Por Hernán Andrés Kruse.-

Carcomidos por sus egos, Cristina y Alberto están, como el gran Jack Nicholson, atrapados sin salida. El matrimonio por conveniencia armado por Cristina en mayo de 2019 cruje por todos lados. El sismo comenzó en julio de 2020 cuando la primera dama no tuvo mejor idea que celebrar en plena cuarentena su trigésimo noveno aniversario en la Quinta de Olivos. Fue una falta de respeto a todos los argentinos que, dominados por el miedo al coronavirus, no nos atrevíamos a salir de nuestros hogares. Al poco tiempo Cristina publicó su primera carta en la que afirmaba que había funcionarios que no funcionaban, es decir, que eran unos verdaderos inútiles. Luego, en el Estadio Único de La Plata, “aconsejó” a aquellos ministros que no ejercían sus funciones como correspondía, que se buscaran otro trabajo.

La relación entre Cristina y Alberto empeoró en 2021. Cristina manifestó su descontento a través de nuevas cartas que sacudieron al Poder Ejecutivo. La dura derrota del oficialismo en las PASO dinamitó la relación. La reacción de Cristina fue feroz: ordenó a los funcionarios que le responden que renuncien, quienes la acataron sin chistar. Se produjo un peligroso vacío de poder que, afortunadamente, se solucionó con la llegada de Juan Manzur a la jefatura de Gabinete en reemplazo de Santiago Cafiero. Pero la tensión continuó. El oficialismo volvió a perder en las elecciones de noviembre, lo que no hizo más que enrarecer aún más el caldeado ambiente.

A esa altura era vox populi el desprecio de Cristina por el equipo económico de Alberto, especialmente por la figura de Martín guzmán, el encargado de negociar el acuerdo con el FMI. El quiebre definitivo se produjo cuando los diputados y senadores trataron en el parlamento el texto del acuerdo. Luego de arduas negociaciones entre el oficialismo y la oposición, finalmente el acuerdo fue aprobado por amplia mayoría tanto en la Cámara Baja como en la Cámara Alta. Pero para el FdT se trató de una victoria pírrica ya que para tener garantizada la aprobación debió contar con el apoyo de los legisladores de Juntos en ambas cámaras. El voto negativo de Máximo Kirchner y el resto de los diputados de La Cámpora puso en evidencia la fractura expuesta del oficialismo.

El divorcio de Cristina y Alberto quedó nuevamente en evidencia el 24 de marzo, cuando se conmemoró el cuadragésimo sexto aniversario del derrocamiento de Isabel. Durante la tarde la histórica plaza fue copada por miles de militantes de La Cámpora, en una demostración de fuerza que sorprendió a más de uno. Sin embargo, aún quedaban esperanzas, pocas por cierto, de que el presidente y la vice participaran juntos en la conmemoración del cuadragésimo aniversario del desembarco de un grupo de militares argentinos en Malvinas. Aunque cueste creerlo, los egos pudieron más que el recuerdo de aquella gesta. El presidente homenajeó a los ex combatientes de Malvinas en el Museo Malvinas, mientras que Cristina hizo otro tanto en el Congreso.

El acto encabezado por la vicepresidente tuvo dos episodios que merecen destacarse. Aldo Leiva es diputado nacional chaqueño (FdT) y veterano de Malvinas. En un momento de su alocución se dirigió a Cristina como “mi presidenta”. Luego, la vicepresidenta le recomendó al presidente el libro “Diario de una temporada en el quinto piso” del sociólogo Juan Carlos Torre. El autor fue miembro del equipo económico del ministro de economía de Alfonsín, Juan Vital Sourrouille, y en su libro hace una detallada descripción de la intimidad de la fallida gestión de Sourrouille. Justo ese libro eligió la vicepresidente como regalo para el presidente. El autor fue un testigo privilegiado del fracaso estrepitoso de las políticas de ajuste implementadas por Sourrouille que terminaron en la hiperinflación del primer semestre de 1989, obligando a Alfonsín a adelantar la entrega del mando a su sucesor, Carlos Menem. El mensaje de Cristina fue claro y contundente: si el presidente no modifica el rumbo de la economía, lo que implica el reemplazo de Guzmán, de Kulfas y del presidente del BC, el gobierno se estrellará como lo hizo el gobierno de Alfonsín.

Evidentemente Cristina está convencida de que el gobierno, al igual que el Titanic, se estrellará contra el iceberg. Es probable que este temor explique, tal como lo sostienen varios analistas políticos, su intención de dejar solo a Alberto, de obligarlo a asumir toda la responsabilidad por el naufragio. Curiosamente-o no tanto-hace unos días la periodista Viviana Canosa anunció con bombos y platillos que el cristinismo está decidido a adelantar la elección bonaerense para marzo de 2023. Mientras tanto, en el medio estamos los argentinos. La inflación no da tregua-todo parece indicar que en marzo la inflación será de aproximadamente el 6%-, al igual que la inseguridad. Las escenas de violencia protagonizadas por delincuentes que registra a diario la televisión son escalofriantes. La descomposición social es evidente. Las encuestas son coincidentes: la inmensa mayoría de la población es pesimista respecto al futuro.

Este complejo y peligroso escenario favorece las chances electorales de políticos como el libertario Javier Milei, cuyo discurso antisistema gana adeptos a diario. Sería conveniente que la dirigencia política tradicional deje de subestimarlo. El pueblo está muy cansado de las mentiras de la clase política, de las roscas políticas y, fundamentalmente, de la corrupción. Para octubre de 2023 falta una eternidad y si la situación social y económica sigue agravándose-y todo parece indicar que se agravará-no sería extraño que Milei se transforme en un serio candidato a ganar las elecciones presidenciales.

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