Por Hernán Andrés Kruse.-

El fascismo dijo “presente” este domingo en Brasilia. Miles de simpatizantes bolsonaristas arremetieron contra los emblemas del poder brasileño: los edificios que albergan a los tres poderes del estado, el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Los destrozos que causaron fueron tremendos. Se trató, qué duda cabe, de un artero ataque contra la democracia. Con el correr de las horas la tensión cedió y finalmente la intentona de sedición fue controlada. El presidente Lula dio un enérgico discurso. Acusó de genocida a Bolsonaro y ordenó la intervención de las fuerzas de seguridad de Brasilia, la hermana brasileña de la policía porteña. Horas más tarde, la Corte ordenó la suspensión por noventa días del gobernador de Brasilia, cuyo accionar durante la álgida jornada dejó mucho que desear. En la mañana del lunes militantes bolsonaristas tomaron la decisión de bloquear varias rutas del país mientras Lula se reúne con los gobernadores para intentar calmar las aguas.

Lo que acaba de acontecer en Brasil es de una gravedad inusitada. Emulando a los energúmenos que invadieron el Capitolio hace dos años, miles de bolsonaristas vistiendo la camiseta de la selección de fútbol ultrajaron el principio fundamental de la democracia constitucional: la división de poderes. Se trató, qué duda cabe, de una acción preparada con antelación. Según lo han confirmado los medios brasileños, numerosos ómnibus que transportaban a centenares de bolsonaristas ingresaron a Brasilia en las horas previas al ataque. Y lo más dantesco, fueron escoltados por la policía de Brasilia. ¿Alguien puede suponer que el ahora suspendido gobernador de Brasilia no sabía lo que estaba sucediendo? Nadie, obviamente.

Ayer hubo un intento por derrocar al flamante presidente Lula. Afortunadamente fracasó. Pero no hay que llamarse a engaño. El huevo de la serpiente continúa vivito y coleando. Durante sus cuatro años de gestión el ultraderechista Jair Bolsonaro alimentó ese huevo, creó un ambiente de intolerancia y fanatismo que atenta contra la convivencia democrática. Bolsonaro dividió a la sociedad brasileña en dos sectores antagónicos, irreconciliables. Ello quedó de manifiesto en el balotaje del año pasado. La diferencia final a favor de Lula fue exigua, lo que demuestra que el bolsonarismo lejos está de haber entrado en un cono de sombras. Ahora bien ¿quiénes invadieron la Casa de Gobierno, el Parlamento y la Corte representan a los millones de brasileños que votaron por Bolsonaro en la segunda vuelta? ¿Los votantes de Bolsonaro están de acuerdo con lo que sucedió este domingo en Brasilia? Si la respuesta es afirmativa entonces cabe afirmar que Brasil está inmerso en un gravísimo problema de gobernabilidad. Bolsonaro fue votado en el balotaje por unos 55 millones de brasileños. Si esa marea humana convalida el accionar de los fanáticos ¿cómo hará Lula para gobernar de aquí al final de su mandato?

Para Atilio Borón lo que acaba de pasar en Brasil “es algo inédito en la historia del país. Pero, paradójicamente, era algo previsible. Hubo muchas señales de que la derecha radical, neofascista o neonazi, no estaba dispuesta a permitir que se consumara en paz y ordenadamente la asunción de Lula como nuevo presidente del Brasil. Claros indicios de que apostaba a un golpe militar, para lo cual golpeaban la puerta de los cuarteles y acusaban públicamente de cobardes a los militares por no rescatar al país de las garras del comunismo y su arma mortal: la ideología de género (…)”.

“El signo de esa revuelta bolsonarista guarda una notable similitud con lo acaecido casi exactamente dos años antes en el Capitolio de Estados Unidos. En este país tuvo lugar un 6 de enero, en Brasil el 8. La coincidencia no es casual, habida cuenta de la existencia de una muy activa y muy bien financiada internacional neofascista que tiene como su gurú ideológico y organizacional a Steve Banon, ex asesor de Donald Trump. Pero las coincidencias no terminan allí. El objetivo fue el mismo: demostrar cómo un grupo decidido y relativamente pequeño (en Brasil unas cuatro mil personas) puede apoderarse a voluntad de la sede de los tres poderes del Estado y, si algunas condiciones maduran, hacer que las fuerzas armadas den un paso al frente y consumen la re-edición del infausto golpe de estado de 1964. Por eso lo ocurrido es un ensayo, una prueba. Seguramente volverán a la carga para crear una situación que finalmente termine por convertir en inevitable un arbitraje militar”.

¿Cómo debe reaccionar Lula frente a semejante desafío? Responde Borón: “Por empezar tendrá que decretar la intervención de la gobernación de Brasilia, cómplice necesaria por su pasividad ante los revoltosos. Tendrá también que reemplazar a la cúpula de los servicios de inteligencia del Estado, que fueron incapaces-o no quisieron-anticipar esta situación y advertir a las autoridades del peligro que se avecinaba. Y otro tanto tendrá que hacer con las fuerzas armadas. Por otra parte, el presidente Lula tendrá que convencerse que deberá movilizar y organizar a su base electoral y recuperar el control de calles y plazas. En caso contrario, la estabilidad de su gobierno podría llegar a verse muy comprometida. Ni las instituciones ni las diversas ramas del aparato estatal le responden tal cual manda la constitución. Su único reaseguro es la movilización popular” (Página/12, Brasil; crónica de un ensayo anunciado, Página 9/1/023).

Por su parte, Janaína Figueiredo expresó desde Río de Janeiro: “Lo que sucedió el domingo 8 de enero en Brasil podría definirse como la crónica anunciada de un acto terrorista inédito en la historia del país. Quien se haya sorprendido con lo que ocurrió no venía siguiendo los acontecimientos políticos de los últimos meses con atención. Basta recordar que el ex presidente Jair Bolsonaro-que se sigue presentando como presidente de Brasil en redes sociales-se rehusó a participar de la ceremonia de asunción de quien lo derrotó en las urnas, viajó a los Estados Unidos, y en todo momento arengó a sus seguidores acampados frente a cuarteles militares para pedir un golpe”.

¿Se trató realmente de un intento de golpe de estado? Responde la autora: “Como explica el profesor de historia de la Universidad Federal de Juiz de Fora, estado de Minas Gerais, Odilon Caldeira Neto, “no se trató de un golpe en sí, sino de un evento apoteósico que busca deslegitimar los liderazgos políticos e instituciones democráticas. El plan es rodear al gobierno, con el objetivo de hacerlo insostenible en el ejercicio del poder. El caos es el instrumento para demandar la militarización”. Caldeira Neto es un estudioso de la extrema derecha brasileña, uno de los que viene alertando hace años sobre su crecimiento y el peligro que representa para la política nacional. Una extrema derecha que, afirma,”busca referencias internacionales, articularse con aliados extranjeros e incorporar agendas de la extrema derecha global. La clave, enfatizó el profesor a La Nación, es saber cuál es el grado de penetración nacional de estos grupos terroristas, el apoyo que tienen, financiamiento y red de contactos. Todo esto tiene que ser averiguado” (La Nación, Un acto de terrorismo anunciado, 9/1/023).

En definitiva, La democracia brasileña está en peligro porque, como afirmó el profesor Caldeira Net la extrema derecha brasileña llegó para quedarse, con o sin Bolsonaro.

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