Por Carlos Tórtora.-

El gobierno entra ya, salvo una sorpresa en la que nadie cree, en una zona de tormenta que tendrá su clímax a partir de la noche del 14. La operación de Cristina Kirchner y su convalecencia parecen sincronizadas con la pre-crisis, ya que ella suele ausentarse antes de sus grandes operaciones políticas. Lo más probable es que el kirchnerismo duro vuelva a la carga contra el núcleo presidencial reclamando ahora el control total del gabinete. La usina de versiones sobre el pase de Roberto Feletti al ministerio de economía es un síntoma. Desde la lógica K, la única forma de gobernar con una derrota a cuestas es uniformar todo el elenco de gobierno y profundizar el rumbo para evitar que la oposición se quede con la iniciativa política. Esta especie de reflejo es natural en la facción gobernante, que es ajena a cualquier idea de autocrítica. La realidad es que si el kirchnerismo se abriera y pasara a cogobernar con los gobernadores, la CGT y los empresarios, es posible que su poder se diluiría bastante rápido. Los esquemas de poder cerrados, como es el oficialismo, sólo pueden funcionar en forma concentrada, ya que no son compatibles con un sistema abierto y coparticipado. En síntesis, que a Cristina no le queda otra opción que ir por más.

Un presidente no creíble

Uno de los principales interrogantes es qué hará Alberto Fernández. Durante la última crisis, el presidente amagó durante 24 horas con resistirse a la presión cristinista para defenestrar a Santiago Cafiero de la jefatura de gabinete. Durante ese día de rebeldía recibió el apoyo de la CGT y de algunos grupos empresarios y daba la impresión de que, si rompía lanzas con su vicepresidenta, contaría con una base de apoyo importante. ¿Hará nuevamente un gesto de rebeldía Alberto? Su credibilidad ahora es más baja que el 12 de septiembre y en el peronismo ya son pocos los que creen que puede haber una ruptura. En las filas de la dirigencia peronista, sobre todo del interior, no hay ánimo para embarcarse en una pulseada con La Cámpora detrás de un líder que terminará cediendo. Este cuadro lleva a la conclusión de que, en la inminente crisis, el presidente estará más solo que en la anterior y que debería ser muy enérgico para recuperar credibilidad. Otro interrogante es si Alberto aceptará perder aún más poder, es decir, ceder tal vez las cabezas de Matías Kulfas y Claudio Moroni o directamente la de Martin Guzmán, cada vez más cerca de su renuncia.

Esta vez, es probable que los términos de la crisis sean aún más severos. Hay señales de que algunos de los jueces de Comodoro Py ya son sensibles al peligro de eclipse que se cierne sobre la vicepresidenta. Ella, para evitar una estampida de decisiones judiciales en su contra, está necesitada de salir fortalecida de la próxima crisis, esto es, aparecer concentrando aún más poder, lo que lograría poniendo bajo su esfera a la política económica. Alberto, en cambio, parece limitado a un objetivo de mínima: subsistir en el poder formal esperando que el giro de los acontecimientos le dé una oportunidad para recuperar poder.

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