Por Roberto Fernández Blanco.-

Es equivocado, improductivo e incluso negativo, el convocar a un “debate” a los candidatos pretendientes a encabezar la administración del Estado.

El concepto “debate”, como se pudo claramente ver este pasado domingo, implica “enfrentamiento verbal” con la intención de doblegar y abatir al contrincante o antagonista, lo que inevitablemente mueve a la agresión.

El debate se transforma en una batalla en la que dos (o más) machos alfa luchan para ser cabeza del rebaño ciudadano, reduciendo a la ciudadanía al rol de manada expectante para ver quién se impone sin importar los medios (disfrazados de civilizados) para lograr sus propósitos, sin aportar lo esencial para que un pueblo pueda optar por un camino u otro que conduzca a mayores beneficios y bienestar.

Errores que crean malestar social, generalizan enfrentamientos y son inconducentes y poco o nada constructivos.

Es fundamental distinguir la diferencia entre los conceptos debate y discusión.

En el universo científico prevalece la discusión, el intercambio y análisis de argumentos.

No se enfrentan las personas sino que se presentan, se consideran y se valoran opciones argumentales.

Prevalece el respeto entre ambos aunque la discusión sea controversial, una disputa acalorada, apasionada, vehemente pero con el honrado objetivo de que prevalezcan la razón y el beneficio.

Nunca la agresión, ese bajo acto de barbarie.

La manada ciudadana presenció un desagradable, hueco e improductivo intercambio de actos intimidantes sin aportes precisos y plenos de fantasiosas vaguedades que contrastan con la triste realidad a la que estos politicastros nos tienen acostumbrados y nos vienen sometiendo.

Un lamentable sendero hacia profundidades totalitarias.

Una remake del autoritarismo que nos viene asfixiando desde hace muchos años.

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