Por Hernán Andrés Kruse.-

El tractorazo del pasado sábado fue una masiva demostración de fuerza del arco antikirchnerista, similar a las que tuvieron lugar en 2008 provocadas por la resolución 125. La Plaza de Mayo se cubrió de enfervorizados manifestantes que no ocultaban su rechazo visceral al gobierno nacional en general y a Cristina Kirchner en particular. Ese odio se tradujo en la presencia de muñecos negros con una soga al cuello, colgados en las rejas de la pirámide Mayo y que tenían pegados las caras de dirigentes sociales, funcionarios gubernamentales, el presidente, la vicepresidente y su hijo, políticos de izquierda y referentes de organismos de Derechos Humanos.

Al ver esos muñecos negros por televisión me vino inmediatamente a la memoria la canción (1976) “No llores por mí Argentina”, compuesta por Andrew Lloyd Welber (música) y Tim Rice (letras) e interpretada por Julie Covington. Lamentablemente, no hemos aprendido las lecciones brindadas por nuestra dramática historia. Lo acontecido en la Plaza de Mayo es una nueva demostración del odio irracional y patológico que nos domina desde hace muchísimo tiempo. Una vez más, conviene tener memoria.

En el lejano junio de 1955 aviones de la marina bombardearon la Plaza de Mayo provocando una masacre. La reacción de Perón fue tremenda. El 31 de agosto pronunció el discurso político más violento del que se tenga registro. “Por uno de los nuestros caerán cinco de ellos”, sentenció. El peronismo y el antiperonismo habían pasado a ser dos bandos en pugna, dos enemigos irreconciliables. La guerra civil estaba a la vuelta de la esquina. El 16 de septiembre las fuerzas armadas, con el apoyo de un importante sector de la civilidad, derrocó a Perón dando origen a la Revolución Libertadora. Después del breve gobierno de Lonardi, quien había enarbolado la bandera de la concordia (ni vencedores ni vencidos), el general Aramburu se hizo cargo del gobierno. Su política se tradujo en la aplicación de un antiperonismo que hubiera aplaudido Robespierre. A partir de entonces el antagonismo entre el peronismo y el antiperonismo se ahondó hasta el infinito.

Todo lo que aconteció en el país a partir de la Revolución Libertadora hasta el retorno definitivo de Perón al país fue la más palpable demostración del fracaso del antiperonismo jacobino. El odio a Perón (que pudo haber estado plenamente justificado) no hizo más que hacer de él un mito viviente. Ese odio, además, legitimó el accionar de los montoneros que, con su criminal accionar, favoreció la estrategia de Perón. Durante el tercer gobierno peronista el país se transformó en un gigantesco campo de batalla entre los montoneros y el sindicalismo ortodoxo y la AAA. Esa locura desatada por el fanatismo y el odio no hizo más que abrirles las puertas del reino a los militares, quienes en marzo de 1976 derrocaron a Isabel. Lo que aconteció a posteriori es harto conocido.

A la grieta peronismo-antiperonismo se le sumó la grieta civiles-militares. Menem creyó que podría cerrar ambas indultando a Videla y compañía y a los cabecillas de la guerrilla. Con el correr de los años pareció que ambas grietas se diluían. Fue un espejismo. Quien las avivó fue, a mi entender, Néstor Kirchner con su decisión de reemplazar el prólogo al libro Nunca Más escrito por Sábato por otro prólogo cuya intención era sepultar la denominada teoría de los dos demonios. Con Néstor y Cristina en el poder, surgió con extrema virulencia el antagonismo kirchnerismo-antikirchnerismo. Se trata, a mi entender, de una grieta que se diferencia bastante de la histórica grieta peronismo-antiperonismo, ya que en el sector antikirchnerista militan peronistas que jamás toleraron a Néstor y Cristina.

Pues bien, esta grieta continúa plenamente vigente. Lo que sucedió este sábado en la Plaza de Mayo lo pone dramáticamente en evidencia. A esta altura de los acontecimientos no cabe duda alguna que el odio entre kirchneristas y antikirchneristas favoreció-y continúa favoreciendo-las ambiciones políticas de varios dirigentes. A Cristina le sirvió para obtener la reelección en 2011. Cuatro años más tarde, ese mismo odio le sirvió a Macri llegar a la presidencia. En 2019 Alberto Fernández prometió sepultar para siempre la grieta. No lo logró para beneplácito de Cristina, Macri y… Milei.

La grieta constituye, por ende, un gran negocio político que tiene de rehén al pueblo. El drama es que son millones los argentinos, pertenecientes a ambos bandos, que creen sinceramente que, por ejemplo, Cristina y Macri pretenden destruirse. Nada más alejado de la realidad. Ellos son socios políticos ya que los une la misma pasión por el poder. Por su parte, Milei, la flamante estrella del firmamento, sabe perfectamente que sólo alimentando la grieta, es decir promoviendo el antagonismo con la clase política, tendrá chances de ser presidente en 2023.

En definitiva, me parece que la grieta es, a esta altura de los acontecimientos, una gran puesta en escena tendiente a favorecer los intereses políticos de unos pocos “vivos” que si en algo son expertos es en el arte de la manipulación de masas.

A continuación paso a transcribir un artículo de Washington Uranga publicado en Página/12 el 29/1/021 titulado “La grieta como estrategia política”.

“La grieta es una categoría fabricada por el sistema corporativo de medios como traje a medida para un sector de la política cuyo único propósito es, paradójicamente, destruir la política. ¿El método? Sustraer lo que antes fue debate y construcción ciudadana para encerrarlo en el restringido espacio del marketing comunicacional operado en base a encuestas y algoritmos, fake news y titulares de medios corporativos concentrados. Es un ámbito donde corren con ventaja las billeteras abultadas y los poderes más consolidados.

Si por grieta se entendiera la división que generan en la sociedad las diferencias de todo tipo (económico, social y cultural) entre quienes tienen mucho y los que casi nada poseen, entre quienes ejercen el poder y aquellos que lo sufren sin elección, habría que decir que se trata de una realidad tan añeja como la sociedad misma. Un objeto de estudio tan antiguo como permanente para las ciencias sociales que siempre encontrarán inteligentes y a la vez farragosas elucidaciones para explicar una conducta originada en la ruptura de los lazos de solidaridad entre seres humanos. Aunque esta interpretación pueda leerse como una elucubración simplista, ingenua y hasta carente de rigurosidad científica.

Pero no se trata de eso. Hoy por hoy la grieta es una categoría y un método ideado por los beneficiarios del poder para perpetuarse en el mismo y seguir usufructuando de los beneficios de todo tipo que les brinda la sociedad capitalista. Y por este motivo no van a escatimar esfuerzos, acciones e iniciativas para perpetuarla. No importan los ofrecimientos al diálogo, las concesiones o las negociaciones que se puedan ofrecer desde el otro lado. Porque la única metodología política (si es que así se la puede denominar) de los partidarios de la grieta es oponerse a todo, sin razones ni argumentos. Sin importar tampoco el tema y atribuyendo todos los males al circunstancial adversario que siempre será adjetivado como enemigo. Primero se proclaman antivacunas y a renglón seguido se denuncia la falta de las mismas. Y si llegan, las vacunas no serán suficientes o no estarán en tiempo oportuno, o no serán administradas de manera adecuada. Lo mismo sucede con otra innumerable cantidad de temas y cuestiones.

Los promotores de la grieta no discuten ideas políticas ni actos de gestión. Reclaman consenso para utilizarlo como veto, y diálogo para luego ausentarse de las mesas de negociación a fin trabar cualquier posibilidad de acuerdo. Sin considerar siquiera la contingencia de contradecirse a sí mismos. La metodología es negarse a todo sin importar los argumentos. Se alinean en torno a la consigna de rompan todo, porque el malestar general es su mejor negocio.

La grieta intenta destruir la política entendida como escenario para el diálogo y la construcción colectiva desde la diferencia. Y para ello todo vale: fake news, lawfare, amenazas, presiones, corrupción, sabotaje. Los partidarios de la grieta descreen de la política aunque la proclamen. También en eso mienten.

La grieta con todos sus condimentos es la estrategia elegida por Juntos por el Cambio para alcanzar sus objetivos políticos (o antipolíticos) de retomar en plenitud las riendas del poder institucional.

Frente a esto no valen sólo las buenas intenciones y la disposición al diálogo, porque se corre riesgo de quedar atrapado en las redes de una metodología de destrucción que carece de valores éticos y, sobre todo, de respeto por los derechos humanos, un pilar indiscutible de la democracia que proclamamos y defendemos.

La defensa de la democracia requiere además de manifestaciones de firmeza, en unos casos, y de energía y resolución en la toma de decisiones en otros. Sin otra consideración que la verdad, la justicia y la libertad. Ante una estrategia de destrucción, el ejercicio del poder político necesita retomar la prioridad en las necesidades y en las demandas de aquellos cuyos derechos han sido vulnerados, que demandan de justicia y que, no casualmente, constituyen la mayoría de los votantes del hoy oficialismo. Hacerlo antes de que sea tarde, sin abandonar el diálogo y la negociación, sin renunciar objetivos que formaron parte del contrato electoral y sin paralizar la acción. Porque como afirmaba el revolucionario mexicano Emiliano Zapata “es mejor morir de pie que vivir de rodillas”.

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