Por Alberto Buela.-

Apenas asumió el presidente Kirchner en marzo o abril del 2004, y acompañado por el abogado de tantísimos gremios, Carlos Pizzolorusso, tuve ocasión de charlar un rato con él en la Casa Rosada y allí le planteé que los planes para las organizaciones sociales o piqueteros tenían que ser administrarlos los sindicatos, porque son quienes saber mejor que nadie quienes están desocupados y quienes no. Además agregué que el ejército y la Iglesia tenían que participar en la reconstrucción de Argentina. Era por ese entonces el actual presidente Alberto Fernández, secretario privado. También le regalé un libro Ensayos de Disenso, vaya uno a saber a donde fue a parar.

Su respuesta fue clara y contundente: yo quiero a los piqueteros en la calle, basta de sindicatos. Al ejercito lo reemplazo por los periodistas y a la Iglesia por los otros.(no me dijo por quienes). La respuesta la vi años después en el murallón que rodea al Policlínico Bancario de Plaza Irlanda, donde una mano irreverente escribió: Kirchner se pelea con todos, menos con los judíos.

Han pasado de esta anécdota 20 años y hoy puedo comprobar que la teoría de Kirchner tiene plena vigencia.

Hoy el ejército argentino está constituido por los periodistas, esos analfabetos locuaces que piensan todos lo mismo. El 95% piensa, expone y selecciona los temas de igual manera. El adoctrinamiento que ha recibido esta gente, que son miles en Argentina y en el mundo, es admirable.

La producción del sentido de las noticias, nace no en ellos sino en los centros internacionales de producción de sentido. Casi nadie escapa a esta mordaza internacional. Los temas se reiteran una y otra vez hasta quedar instalados como verdades indiscutibles. Por ejemplo, el calentamiento global sobre el que se afirma que el hombre y los gases industriales son los responsables del mismo. Hoy, agosto 2023, acaba de descubrirse que hace 1200 años en plena edad media, sin máquinas de por medio, se produjo un calentamiento global similar al actual. Y así podemos poner el ejemplo de las vacunas del Covid, la guerra de Ucrania, el anticristianismo, la visión edulcorada de los millones de inmigrantes ilegales, la exaltación del consumo, el catecismo progresista de la Agenda 2030 y un largo etcétera.

La guerra semántica es superior a la guerra militar. El logos se impuso sobre el pólemos.

¿Qué pasó?

Esta explicación nace de la observación que realicé sobre el sentido de los orígenes próximos de los sindicatos. Los orígenes antiguos se remontan a la Edad Media y eso ya forma parte de la historia consolidada.

Cuando se produce la Revolución Francesa en 1789 lo primero que hacen los revolucionarios, tan alabados y ponderados en todos los libros de historia, es cortarle la cabeza a sus opositores (ej. La Vandée: un génocide légal proto-industrie) eso se llamó jacobinismo. Que es cuando un gobierno solo gobierna para los suyos y persigue a los otros. Uno de los jacobinos, Isaac de Le Chapelier, en 1791 suprimió todos los gremios de Francia con el razonamiento de que no podían existir organizaciones intermedias entre el individuo y el Estado, porque eso iba en contra de la democracia.

Esto lo copiaron, con variantes, todas las naciones europeas y entonces asistimos al período de explotación más atroz del trabajador, que va, aproximadamente, de 1790 a 1860. Como reacción a tan desalmada explotación surgieron el socialismo y sus variantes comunistas y trotskistas, así como los pensadores sociales católicos. Unos encuentran su expresión en los escritos de Carlos Marx, Federico Engels y muchos más; mientras que otros lo hacen a través de los escritos de Albert de Mun, La Tour du Pin y las encíclicas de los Papas.

Es decir, se plantea en política la denominada “cuestión social”, que es la relación entre el capital y el trabajo, la del obrero y el patrón. Y esta fue la cuestión primordial que intentaron resolver los distintos gobiernos durante un siglo y medio.

La primacía que tuvo sobre la política la cuestión social duró hasta los años 1970 cuando comienza a resquebrajarse el Estado de Bienestar. Surge entonces en su reemplazo “la cuestión antropológica” como problema político más intenso. Su partida de nacimiento intelectual la podemos ubicar en el Mayo francés del 68, cuyo lema fue “prohibido prohibir”. Una consigna meramente cultural. Y es a partir de allí cuando el socialismo deja de pensar en la revolución proletaria para pensar la revolución cultural. Por esos mismos días la Iglesia a partir del Concilio Vaticano 1965/68 deja de hacer teología = de salvar almas, para hacer sociología.

En este marco de pertenencia aparece lo que hoy denominamos progresismo, que es una ideología sin ideas, o más bien, una mezcla de socialismo, democracia cristiana y liberalismo.

Una ideología que ya no está centrada en cambiar la realidad sino en cambiar al hombre, o mejor, la conciencia del hombre.

Y en esto el periodismo, el ejército de analfabetos locuaces, cumple la función de los filósofos de la Grecia antigua.

El hombre ya no es una naturaleza, no tiene una esencia, sino solo es un hacerse histórico, una opción.

El progresismo es el presupuesto ideológico de la Agenda 2030,que como no se pudo aun llevar a cabo la van a extender hasta el 2050.

Así el progresismo en tanto que liberal, demócrata cristiano o socialdemócrata es internacionalista- como los periodistas- y entonces va a ir en contra de la idea de nación, que es la forma político-cultural contemporánea.

Lo esencial de una nación es su éthos, su espíritu propio, su forma moral. Y el objetivo político del progresismo es desmantelar la nación histórica, ya sea reemplazando sus símbolos, sus banderas, sus himnos, sus canciones patrias, su lengua, su arte nativo con sus bailes y sus músicas, sus modos, usos y costumbres. En una palabra, sus valores. La nación es la que identifica a un Estado respecto de otro. Es por eso que los manuales definen al Estado como la nación jurídicamente organizada. El progresismo termina yendo contra las naciones-Estados y su carácter de soberanos, para ir en pos de la instauración de un Estado Mundial, último objetivo de lo que hoy llamamos globalización.

Así el reemplazo de “la cuestión social” por “la cuestión antropológica”, afirma muy justamente ese gran pensador español que es Dalmacio Negro Pavón, es el giro copernicano de nuestro tiempo. El gobierno y la nación que la resuelva quedará en pie, de lo contrario, perecerá.

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