Por Hernán Andrés Kruse.-

El ambiente político se ha tornado irrespirable. El diálogo, la tolerancia, el respeto, el disenso, valores medulares de la democracia liberal, brillan por su ausencia. Nadie argumenta, nadie razona. Todos gritan, todos pretenden imponer sus ideas por la fuerza. Nadie escucha al otro. Todos monologan, todos dictan sentencia. “Vos estás a favor de Cristina. Sos, por ende, un corrupto”. “Vos estás a favor de Macri. Sos, por ende, un enemigo del pueblo”.

El ambiente político se ha tornado irrespirable. Tenemos un presidente que es una cáscara vacía, incapaz de ejercer el poder. Tenemos una vicepresidente obsesionada por sus problemas judiciales y que no ha hecho más que esmerilar a Alberto Fernández desde que estalló la pandemia. Tenemos un ministro de Economía que se cree presidente y que sólo piensa en las elecciones presidenciales del año próximo. Los tres se detestan, se desconfían, juegan su propio juego sin importarles las innumerables penurias que aquejan al pueblo. Tenemos una oposición mediocre y altanera que se conmueve cada vez que Elisa Carrió abre la boca. Tenemos un ex presidente que cree que hizo una buena presidencia y que necesita un segundo tiempo para completar su obra. Tenemos una UCR que cree que está en condiciones de volver a la Casa Rosada.

El ambiente político se ha tornado irrespirable. Los medios de comunicación no son más que armas de combate utilizadas por los bandos en pugna. Clarín y La Nación+ son las armas de combate utilizadas por el bando antikirchnerista, mientras que C5N y ahora A24 son las armas de combate utilizadas por el bando kirchnerista. El objetivo es aniquilar al enemigo. El juicio que hoy tiene a Cristina en el centro del escenario lo pone en evidencia.

En las últimas horas un periodista ultrakirchnerista, Roberto Navarro (El Destape Radio), salió con los tapones de punta. Al opinar sobre los escraches sufridos por el actor Pablo Echarri y el periodista Diego Brancatelli, criticó con extremas severidad a varios colegas enrolados en el antikirchnerismo: “Los Viale, los Lanata, los Feinmann, los Majul son los que están generando la violencia. Después pasan al aire los escraches. Yo creo que algo hay que hacer con ellos, algo hay que hacer con Jony Viale, con Majul, con Leuco. Algo tenemos que hacer para frenarlos. Algo tenemos que hacer con ellos que están generando este nivel de violencia. Mañana o pasado un loco puede matar a alguien. Deberían tener miedo ellos. Viale debería tener miedo de que algo lo frenara”. “El Estado debe cuidarlo a Jony Viale para que esto no despierte la violencia contra él. Un día estos hechos van a terminar mal. Van a terminar a los tiros. Esa violencia puede ir contra ellos también” (fuente: Perfil, 16/8/022).

La respuesta de los periodistas señalados por Navarro no se hizo esperar. “Dijo Viale: “Avisen cuándo es el escrache. Fuera de joda, esto es incitación a la violencia. Lo que denota es una desesperación tremenda. Están apretando por todos lados ¿no?” “Les desespera la libertad, les desespera la información”. “El apriete es un modus operandi típico del kirchnerismo. Lo están haciendo con Luciani, lo están haciendo con los jueces que juzgan a Cristina, lo están haciendo con periodistas”. Por su parte, Feinmann manifestó: “En otro medio leí que el periodista dijo que somos como la dictadura. Será que no deben querer que mostremos, que contemos, que informemos en la causa de Cristina. No querrán que Lanata le haga una nota a la arrepentida de Milagro Sala mostrando cómo la señora afanaba”. “Les encanta hacer periodismo de periodistas. Lo hacía 678 pero ahora como ese programa no existe, existen otros pequeños programas donde se hace exactamente eso”.

La grieta en el mundo del periodismo es cada vez más profunda. Pero en algo coinciden ambos bandos: la concepción política de Carl Schmitt está más vigente que nunca. Para el periodismo ultrakirchnerista la oposición es el mal absoluto y para el periodismo antikirchnerista el mal absoluto no es otro que el FdT. Conmigo están los buenos y con los otros están los malos. Los buenos son quienes comulgan con mis ideas y los malos son aquellos que piensan de otra manera. Los ultrakirchneristas creen ser los dueños de la razón y los antikirchneristas, también. Para los periodistas ultrakirchneristas Cristina es inocente. Para los periodistas antikirchneristas es culpable. No importa la sentencia futura de la justicia. Ambos bandos están actuando en su nombre.

También coinciden en su soberbia. Están convencidos de que son capaces de manipular la opinión pública a su antojo. Creen que el pueblo es, como afirmó más de una vez Viviana Canosa, un rebaño de pelotudos. Nada más alejado de semejante creencia. El pueblo es más inteligente de lo que ambos bandos suponen. Los argentinos no necesitamos de sus juicios de valor, altamente ideologizados, para pensar cuidadosamente cómo votar cada vez que ingresamos al cuarto oscuro. A partir del conflicto desatado por la resolución 125 la prensa antikirchnerista se ensañó con Cristina. La atacó sin piedad durante cuatro años. Sin embargo, en las elecciones presidenciales de 2011 fue reelecta con el 54% de los votos. Esa misma prensa se alineó en 2019 junto al presidente Macri para apoyarlo en su intentona reeleccionista. Ganó el FdT ampliamente. Como puede observarse, la capacidad de la prensa para influenciar el voto es totalmente relativa.

La pirotecnia verbal desatada en las últimas horas entre Navarro y reconocidos periodistas opositores pone en evidencia lo que se viene en materia electoral. Que nadie espere un debate de ideas entre los candidatos a presidente. La intolerancia y el fanatismo impondrán sus reglas. Evidentemente la clase política todavía cree que ahondar la grieta es redituable electoralmente, lo que pone dramáticamente en evidencia su total y absoluto desconocimiento de lo que realmente le sucede al pueblo.

Apéndice

El pensamiento de Platón: las formas de gobierno en “Las Leyes”

“Las Leyes” (ed. Porrúa, México, 1985) es la más extensa de las obras de Platón. Fue, probablemente, la última que escribió y aparentemente su muerte impidió que la terminara. Trata la cuestión de las formas de gobierno en el Libro III y los protagonistas son el Ateniense (Platón mismo, según Cicerón), Clinias (cretense) y Metilo (lacedemonio).

El derecho de mandar

Luego de analizar el origen de los gobiernos y la causa de las vicisitudes que padecen, Platón toca, a manera de introducción a las formas de gobierno, un tema central de la ciencia política de todos los tiempos: la relación de mando y obediencia o, si se prefiere, el dualismo gobernante=gobernados.

“En todo cuerpo político, ¿no es indispensable que unos gobiernen y que otros sean gobernados?” Con esta pregunta, Platón demuestra su convencimiento de que toda sociedad debe contar irremediablemente con una élite que detente el poder para desplegar la política gubernamental. Pero también es consciente de que la autoridad del gobernante puede ser legitimada de diferentes formas. “Pero en los Estados grandes o pequeños y lo mismo en las familias, ¿en virtud de qué títulos unos mandan y otros obedecen?” Platón distingue diversos títulos: la cualidad de padre y de madre (los padres tienen por naturaleza imperio sobre sus hijos), la nobleza (los de condición superior tienen derecho a mandar sobre los de condición inferior), la edad (los ancianos tienen derecho a mandar sobre los jóvenes), la esclavitud (los dueños tiene derecho a mandar sobre sus esclavos), la fuerza (el más fuerte tiene derecho a mandar sobre el más débil), la educación (el sabio tiene derecho a mandar sobre el ignorante) y, por último, la suerte (quien resulta favorecido por el azar para ejercer el poder tiene derecho a mandar sobre el resto).

El derecho de mandar reposa sobre diversos y opuestos títulos, lo que da lugar a convulsiones políticas y sociales que el legislador debe controlar para evitar que se repitan en el futuro. La historia ha demostrado que cuando los reyes han ejercido el poder sal margen de estos principios, han provocado su propia ruina y la de la propia Grecia. Su decadencia se produjo por haber desconocido la famosa frase de Hesíodo (Las obras y los días, v. 40) “¿Muchas veces la mitad es más que el todo?” Según Hesíodo, al gobernante le conviene quedarse con la mitad cuando la conquista del todo resulta altamente peligrosa. En otros términos: no le conviene al gobernante excederse en el ejercicio del poder, desarrollar un estilo político autocrático y despótico que termina por sofocar al pueblo. Para Platón “el ansia de excederse”-la ambición ilimitada de poder-no hace más que socavar la legitimidad de los reyes: “Semejante enfermedad probablemente es más común en los reyes, en quienes la molicie engendra el fausto y el orgullo”. Son los reyes los primeros en villar las leyes que limitan su autoridad, incapaces de conformarse con lo estipulado por el sistema normativo vigente. Esta flagrante contradicción los condujo a los extravíos y excesos que provocaron su ruina.

Para evitar caer en desgracia

¿Qué precauciones debería haber tomado el gobernante para evitar caer en desgracia? En base a lo que aconteció en Lacedemonia (Esparta), Platón elabora el siguiente diagnóstico: “Si en lugar de dar a una cosa lo que le basta, se va mucho más allá; por ejemplo, si a una nave se le dan velas demasiado grandes, al cuerpo demasiado alimento, al alma demasiada autoridad, ¿qué sucedería? Que la nave se irá a pique, el cuerpo caerá enfermo por exceso de gordura; y que el alma se abandonará a la injusticia, hija de la licencia”. Platón condena todo tipo de excesos. Tal el caso de la obesidad, fruto de la ingesta indiscriminada de alimentos. El apego a la autoridad es algo valioso para la relación entre los hombres. Pero cuando la autoridad se extralimita y quienes obedecen no osan rebelarse, surge la dictadura. El exceso de autoridad es tan dañino como el exceso de obediencia. Y no habrá joven alguno, sentencia Platón, que no teniendo que dar cuenta a nadie de sus actos, esté en condiciones de soportar el peso del gobierno sin que se corrompa su alma y sin que se granjee el odio de sus amigos más cercanos, lo que le provocará su ruina. De esta forma, Platón destaca la importancia del justo medio, el ejercicio equilibrado del poder como condición fundamental para garantizar la supervivencia del sistema político. Y sólo los legisladores de verdad, conocedores de ese equilibrio que hay que guardar en todo, están capacitados para prevenir este problema. Y se basa en la historia para corroborar sus reflexiones.

He aquí como Platón narra los hechos. Probablemente por voluntad de un Dios, Esparta (Lacedemonia) gozó de los beneficios de una autoridad real limitada por dos ramas provenientes de un mismo tronco. En ese contexto, un hombre dotado de una virtud divina (el legislador Licurgo), fue consciente de la excesiva concentración de la autoridad de los reyes. En consecuencia, derivó parte de dicha autoridad a veintiocho ancianos de una sabiduría probada, cuyo poder hacía de contrapeso a la voluntad de los reyes en los asuntos de mayor relevancia. Finalmente, otro hombre relevante (probablemente el rey Teopompo) decidió el establecimiento de los éforos para limitar aún más a los reyes. “De esta manera el reinado”, concluye Platón, “reducido a justos límites y templado en forma conveniente, se conservó y salvó al Estado con la institución real (…) acabamos de asentar que no debe crearse nunca una autoridad demasiado poderosa y que no esté moderada, y lo que nos hace pensar de esta manera es que importa a un Estado ser libre, sabio, unido, y que estos tres grandes fines no deben dejar nunca de estar presentes en el espíritu del legislador”.

El gobierno mixto

Para Platón es esencial que el legislador garantice la vigencia en el Estado de la concordia, la cultura y la libertad. Y sólo el gobierno mixto permite al legislador tener éxito en tal objetivo. “Puede decirse con razón, que hay en cierta manera dos clases de constituciones políticas, de las cuales nacen todas las demás: la una es la monarquía y la otra es la democracia”. En Persia, la monarquía aparece en su máximo esplendor. Sucede otro tanto con la democracia en Atenas. El resto de las constituciones no son más que mezclas de estos tipos puros de gobierno. “Ahora bien, enfatiza el filósofo, es absolutamente imprescindible que un gobierno tome de la una y de la otra, si se quiere que la libertad, la cultura y la concordia reinen en él (…) “. Un gobierno moderado es aquel que tiene algo de monárquico y algo de democrático. La concordia, la cultura y la libertad únicamente pueden ser garantizados por un gobierno sustentado en su capacidad para asimilar lo mejor de la monarquía y de la democracia.

Para demostrar su hipótesis, Platón analiza lo acontecido en Persia, símbolo de la monarquía, y en Atenas, símbolo de la democracia. Cuando Ciro asumió como rey de Persia, el imperio comenzó a alejarse tanto del principio puro de la monarquía, la servidumbre, como del principio puro de la democracia, la independencia. De esa forma, los persas se liberaron del despotismo que habían padecido hasta entonces y adquirieron el poderío necesario para extender sus tentáculos por varias regiones del planeta. Los jefes permitieron a sus subordinados saborear un poco las mieles de la libertad y tuvieron la astucia de situarse con ellos en un plano de igualdad, lo que les permitió “conquistar su corazón”, es decir, se ganaron su respeto y admiración. Como el rey permitía a todos gozar del derecho de libre expresión y premiaba a los subordinados que demostraban eficacia en la obediencia, los miembros de la intelectualidad persa no tuvieron obstáculo alguno en comunicar sus conocimientos, con lo cual emergía un ambiente de convivencia propicio para el florecimiento de la armonía social. Lamentablemente para el imperio persa, las cosas se modificaron dramáticamente luego de asumir Cambises. Según platón, fue el propio Ciro el culpable de que ello sucediera. En efecto, la vida que llevó Ciro le impidió instruirse en los principios de la genuina educación e interesarse en la eficaz administración de los asuntos internos.

Un atisbo de estado de derecho

Ocupada su mente por los problemas que implicaba su obsesión por las conquistas imperiales, Ciro creyó que lo más conveniente para sus hijos era que su educación recayera en las mujeres, quienes no titubearon en dejar que los jóvenes hicieran lo que quisiesen. Fue así como la descendencia de Ciro se acostumbró a vivir sin límite alguno, incapaz de escuchar reprimenda alguna. En este punto, Platón es por demás despectivo respecto al rol de las mujeres en el proceso educativo de los jóvenes. “De mujeres, que como por encanto y repentinamente se vieron elevadas a princesas y atan alta fortuna, no podía esperarse que los educasen de otra manera en ausencia de los hombres, ocupados por otra parte en correr los riesgos de la guerra y de los peligros”. En consecuencia, mientras Ciro adquiría para sus hijos rebaños de animales y hombres, no era consciente de que aquéllos no habían sido educados para llevar una vida salvaje, propia de los pueblos pastores. La educación que preparaba a los habitantes de los pueblos pastores para soportar la rudeza de la vida pastoril (dormir al aire libre, soportar las vigilias y hacer expediciones militares, por ejemplo) fue reemplazada en su ausencia por una educación que enarboló como estandartes lo sensual y lo placentero. Luego de la muerte de Ciro, el poder quedó en manos de sus hijos y el imperio se derrumbó como un castillo de naipes. Para Platón, la educación que se les brindó fue el origen de la tragedia. Uno de los hijos (Cambises), dominado por los celos, mató al otro. Incapaz de ejercer el poder como su progenitor, Cambises nada pudo hacer para garantizar la cohesión del imperio, lo que fue aprovechado por los medas para despojarlo de todos sus Estados “y por cierto eunuco, que así se le llamaba, a cuyos ojos se había hecho un objeto de desprecio por sus extravagancias”. Posteriormente, el poder cayó en manos nuevamente de los persas debido a la conspiración encabezada por Darío. A diferencia de los hijos de Ciro, Darío no había recibido una educación a la que Platón califica de “voluptuosa” y “afeminada”. Con el apoyo de los restantes sátrapas que lo acompañaron en la conspiración, Darío elaboró un sistema normativo al que se ajustó, con lo cual puso en vigencia una especie de igualdad. Para Platón, entonces, Darío introdujo en el imperio persa un atisbo de estado de derecho. Además, procuró garantizar la unión y la felicidad de los persas a través del comercio y conquistó su apoyo a través de regalos y beneficios. Fue así como logró formar un poderoso ejército de fieles que le permitió adueñarse de aquellos estados que Ciro había dejado luego de su muerte.

El ejercicio corrupto del poder

A Darío lo sucedió su hijo Jerjes. Y aquí se reproduce lo acontecido anteriormente con Ciro y Cambises. Jerjes fue un espejo de Cambises, tal como Darío lo había sido de Ciro. El drama volvía a repetirse. Jerjes recibió la misma educación “voluptuosa” y “afeminada” que Cambises. A partir de entonces, Persia no volvió a estar regida por un rey del calibre de Ciro o Darío. En la decadencia persa no hay cabida, sostiene Platón, para el azar. El desmoronamiento del imperio se produjo fundamentalmente por la incapacidad de aquellos reyes que, como Cambises y Jerjes, fueron incapaces de ejercer el poder como sus progenitores. Típico de la educación que recibían los hijos de los ricos y poderosos, poco podía esperarse de ellos una vez que alcanzaron la cúspide del poder. En definitiva, para Platón la mediocridad de la educación recibida por Cambises y Jerjes fue la causa fundamental de la caída del imperio persa. Cuando la educación flaquea acceden al poder gobernantes ineptos que se tornan cada vez más inescrupulosos e intolerantes. El resultado final no puede ser otro que la decadencia, sentencia Platón. El estado se desmorona cuando sus miembros, especialmente su clase dirigente, trastruecan la escala de valores que hicieron de aquél un estado duradero y perfecto. Cuando la clase dirigente se esmera en garantizar una justa distribución de la estima y del desprecio, es posible crear y mantener un estado de esa índole. ¿Y cuándo tal distribución es justa? “Esta distribución será justa si se ponen en primera línea, en la más honrosa, las buenas cualidades del alma, cuando van acompañadas de la templanza; en segunda línea, las del cuerpo; y en tercera, la fortuna y las riquezas. Todo legislador o estado que trastorna este orden, poniendo en el primer grado de estima las riquezas o cualquier otro bien de una clase inferior, pecará contra las reglas de la justicia y de la sana política”. El estado se fractura cuando el gobernante ejerce el poder en su propio beneficio, situando en la cúspide de sus preferencias a la riqueza. Ello no hace más que corromper el ejercicio del poder, atentar contra la justicia, crear las condiciones para que el edificio estatal comience a tambalear. El ejercicio corrupto del poder atenta contra la buena convivencia entre gobernantes y gobernados. Aquéllos se desentienden de los sufrimientos del pueblo y basan su autoridad en la crueldad y el miedo. Desconfían de todos y si el estado entra en guerra, tienen serios problemas para conformar un ejército confiable. Persia cayó porque los reyes abandonaron la moderación y la templanza, dando origen a una tiranía que socavó los cimientos del imperio.

Atenas: de la democracia templada a la democracia a secas

A continuación, Platón pasa a demostrar su afirmación según la cual la democracia plena y absoluta, independiente de todo otro poder, fue la causa de la ruina de Atenas. Cuando el imperio persa amenazó a Grecia con la invasión, los atenienses apoyaban la antigua forma de gobierno, donde los cargos públicos se otorgaban en función del censo dividido en cuatro sectores. En aquel entonces reinaba en Atenas la democracia templada, moderada. En ese ámbito, los atenienses legitimaban el estado de derecho. Tal sumisión a las leyes se vio reforzada por el desafío que implicaba la presencia amenazante del formidable poder bélico de los persas. El miedo a perderlo todo no hizo más que fortalecer los lazos de solidaridad de los atenienses. Unos diez años antes del combate por mar de Salamina, Cató, enviado de Darío, se acercó a Grecia con una formidable fuerza bélica con la orden de llevarse cautivos a los atenienses y eretrianos. Las fuerzas invasoras no tuvieron inconveniente alguno en capturar a los eretrianos, mientras que Cató lanzó el rumor de que ningún eretriano había logrado escapar. El jefe imperial había lanzado, evidentemente, una feroz campaña de acción psicológica contra los griegos. y tuvo éxito, ya que ´-estos, especialmente los atenienses, quedaron helados de espanto. Conscientes de la desesperante situación, los atenienses pidieron auxilio, pero sólo los lacedemonios (Esparta) estuvieron dispuestos a tenderles una mano, y no de manera incondicional ya que estaban muy ocupados en su guerra contra los mesenios. En ese momento muere Darío y asume el poder su hijo Jerjes, déspota cruel y despiadado. Todo hacía presagiar el fin de Atenas. Sin embargo, “una sola esperanza les quedaba, bien débil y bien incierta a la verdad, y era que, echando una mirada sobre los sucesos precedentes, veían que contra todo lo que era de esperar, ellos habían conseguido la victoria; y apoyados en esta débil esperanza, comprendieron que su único refugio debían encontrarlo en sí mismos y en los dioses”. El temor por la presencia cercana del imperio persa y el respeto de las leyes, hicieron posible la supervivencia de Atenas. Si los atenienses no hubiesen estado embriagados de pudor, de ese sentimiento que hace a las almas virtuosas, libres e intrépidas, no hubieran sido capaces de defender con heroísmo sus templos, las tumbas de sus antepasados, sus parientes, sus amigos; su patria, en suma. Si el alma de los atenienses no hubiera estado impregnada de ese pudor, los atenienses, ante la presencia del enemigo, se hubieran dispersado buscando desesperadamente cada uno por sí mismos su supervivencia. La democracia templada garantizó la cohesión de los atenienses en el momento en que estuvo en juego el futuro de Atenas.

Ese respeto ateniense por los antepasados y, fundamentalmente, por las leyes, ha desaparecido, sentencia Platón. Los atenienses han dejado de ser “esclavos voluntarios de las leyes”. La democracia templada ha sido reemplazada por la democracia a secas, ilimitada, donde la opinión del vulgo vale lo mismo que la del experto. Platón utiliza el ejemplo de la música para ilustrar el tránsito de una democracia a otra. Antiguamente, la música estaba dividida en diversas especies y formas particulares. Había una serie de cantos: los himnos (súplicas dirigidas a los dioses), el treno (lamentaciones), los peanes (cantos en honor de Apolo) y el ditirambo (celebración del nacimiento de Baco). Cada canto recibía el nombre de ley y para diferenciarlas de las restantes leyes, se las denominaba “leyes de laúd”. Una vez establecida la melodía, se consideraba inmodificable. Toda manifestación, negativa o positiva, del público (silbidos i aplausos) no implicaban sentencias acerca de la conveniencia o no de reformar las melodías. Esta tarea correspondía a hombres expertos en música quienes, vara en mano y guardando un silencio respetuoso, bastaban para garantizar el orden. De esa forma, narra Platón, “los ciudadanos se dejaban gobernar así pacíficamente, y no se atrevían a expresar su juicio por medio de aclamaciones tumultuosas”.

Este orden inmaculado fue saboteado por los poetas. Pese a que eran profundos conocedores de la música, conocieron más la verdadera naturaleza y las genuinas reglas musicales. En consecuencia, se dejaron dominar por un entusiasmo irracional y un desmedido sentimiento del placer. Subvirtieron todas las reglas referidas a la música e inocularon en la sociedad el germen de la nivelación y la grosería. Paulatinamente, desaparecieron “el miramiento y decoro que la multitud había guardado hasta entonces, y se creyó ésta en estado de juzgar por sí misma en materia de música; de donde resultó, que los teatros, mudos hasta entonces, han levantado la voz, como si fueran entendidos para graduar las bellezas musicales, y que el gobierno de Atenas, de aristocrático que era, se haya convertido, para desgracia suya, en teatrocrático”. La democracia elitista había sido suplantada por la democracia de masas. La teatrocracia se expandió como un reguero de pólvora y todo el mundo se consideró con el mismo derecho para juzgar sobre todo, independientemente de si estaba preparado o no para hacerlo. El resultado no puede ser más nefasto, sentencia Platón. “Detrás de esta especie de independencia viene la de sustraerse a la autoridad de los magistrados, de donde se pasa al desprecio del poder paterno y a no prestar la debida sumisión a la ancianidad y a sus consejos”. La independencia absoluta del hombre conduce necesariamente al quiebre del principio de autoridad, con lo cual se le da la bienvenida a la anomia. El ejercicio desenfrenado de la libertad conduce al desconocimiento de las leyes, las promesas, los juramentos y la autoridad de los dioses. En ese ambiente de libertinaje, al legislador le resulta imposible garantizar el reinado de la libertad, la concordia y la cultura.

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