, por ejemplo, los editoriales que sacó La Nación durante el período de gobierno de Cristina, podrían publicarse varios tomos que bien podrían llevar el título “delirios desorden conservador”. Sin embargo, son muchos los que aún sostienen que Cristina es un peligro para nuestras libertades individuales. Hay quienes sostienen que Cristina es una marxista-leninista, que intenta hacer de la Argentina otra Cuba. ¡Cristina marxista-leninista! Insólito, increíble, desopilante; pero cierto, lamentablemente.

Creo que hay un sector del pueblo que está obsesionado con Cristina. ¡Algunos continúan poniendo en duda el fallecimiento de Néstor Kirchner! Hay quienes afirman sin ruborizarse que los jóvenes de La Cámpora son la reencarnación de los miembros de las temibles SS hitlerianas. Otros están convencidos de que detrás de la Ley de Medios Audiovisuales está la tenebrosa intención de Cristina de hacer desaparecer a todos los diarios críticos del país. En cualquier momento-y no creo que falte tanto-la van a acusar de pretender instalar en la Argentina centros clandestinos de detención para los moyanistas y los caceroleros. ¡Y nunca hubo, al menos desde que tengo uso de razón, tanta libertad de prensa como ahora! ¡Cuánta libertad de prensa habrá que Elisa Carrió dijo por televisión, en pleno conflicto con la “patria gauchesca”, que eran muchos los argentinos y argentinas que querían ver muertos a Néstor y Cristina! ¡Cuánta libertad de prensa habrá que Jorge Lanata no ha tenido problema alguno en transformarse en el símbolo del anticristinismo mediático! ¡Cuánta libertad de prensa habrá que cualquiera puede mofarse grosera e impunemente de Cristina como mujer y de la investidura presidencial! Pero bueno, he aquí el precio que se paga por vivir en democracia. Bienvenido sea.

(*) Artículo publicado en Redacción Popular el 6/7/012

El gobierno de Cristina ¿es montonero?

Desde que Cristina asumió como presidenta de todos los argentinos, las usinas ideológicas del orden conservador no se han cansado de afirmar que el gobierno cristinista es montonero. Para corroborar su acusación, destacan la presencia en el gobierno de históricos miembros de la “organización”, como la ministra de Seguridad, Nilda Garré, y el diputado nacional Carlos Kunkel, entre otros. Nadie duda del pasado montonero de los nombrados, pero manifestar que el país está en manos de los “soldados de Perón” constituye un golpe bajo tendiente a esmerilar la legitimidad del cristinismo.

Los montoneros son hijos dilectos de los fusilamientos de José León Suárez de junio de 1956. Un grupo de peronistas liderados por el general valle intentó hacer una contrarrevolución. Pero se encontró con el jacobinismo del almirante Isaac rojas, quien no dudó en imponer la pena capital. La radical demostración de fuerza de la Revolución Libertadora no hizo más que provocar la reacción peronista, que pasó a la historia con el nombre de “resistencia peronista”. En la década del sesenta, grupos de jóvenes estudiantes de los sectores medios altos (fundamentalmente de Buenos Aires) llegaron a la conclusión de que la lucha armada era el único medio eficaz y legítimo para permitir el regreso del peronismo al poder. Influenciados por la teología de la liberación, se alzaron en armas contra un sistema político y económico que consideraban dictatorial. Los montoneros tuvieron su bautismo de fuego el 29 de mayo de 1970, cuando secuestraron a Pedro Eugenio Aramburu, presidente de facto entre 1955 y 1958. En ese momento se hicieron famosos los nombres de Norma Arrostito, Mario Firmenich y Fernando Abal Medina, entre otros. Salvo Arrostito, el resto no superaba los 25 años. Los montoneros querían implantar en la Argentina el socialismo y estaban convencidos de que Perón los apoyaba de manera incondicional. Los montoneros tocaron el cielo con las manos cuando Héctor J. Cámpora fue elegido presidente en marzo de 1973. Vieron que su sueño de una patria socialista estaba cerca de hacerse realidad. Pero Perón pronto les hizo ver que sólo se trataba de una fantasía. En julio obligó a Cámpora a renunciar a la presidencia y dos meses después fue elegido presidente por una abrumadora mayoría.

El quiebre definitivo del vínculo de Perón con los montoneros se produjo el 1 de mayo de 1974, cuando los trató de “imberbes” y “estúpidos”. A partir de entonces, intensificaron su táctica guerrillera para socavar la legitimidad del gobierno de Isabel. Aplicando el principio “cuanto peor, mejor”, creyeron que profundizando las contradicciones del “régimen”, las mayorías populares apoyarían fervientemente la implantación del socialismo en el país. Por eso no hicieron anda por evitar la caída de Isabel en marzo de 1976. Estaban convencidos de que cuanto más represiva fuera la dictadura militar, mayores serían las chances de congraciarse con las mayorías explotadas y atemorizadas. Los montoneros se estrellaron contra la cruda realidad. Cada acción guerrillera que ejecutaron con posterioridad al 24 de marzo de 1976, no hizo más que legitimar la feroz represión de la dictadura militar comandada por Videla y Massera. Lejos de aplaudirlos como adalides de la liberación nacional, las mayorías populares les dieron la espalda. Ciegos a esa realidad, los montoneros doblaron la apuesta. El resultado final no podía ser otro que su aniquilamiento. El crudo elitismo que orientó su accionar guerrillero los aisló del pueblo y, para colmo, sirvió para que los jerarcas del “proceso” hablaran de una “subversión apátrida”.

Los montoneros constituyeron una de las tantas organizaciones guerrilleras que actuaron en Latinoamérica durante las décadas del sesentas y setenta del siglo pasado. El mundo estaba sujeto a los “códigos” de la guerra fría. Las dos grandes potencias, Estados Unidos y la Unión soviética, disponían del suficiente poderío nuclear para destruir el planeta varias veces. Representaban a dos ideologías antitéticas, el capitalismo y el comunismo; a dos filosofías de vida antagónicas, en realidad. La revolución cubana de 1959 fue el ejemplo a seguir por las organizaciones guerrilleras latinoamericanas y la república imperial encendió la luz roja. No podía permitir que su patio trasero cayera en manos del oso soviético. Por eso apoyó con fervor cuanta dictadura militar se instaló en varios países latinoamericanos, legitimadas por la doctrina de la seguridad nacional enseñada en West Point y la Escuela de las Américas. Tal fue el contexto internacional donde actuaron los montoneros. Ellos estaban convencidos del triunfo del socialismo a escala planetaria y creían que si Perón volvía a ser presidente, la Argentina caería bajo la órbita del socialismo patrocinado por la Unión Soviética.

Entre 1989 y 1991 cambió el mundo. Primero se produjo la caída del Muro de Berlín. Luego, el desmembramiento del imperio soviético. Francis Fukuyama decretó el fin de la historia y los Estados Unidos emergieron como la única gran potencia planetaria. El neoliberalismo se extendió por todos lados como reguero de pólvora y el resto de las naciones debieron adecuarse como pudieron. La democracia liberal y capitalista fue presentada como el único sistema político, social, económico y cultural que garantiza la felicidad de los pueblos. Rusia y China, símbolos del comunismo, comenzaron a poner en práctica el capitalismo. Una nueva era había comenzado. Carlos Menem supo interpretar los nuevos tiempos mejor que nadie. Fiel alumno del consenso de Washington, aplicó sin chistar las recetas económicas del neoliberalismo. Mientras tanto, indultaba a los militares represores y a los líderes guerrilleros, invocando la concordia nacional. El nuevo orden mundial se sacudió fuertemente el 11 de septiembre de 2001. El derrumbe de las Torres Gemelas legitimó la doctrina de la guerra preventiva enarbolada por George W. Bush. Un nuevo enemigo había surgido: el fundamentalismo islámico. En 2008, el sistema financiero internacional comenzó a tambalear. Estados Unidos y Europa entraron en pánico y comenzaron a gastar fortunas colosales para salvar al sistema bancario. El neoliberalismo había dejado de ser una verdad revelada. En la Argentina, Cristina Kirchner había archivado “las relaciones carnales” y comenzado a aplicar, en sintonía con su antecesor, Néstor Kirchner, una política económica opuesta al neoliberalismo, pero siempre dentro de los cánones del capitalismo.

A diferencia del neoliberalismo, que proclama una economía de mercado absoluta, sin intervención del Estado, Cristina enarbola las banderas de una economía capitalista con fuerte intervención estatal para corregir los abusos de “los mercados”. No se necesita ser un experto en relaciones internacionales para percatarse de que el contexto en el que se desenvuelve Cristina nada tiene que ver con el contexto en el que se desenvolvió la guerrilla montonera. Hace cuarenta años el mundo era otro. Una feroz guerra ideológica atravesaba el planeta y Latinoamérica se había transformado en un escenario importante de ese conflicto. Los montoneros formaban parte del ejército de guerrillas latinoamericanas que deseaban imponer el socialismo en el continente. Cuarenta años después, el socialismo dejó de ser una opción ideológica válida, al menos por ahora. El capitalismo financiero impone sus códigos por doquier y Estados Unidos es el gendarme del mundo. Con semejante contexto internacional ¿alguien en su sano juicio puede suponer que lo que pretende Cristina es recrear la épica revolucionaria de los sesenta y setenta? Por el contrario, su objetivo no es otro que poner en evidencia la posibilidad de gobernar en función que no sean las reglas del poder financiero transnacional, pero siempre dentro del marco del capitalismo.

Lejos está la presidenta de la nación de pretender hacer realidad los sueños revolucionarios de la “juventud maravillosa”. Muy por el contrario, lo que procura es reemplazar el capitalismo financiero, con un estado ausente, por un capitalismo productivo, con una activa participación estatal. Sin embargo, el orden conservador no se cansa de acusar al gobierno cristinista de pretender instaurar una dictadura de izquierda en la Argentina. Ello explicaría las presencias de Garré y Kunkel, entre otros, a su lado y los juicios que continúan celebrándose para castigar a los responsables del terrorismo estatal. Se trata, qué duda cabe, de una venganza de los montoneros, que todavía no aceptaron la derrota que les propinaron las fuerzas armadas en la década del setenta, rezonga el orden conservador. Muchos piensan de esa manera, ignorando, o pretendiendo ignorar, que Cristina es lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que hoy el mundo está regido por el capitalismo y de que, por ende, lo más sensato es ejercer el poder en función de sus reglas, tratando de cambiarlas para mejor en la medida de lo posible, pero nunca intentando modificar de cuajo el sistema, como intentaron hacerlo los montoneros el siglo pasado, con las consecuencias por todos conocidas.

(*) Artículo publicado en Redacción Popular el 8/7/012

El enemigo íntimo de Cristina

Daniel Scioli, el jaqueado gobernador de la provincia más importante de la Argentina, acaba de brindar una conferencia de prensa donde aseguró que la presidenta de la nación se mostró predispuesta a seguir trabajando juntos en beneficio de todos los argentinos. Nunca fue fácil la relación de Scioli con el matrimonio Kirchner. Proveniente del mundo del deporte, Scioli fue diputado nacional por la CABA entre 1997 y 2001, secretario de Turismo y Deportes de la Nación entre 2001 y 2002, vicepresidente de la nación entre 2003 y 2007, gobernador de la provincia de Buenos Aires entre 2007 y 2011 y reelecto como tal entre 2011 y 2015. Al igual que Carlos Reutemann y Palito Ortega, Daniel Scioli ingresó a la política sustentado en su bien ganada popularidad. Reservado, siempre dispuesto al diálogo, supo enhebrar aceitadas relaciones con el establishment. Fue capaz de ser funcionario de Fernando de la Rúa y, al día siguiente, formar parte del binomio presidencial del kirchnerismo para las elecciones de 20093. Su relación con Néstor Kirchner fue complicada. El patagónico siempre estuvo atento a sus movimientos. Jamás le tuvo plena confianza. En más de una oportunidad le hizo sufrir en carne propia el rigor de su autoridad. Scioli siempre mantuvo la compostura. Nunca lo desafió en público., Consciente de que se hubiera suicidado políticamente si desobedecía a Kirchner, puso en práctica su increíble capacidad de resistencia.

Luego de soportar estoicamente la presión de Néstor Kirchner, el ex motonauta ganó sin sobresaltos la elección a gobernador de Buenos Aires en 2007, mientras Cristina accedía a la presidencia de la nación de la mano de su marido. Habían sido los grandes ganadores de aquella elección. Apenas comenzó el proceso destituyente contra Cristina, Scioli puso en evidencia una lealtad a toda prueba. Incluso en pleno conflicto con la gauchocracia, el gobernador bonaerense jamás sacó los pies del plato. Pudo haberse puesto tranquilamente del lado de la Sociedad Rural y CRA, pero se mantuvo fiel al kirchnerismo. En 2009 “aceptó” la “sugerencia” de Kirchner de compartir con él las candidaturas testimoniales. Aguantó a pie firme la dura derrota del patagónico en la provincia de Buenos Aires, mientras los grandes medios concentrados anunciaban el fin del kirchnerismo. Sin embargo, el gobierno nacional continuaba mirándolo con desconfianza, pese a decir “amén” a la decisión de la presidenta de presentarse nuevamente en las elecciones presidenciales de 2011. Aquí primó nuevamente su instinto de supervivencia ya que de haberse presentado como candidato presidencial por afuera del oficialismo hubiese recibido, tal como aconteció con los otros candidatos presidenciales, una paliza histórica. Consciente de cómo venía la mano, se presentó nuevamente como candidato a gobernador por Buenos aires y ganó por goleada.

Luego de Cristina, fue el político que más votos sacó en la histórica jornada de la reelección cristinista. Scioli se mostró conmovido por el resultado y manifestó su deseo de felicitar personalmente a la presidenta de la nación, confirmando una vez más su alineamiento con el kirchnerismo. Sin embargo, el gobierno nacional continuaba considerándolo un sapo de otro pozo. De golpe, la tensa calma que reinaba entre Cristina y –Scioli se transformó en una guerra declarada. Hubo tres hechos protagonizados por el ex motonauta que sacaron de quicio a Cristina: la foto con Mauricio Macri, la foto con Hugo Moyano y, fundamentalmente, la exposición pública de su deseo de ser presidente en 2015 si la presidenta no obtenía la re-reelección. A partir de entonces, se intensificó la presión del cristinismo sobre el gobernador bonaerense. El dinero que le corresponde a la provincia de Buenos aires en concepto de coparticipación fue el medio utilizado por el gobierno nacional para esmerilar a Scioli. La asfixia económica a la que fue sometido terminó por dar sus frutos. La imposibilidad del gobernador bonaerense de hacer frente al pago del aguinaldo, una especie de sobresueldo que ayuda a mitigar las penurias económicas de millones de familias, es una consecuencia directa de esa presión. Para colmo, un intendente del conurbano acaba de manifestar que la presidenta de la nación habría reconocido estar harta de la incapacidad de Scioli para gobernar la provincia más populosa del país y que, por lo tanto, debía irse.

A pocos meses de la histórica reelección de Cristina, estalló la sucesión presidencial en el seno del oficialismo. En ese marco debe insertarse el conflicto entre la presidenta y el gobernador bonaerense. Ausente la oposición política, su lugar acaba de ser ocupado por Scioli, guste o no le guste al gobierno nacional. Es probable que la estrategia de Scioli haya sido desde que decidió acompañar a Néstor Kirchner como vicepresidente de la nación, resistir todas y cada una de las duras embestidas provenientes del kirchnerismo. Consciente de que lejos está de ser un auténtico kirchnerista, llegó a la conclusión de que la única manera de alcanzar la presidencia era no desesperarse, aguantar todo lo que le tiraran desde la Rosada y especular con el lento y para él inexorable agotamiento del kirchnerismo. En la otra vereda, emerger un terrible escozor ante la mínima probabilidad de que el ex motonauta suceda a Cristina en la presidencia de la nación. La imagino despertándose angustiada en la madrugada luego de soñar que le colocaba a Scioli la banda presidencial el 10 de diciembre de 2015. Porque qué duda cabe que el plan original del matrimonio Kirchner siempre fue el sucederse mutuamente en la presidencia durante varias décadas. Lamentablemente para el ambicioso plan kirchnerista de permanencia prolongada en el poder, la muerte prematura de Kirchner alteró dramática y radicalmente los tiempos políticos.

En efecto, Cristina se vio obligada a presentarse en 2011, año que le hubiera tocado a Néstor Kirchner. De no haberlo hecho, podría haberse producido el fin del kirchnerismo ya que no había nadie capaz de reemplazarla como candidato por el oficialismo. Y aquí se arriba al meollo del asunto: hoy por hoy, sólo Cristina garantiza la continuidad del oficialismo dentro de cuatro años. Como la Constitución le impide competir nuevamente por la presidencia en 2105, emerge con la fuerza de un tsunami el problema de la sucesión presidencial. Consciente de que no hay nadie dentro del oficialismo capaz de garantizar la continuidad del modelo en 2015 más que Cristina, Daniel Scioli salió a decir públicamente que si la presidenta no conseguía la re-reelección, él se presentaría en la elección de 2015 representando al oficialismo. Ese sincericidio político del ex motonauta fue un durísimo golpe en el hígado para la presidenta. Porque es probable que Cristina prefiera en lo más profundo de su intimidad que sea presidente, por ejemplo, Hermes Binner y no Daniel Scioli, si ella no puede presentarse en 2015. No dudaría un segundo en apoyar al santafesino si no tiene más remedio. En este supuesto, no haría más que seguir el ejemplo del metafísico de Anillaco, quien apoyó en las sombras a Fernando de la Rúa para impedir que enemigo íntimo, Eduardo Duhalde, lo sucediera en 1999.

Pues bien, Daniel Scioli es el enemigo íntimo de Cristina. Si Scioli llegara a ser presidente en 2015, la estrella política de Cristina comenzaría a languidecer. Pero si ganara Hermes Binner, Cristina podría transformarse en la jefa del peronismo en la oposición, acusando con su dedo índice derecho a quienes dentro del justicialismo no la apoyaron en su intento re-reeleccionista de ser los principales responsables de la derrota en las presidenciales de 2015. Y Scioli sería, qué duda cabe, el gran derrotado. Cristina está convencida de que una victoria de Scioli en 2015 significaría el fin del modelo instaurado por Néstor Kirchner en mayo de 2003. A mi entender, está en lo cierto. Scioli será muchas cosas, menos kirchnerista. Si llegara a triunfar en 2015, no sería nada extraño que comenzara a ejecutar un proceso de “restauración menemista” o, lo que es lo mismo, a gobernar por derecha. Cristina está convencida de que Scioli nada tiene que ver con el paradigma enarbolado por el kirchnerismo a partir de 2003, de que el ex motonauta se siente más cómodo hablando con Morales Solá o almorzando con Chiquita Legrand que compartiendo un asado con los jóvenes de La Cámpora, de que jamás profundizará el modelo de expansión económica con inclusión social; de que, en definitiva, es su enemigo íntimo tan temido, tal como lo fue Eduardo Duhalde para Carlos Menem.

(*) Artículo publicado en Redacción Popular el 9/7/012.

La dramática y fascinante historia argentina

Lo que nos pasó a partir del 25 de mayo de 1810

El liderazgo de Güemes en el norte

Los primeros pasos dados por Álvarez Thomas habían sido un fracaso. Sus primeros intentos por lograr la paz habían naufragado, al igual que el objetivo de asegurarse por las armas el control de Santa Fe. Para colmo, en el norte la autoridad de Rondeau se desmoronaba como un castillo de naipes mientras el ejército era ganado por la política y la indisciplina. Era el escenario ideal para que apareciese un caudillo de los quilates de Güemes. Injustamente despojado de su mando se retiró del ejército acompañado por sus hombres. Estaba dominado por la decepción y el enojo. Pese a que fue elegido gobernador interino en Salta reconoció la autoridad de Rondeau como Director Supremo y la de Álvarez Thomas como interino. Primó en Güemes su ética de la responsabilidad ya que era consciente de la gravedad de la situación. Lamentablemente, el escenario empeoró a raíz de las derrotas de los patriotas en Venta y Media (20 de octubre de 1815) y en Sipe Sipe (29 de noviembre del mismo año). El Alto Perú, con excepción de Santa Cruz de la Sierra, había caído en manos del enemigo español. Carente de autoridad, un desprestigiado Rondeau no tuvo mejor idea que declarar a Güemes enemigo del Estado (5 de marzo de 1816). Pese a ocupar Salta, cayó en la trampa tendida por el caudillo salteño. Aislado, fue incapaz de frenar el avance realista sobre las provincias abandonadas. Afortunadamente Rondeau recuperó la cordura y acordó con Güemes un pacto de amistad el 17 de abril de 1816 (ya estaba en funciones el Congreso de Tucumán) que permitió asegurar la frontera norte ante una eventual invasión del agresor (1).

(1) Floria y García Belsunce, Historia de….capítulo 17.

Cuyo y Santa Fe

Asfixiado por doquier Álvarez Thomas encontró en Cuyo el oasis que necesita cualquiera que transita un desierto para no morir en el intento. En efecto, la provincia conducida por San Martín apoyó con fervor la decisión del Director Supremo de convocar al Congreso en la ciudad de Tucumán. Mientras tanto, el ilustre militar se fortalecía para estar en perfectas condiciones de luchar contra los realistas. Convencido de que si lograban asentarse en territorio chileno el proceso independentista correría serio riesgo, decidió pasar a la ofensiva invadiendo el país trasandino en la primavera de ese año (1816).

Obsesionado con Santa Fe el Director Supremo designó nuevamente a Belgrano jefe de las tropas (el Ejército de Observación) encargadas de intentar tomar posesión de la provincia por enésima vez. Consciente de lo dificultosa que podía ser la operación militar Belgrano intentó un acercamiento pacífico con las autoridades santafesinas para negociar algún tipo de acuerdo que satisficiera a ambas partes. Pare ello designó como representante a su segundo, el coronel Díaz Vélez. Lamentablemente, éste lo traicionó pactando con Santa Fe el relevo de Álvarez Thomas y del propio Belgrano, asumiendo el liderazgo del Ejército de Observación. Esta canallada pasó a la historia como “el Pacto de Santo Tomé”, que tuvo lugar el 9 de abril de 1816. La historia volvía a repetirse (Fontezuela).

Mientras tanto, la influencia de Artigas no paraba de crecer luego de la adhesión de Córdoba y las muestras de simpatía provenientes de Santiago del Estero. La traición de Díaz Vélez, aborrecible desde el punto de vista moral, no hacía más que poner en evidencia la escasa predisposición del ejército nacional de luchar contra el caudillo oriental. Incluso en ciertos cenáculos porteños se lo miraba con cierta simpatía. Además, muchos estaban convencidos de que el accionar del Director Supremo atentaba contra los intereses de Buenos Aires ya que la privaba de autonomía y la transformaba en el blanco preferido del rencor de las restantes provincias. Aprovechando la incertidumbre reinante el Cabildo porteño ejecutó lo que mejor sabía hacer: provocar un golpe palaciego. Abrumado por la situación Álvarez Thomas aceptó el “pedido” de renuncia formulado por los golpistas el 16 de abril de 1816, siendo sustituido por el brigadier Antonio González Balcarce (1).

(1) Floria y García Belsunce, Historia de….capítulo 17.

Bibliografía básica

-Germán Bidart Campos, Historia política y constitucional argentina, Ed. Ediar, Bs. As. Tomos I, II y III, 1977.

-Natalio Botana, El orden conservador, Ed. Sudamericana, Bs. As., 1977.

-Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la República posible a la República verdadera” (1880/1910), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo III, Ariel, Bs.As., 1997.

-José Carlos Chiaramonte, Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800/1846), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo I, Ariel, Bs. As., 1997.

-Carlos Floria y César García Belsunce, Historia de los argentinos, Ed. Larousse, Buenos Aires, 2004.

-Tulio Halperín Dongui, Vida y muerte de la República verdadera (1910-1930), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo IV, Ariel, Bs. As., 1999.

-Tulio Halperín Donghi, Proyecto y construcción de una nación (1846/1880), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo II, Ariel, Bs. As., 1995.

-Daniel James (director del tomo 9), Nueva historia argentina, Violencia, proscripción y autoritarismo (1955-1976), Ed. Sudamericana, Bs. As., 2003

-John Lynch y otros autores, Historia de la Argentina, Ed. Crítica, Barcelona, 2001.

-Marcos Novaro, historia de la Argentina contemporánea, edhasa, Buenos aires, 2006

-David Rock, Argentina 1516-1987, Universidad de California, Berkeley, Los Angeles, 1987.

-José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina, FCE., Bs. As., 1956.

-Juan José Sebreli, Crítica de las ideas políticas argentina, Ed. Sudamericana, Bs. As., 2003.

Share