Por Hernán Andrés Kruse.-

Una vez más quedó en evidencia la íntima relación entre la política y la mentira. Una vez más un político no titubeó en mentir de manera descarada para congraciarse con millones de argentinos hartos, precisamente, del engaño, la burla, la tomadura de pelo. Javier Milei se hizo conocido por su mensaje anticasta. “Los políticos”, no se cansaba de bramar en los sets televisivos, “son una manga de sinvergüenzas, unos desvergonzados, unos caraduras, unos corruptos”. Como razón no le faltaba miles de jóvenes se sintieron identificados con el economista libertario. Fue así como Milei logró ingresar a la Cámara de Diputados de la nación por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Su evidente carisma y su espíritu transgresor lo convirtieron, en pocos meses, en un serio aspirante a la Casa Rosada. De aquel histriónico personaje televisivo había pasado a ser un probable sucesor de Alberto Fernández.

Su mensaje se reducía a una sola palabra, muy bella por cierto: libertad. “¡Viva la libertad carajo!”, vociferaba cada vez que daba por finalizada su arenga ante numerosos adeptos que lo vivaban con frenesí. Pero una cosa eran sus palabras y otra muy diferente, su comportamiento. Consciente de la necesidad de contar con aliados provinciales para fortalecer su flamante partido “Libertad Avanza”, Milei tejió alianzas provinciales verdaderamente inauditas. En Tucumán se alió con Ricardo Bussi, hijo del recordado genocida Antonio Domingo Bussi. Mientras que en La Rioja se alió con Martín Menem, hijo del ex senador Eduardo Menem. Vale decir que quien se presentaba como la renovación de la política no trepidó en juntarse con emblemas del terrorismo de estado y de la casta política.

Pero faltaba la frutilla del postre. En las últimas horas tomó estado público la decisión del economista libertario de negociar y acordar con Sergio Massa la entrega de parte de sus listas locales en algunos municipios del conurbano. El caso más polémico tuvo lugar en Tigre, el feudo de Massa. Martín Urionagüeña es un poderoso empresario de esa ciudad. De fluidos vínculos con la casta política, el presidente del poderoso Parque Industrial cedió a la tentación. Aceptó ser coordinador de Libertad Avanza en Tigre. Todo marchaba sobre rieles hasta que justo cuando expiraba el cierre de listas, Malena Galmarini le “pidió” que lo visitara en su oficina de AySA. En la reunión le manifestó que debía introducir varios cambios en la lista de Milei. Su sorpresa fue mayúscula ya que le resultaba inentendible que una dirigente que era precandidata a intendenta por el kirchnerismo le estuviera efectuando semejante pedido.

Consultado por Clarín sobre la veracidad de sus dichos, el empresario expresó: “Tengo el audio que Malena me manda el viernes, un día después a la reunión en su despacho. Como el jueves me había negado a bajarme para que pongan a uno de ellos, me asegura que esa orden venía de arriba. Luego, en el audio, me dice que van a armar otra lista para que haya internas en Libertad Avanza de Tigre”. Cabe destacar que lo sucedido en Tigre tuvo su réplica en importantes distritos como San Martín y Vicente López. Un importante armador de Libertad Avanza se sinceró ante Clarín: “La orden que recibimos fue la de no decir nada sobre los nombres de las listas porque aún se estaba negociando. No me preguntes con quién” (fuente: Mariano Roa, “Javier Milei negoció con Sergio Massa el armado de listas en algunos municipios del conurbano y los heridos hablan de “traición”, Clarín, 3/7/023).

Es interesante la descripción que hace Roa de la estructura de Libertad Avanza. “Los rangos en la estructura de Javier Milei son casi castrenses. En la cúspide está el líder libertario y, bien pegado, su hermana Karina, vecina de Vicente López. Luego viene “el armador”, Carlos Kikuchi, y un escalón por debajo, los coordinadores, rol que en la provincia de Buenos Aires ocupa Sebastián Pareja, a quien le reportan los jefes de cada Sección electoral. La Primera la maneja Luciano Olivera, un puntero del ex cacique de Malvinas Argentinas, Jesús Cariglino (…)

Milei lleva como primer concejal en Tigre a Juan Cervetto, un massista confeso de toda la vida. “Cervetto fue el que impusieron desde el massismo. Nunca se barajó su nombre para Libertad Avanza ya que es del Frente Renovador”, se quejó Urionagüena (…) En diálogo con Clarín, Cervetto se defendió y enfatizó: “El grupo que lidero fue el mismo que en 2021 trajo a Tigre al espacio Libertad/Libertarios. En esa época cuando Espert estaba con Milei”, señala”.

¿Qué lectura hace de esta connivencia entre Massa y Milei el joven desencantado de la política y que vio en el libertario el emblema de su imprescindible oxigenación? Una sola: Milei es un embustero más. Le sobran razones para sentirse desencantado. En una oportunidad el entonces presidente Néstor Kirchner sentenció: “miren lo que hago y no lo que digo”. Esta máxima se aplica a Javier Milei. Libertad Avanza no es más que la nueva expresión de la Unión del Centro Democrático, el partido fundado por Álvaro Alsogaray a comienzos de la década del ochenta.

En el acto de cierre de campaña de las elecciones presidenciales de 1989, celebrado en Rosario, Alsogaray y su compañero de fórmula, Alberto Natale, dispararon munición gruesa contra Carlos Menem y Eduardo Angeloz. El día de su asunción (9 de julio de ese año) el flamante presidente se mostró junto a María Julia, quien ocuparía puestos de relevancia durante el menemismo. La presencia de la hija de Alsogaray junto a Menem puso en evidencia la alianza que habían tejido ambos dirigentes a espaldas de la militancia, tanto peronista como ucedeísta. Tres décadas más tarde, la historia se repite. Javier Milei se presenta como el emblema de la anticasta mientras en las sombras teje un acuerdo con un emblema de la casta política, Sergio Massa.

La mentira, qué duda cabe, hace a la esencia de la política. A continuación paso a transcribir partes de un interesante ensayo de Andrea Zárate Cotrino (Universitas Philosophica 72, año 36 enero-junio 2019, Bogotá, Colombia) titulado “La mentira en política: entre la manipulación de los hechos y la pregunta por quién habla ahí”.

LA PROPUESTA ARENDTIANA: MENTIRA Y POLÍTICA

“¿Sobre qué se miente en política? ¿Qué se intenta modificar, contrariar o introducir allí? ¿Cuál es el lugar de la mentira en el ámbito político y cuál su relación con la verdad? Hannah Arendt se ocupa de estos asuntos en “Verdad y política”. Allí la filósofa parte de la distinción planteada desde la modernidad entre verdades de razón y verdades de hecho, según la cual la verdad dejó de ser atribuida a la revelación y pasó a ser pensada como producto de la mente humana. Sin entrar en la discusión acerca de la legitimidad de dicha clasificación, y como punto de partida para su reflexión, entre las verdades de razón Arendt (2016) destaca los axiomas de la matemática, las afirmaciones científicas y las teorías o doctrinas filosóficas. Estas pertenecen al campo de los juicios analíticos a priori, esto es, son verdades necesarias y universales que no introducen, amplían o modifican nuestro conocimiento del mundo. Asimismo, el valor de verdad y la aceptación de esta clase de verdades no está relacionado con quien lo enuncia o lo interpreta, ni con el medio o el modo de su transmisión. En suma, se trata de verdades de orden lógico y racional. De aquí que de una proposición de este orden se puede afirmar que es verdadera o falsa, mas no que es mendaz.

Para autores como Hobbes, comenta Arendt (2016), “estamos inclinados a asumir que la mente humana siempre será capaz de reproducir axiomas como el que afirma que ‘los tres ángulos de un triángulo suman dos ángulos rectos’” (p. 352). Por otro lado, es válido conjeturar que la verdad de las matemáticas “no interfiere en la ambición, el beneficio o la pasión humana” (p. 352). Si se diera el caso de que algún poderoso se viera amenazado por las verdades de los axiomas de la matemática, y ordenara destruir todos los libros de geometría existentes, esta acción no afectaría la verdad de tales proposiciones. En cuanto a las afirmaciones de carácter científico o filosófico, precisa Arendt (2016), el peligro es mucho mayor, pues “de haber tenido la historia un giro distinto, todo el desarrollo científico moderno desde Galileo a Einstein podría no haberse producido” (p. 353). Si bien no hay que perder de vista que las teorías científicas pueden instrumentalizarse, tergiversarse, negarse o rechazarse, como tantas veces ha ocurrido, siempre es posible que tales verdades sean reconocidas, reconstruidas o reproducidas en otro momento o en otro contexto. Por más que el gobierno actual de los Estados Unidos se empeñe en negar el cambio climático, por ejemplo, esto no implica que la verdad allí cuestionada, ni las evidencias del cambio global que la sustentan, desaparezcan.

En consecuencia, aunque estas verdades están en mayor riesgo que la afirmación de que dos más dos es igual a cuatro, el riesgo sigue siendo todavía menor de lo que, a juicio de la filósofa, puede ocurrir con las denominadas verdades de hecho. En este sentido, entre las verdades más vulnerables están las que refieren a los hechos humanos, a los acontecimientos. Aquellos que “constituyen la textura misma del campo político” (Arendt, 2016, p. 354) y cuyo rasgo distintivo es la contingencia, pues son obra de la voluntad humana. A diferencia de lo que puede pasar con las verdades de razón, una vez que los hechos se han perdido en el mentar (o mentir) humano, “ningún esfuerzo racional puede devolverlos” (p. 354). A juicio de la filósofa, el riesgo de que los hechos sean borrados, omitidos, falsificados, deformados o difamados en la “embestida feroz” del poder político, radica tanto en el carácter accidental del acontecimiento, como en nuestra natural propensión a querer que las cosas hubieran ocurrido de otra manera; y este daño a la verdad puede persistir “no solo por un periodo, sino potencialmente para siempre” (Arendt, 2016, p. 354). A diferencia de los axiomas de la matemática, de las teorías científicas o filosóficas, los hechos “siempre podrían haber sido distintos […], no tienen por sí mismos ningún rasgo evidente o verosímil para la mente humana” (Arendt, 2016, p. 384).

En ello radica el mayor grado de vulnerabilidad de las verdades de hecho con respecto a cualquier verdad de razón. Si bien es válido afirmar que otra de las dificultades de las verdades de hecho consiste en que, por lo general, estas se producen a partir de fuentes de diversa índole, tales como los testimonios directos o indirectos, expedientes, monumentos, pruebas materiales, etc., para Arendt estas circunstancias no pueden “servir para justificar que se borren las líneas divisorias entre hecho, opinión e interpretación, o como una excusa para que el historiador manipule los hechos como le plazca” (Arendt, 2016, p. 365). Pese a la incertidumbre propia de la verdad factual, su opuesto implica no el error histórico, sino la alteración deliberada de “la materia objetiva misma”. Así pues, “la falsedad deliberada […] no pertenece a la misma especie de las proposiciones que, acertadas o equivocadas, no pretenden más que decir qué es una cosa para el sujeto o cómo se muestra esa cosa a él” (Arendt, 2016, p. 381). En este sentido, la mentira política consistiría en omitir, falsificar, manipular o tergiversar deliberadamente o bien los hechos, o bien el testimonio que de estos se puede dar, a favor de intereses particulares. Si bien es válido afirmar que la mentira política así definida también abarca la manipulación mezquina de ciertas verdades de razón, como señalamos que ocurre con la tergiversación de teorías científicas como arma política, la diferencia radica en las posibilidades de comprobación objetiva que limitan la flexibilidad de las verdades de razón. Aun cuando mentira y opinión no significan lo mismo –pues la opinión surge a partir de los acontecimientos y es la base del debate político–, el asunto se confunde cuando aquel que no logra imponer el engaño aduce que lo que él profesa es su “opinión”; para lo cual invoca su derecho constitucional a la libertad de pensamiento. En este caso, dice Arendt, “la opinión es una de las muchas formas que puede asumir la mentira” (Arendt, 2016, p. 382).

Más allá de los matices, Arendt advierte que en la mentira política están en juego formas de acción. Mediante el decir mendaz, la pretensión es la misma: cambiar el mundo, modificar la realidad, reescribir la historia o, al menos, generar confusión a conveniencia de un grupo o de una persona en particular. Por el contrario, decir la verdad en cualquiera de las distinciones aducidas no entra en estas formas de acción. Esto, aclara Arendt, no porque la divulgación de los hechos o de las verdades de razón no pueda ser empleada por colectivos, y tener efectos en diversos ámbitos de lo social, sino por lo que la filósofa refiere como el carácter despótico de la verdad. A su juicio, la verdad en cualquiera de sus acepciones no puede ser modificada; es coactiva y no persuasiva. En este sentido, la verdad limita el poder de los gobernantes, pues en cuanto ella es inamovible y no admite acuerdos ni consensos, no puede ser monopolizada por ningún poder político. De hecho, como también puntúa Derrida (2002), cuando un aparato político hace de la verdad su bandera, cuando dice hablar desde la verdad, es cuando más miente. En relación con este carácter despótico, cuando el hombre veraz decide pasar a la acción, esto es, decide aparecer en la escena política, es el sospechoso por antonomasia. Aquel no solo debe justificar públicamente lo que dice, sino también demostrar que sus intereses y adhesiones políticas no condicionan su palabra. De hecho, Arendt precisa que en cuanto el mentir es más afín a nuestro modo de proceder en el mundo, no es difícil desacreditar a quien se presenta en nombre de la verdad. El embustero, por el contrario, no necesita de tan dudosa acomodación para aparecer en la escena política. […] Toma ventaja de la innegable afinidad de nuestra capacidad para la acción, para cambiar la realidad, con esa misteriosa facultad nuestra que nos permite decir “brilla el sol” cuando está lloviendo a cántaros. […] En otras palabras, nuestra habilidad para mentir –pero no necesariamente nuestra habilidad para ser veraces– es uno de los pocos datos evidentes y demostrables que confirman la libertad humana (Arendt, 2016, p. 383).

Por el carácter coactivo de la verdad, por su antagonismo con el poder político, por la difícil conciliación entre verdad e interés y por nuestra propia habilidad para cambiar el mundo mediante la palabra, parece mucho más fácil desconfiar de aquel que devela algo de la verdad. Razón por la cual, y de manera paradójica, quien en la arena política dice la verdad es percibida como una amenaza mayor que aquel que actúa de forma mendaz. Como precisa Arendt y como asunto de total actualidad, atendamos ahora a lo que sería el paso de la mentira política tradicional a la mentira organizada”.

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