Por Luis Américo Illuminati.-

Previo ir al grano, debo manifestar que este mes de diciembre es variopinto, respecto de conmemoraciones, pero ruego a la Virgen María Inmaculada, cuyo día fue el pasado 8 de diciembre y a su Divino Hijo Jesús, que volverá a nacer dentro de 14 días, nos asistan en los próximos días del año y parafraseando a Martín Fierro, digo: «Vengan santos milagrosos, / vengan todos en mi ayuda, /en esta ocasión tan ruda [en que voy a contar esta triste historia].

El 10 de diciembre -Día de la Democracia-, más allá y más acá de las razonables críticas que se le hacen al oficialismo o facción gobernante de haberse «apropiado» de este festejo o celebración, por el «advenimiento» o recupero de la democracia, que para algunos le pertenece a Raúl Alfonsín o cuanto menos, al radicalismo que se impuso en las urnas -verdadera discusión bizantina y estéril-, lo cierto es que en la Argentina la democracia «non e una mera parola sino e una «parolaccia», al decir de la lengua del Dante, una mala palabra, respecto de la cual habría que hacer algunas aclaraciones o advertencias ineludibles. Pues muchas veces es más conveniente y aconsejable para ahorrarse polémicas y discusiones, decir «Pasapalabra» cuando hay que definirla en cuanto a su correspondencia con la realidad argentina. «Pasapalabra» tal como en el espacio televisivo de preguntas y respuestas de Iván de Pineda. Es la respuesta del participante cuando el conductor del programa lo interroga sobre algún tema y aquél no lo sabe o no lo recuerda. En el caso nuestro, no porque no lo sepamos sino por otras razones u observaciones que debemos aclarar «a priori». Entonces decimos «Pasapalabra» antes de responder y hablar sobre una situación histórica que es como una desgastada rueda de molino que gira en el charco de lodo del pantano. Puesto que si debemos hablar de democracia en la Argentina, como una de las tres formas de gobierno explicitadas por Aristóteles (Monarquía-Aristocracia-Democracia) y sus respectivas degeneraciones, especialmente la demagogia respecto de la democracia, ésta no es tal. Aclaremos que en Atenas -cuna de la democracia- en rigor esta forma de gobierno era exclusiva de una minoría privilegiada de la ciudad-estado, el resto de la población no participaba. Hecha esta salvedad, forzoso es reconocer que en la Argentina esta noble institución -la democracia como forma de gobierno- desde sus comienzos fue deformada y adaptada a los malos hábitos locales luego de nuestra emancipación de España. El mismo José Hernández en su Martín Fierro denuncia los abuso de su época. Mitre en un solemne manifiesto, si los orígenes de su gobierno pudieran excusarse, y sin olvidar que procedió con Urquiza como éste procedió con Rosas, dijo: «El derecho de sufragio, fuente de toda razón y todo poder en las democracias, quedó suprimido de hecho, la renovación de los poderes públicos se  confió, no ya a la acción tranquila del voto de las mayorías sino al registro falso, al fraude electoral, a la fuerza de los gobiernos electorales complotados y a la eficacia de los medios oficiales puestos al servicio de esta iniquidad erigida en sistema permanente de gobierno…» (citado por J.L. Busaniche en el prólogo de su ensayo «Rosas visto por sus contemporáneos», Eudeba, 1973, pág.11). Nos referíamos al comienzo de esta reflexión al 10 de diciembre de 1983 con la victoria de Alfonsín, como fecha de celebración del regreso de la democracia, hecho histórico al que cabe agregar varios capítulos precedentes que fueron suprimidos o arrancados por una franja de corifeos y glosadores de izquierda (seudohistoriadores) que justificaron la brutal agresión terrorista, propalando una falsa doxología o versión unilateral de los hechos como biombo y excusa para ocultar una verdad dolorosa, una situación que no por soslayada, deja de ser «un agujero negro», pues achaca la culpa de todo lo sucedido a un solo sector de la sociedad y no a los conspiradores que comenzaron el incendio del Estado. Y el kirchnerismo -conjunto de pescadores de río revuelto- coparon las orillas y se quedaron con las cañas, las redes y todos los pescados, colocándose la banda de la corrección política, para usar y vilipendiar la palabra democracia, usarla como se disfraza de oveja un lobo, festejando eufóricamente su reciente derrota, sobreactuando y exagerando la nota, teatralizando todo, como siempre lo hace, negando y sin reconocer que la intervención de las FF.AA. del 24 de marzo de 1976 fue la forzosa conclusión  y consecuencia del terrible caos, sangría y locura que existió durante tres años o 27 meses ó 1108 días. Un tiempo en la historia argentina donde las sangrientas luchas internas fueron entre peronistas de izquierda y de derecha, que alevosamente se mataban entre ellos. Mil cien días de horrores, bombas, secuestros, cárceles del pueblo, ajustes de cuentas, asaltos a bancos, una orgía de sangre y odio en que la mayor parte de la población temblaba y clamaban orden y un alto a la perversión y villanía de los extremistas que querían hacer de Argentina otra Cuba como la de Castro, que atacaron desde sus cimientos al débil gobierno de Doña María Estela Martinez viuda de Perón, son los que ahora se les llena la boca con la palabra democracia, a la cual el kirchnerismo le ha puesto el peor de los nombres o nomenklatura con salvoconducto de odio, esto es, la adopción y transmisión del odio entre hermanos. Por eso no se entiende qué es lo que festejan. Símbolo de esta duda y de la falsa práctica de la democracia es el monumento de ese hombre pensando -parece Aristóteles- en la Plaza de los Dos Congresos tratando de adivinar qué tipo de gobierno rige en la Argentina.

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