Por Carlos Andrés Ortiz.-

El casi medio siglo del período que va desde la presidencia de Mitre al primer gobierno de Yrigoyen, es llamado sintéticamente por los historiadores revisionistas, como “el régimen”, abreviatura del “régimen oligárquico”, pues en ese período, en los gobiernos de Mitre y Sarmiento se crearon y facilitaron las condiciones para que, mediante el accionar de “los doctores” que hacían los trámites legales de apropiación de tierras, y con los respaldos de legislaciones y sistemas judiciales favorables a ello, unas pocas familias se apropiaran de enormes (en algunos casos descomunales), fracciones de tierras, principalmente en la Pampa Húmeda, región caracterizada por la muy acentuada fertilidad de esos campos, aptos para agricultura y ganadería extensivas.

Como dato comparativo, que los voceros de la oligarquía local omiten, cabe citar que en EEUU (país que oligarcas y liberales ultra reaccionarios dicen admirar), el Estado dio parcelas de razonable superficie, a quienes quisieran trabajarla, con lo cual los muchos inmigrantes que llegaron a ese país y la propia población, tuvieron acceso en propiedad, a su tierra para trabajarla. Por el contrario, en Argentina, los gauchos que vivían en algunos casos por más de una generación en una fracción de campo, fueron echados por el accionar de “los doctores” amparados por el poder del Estado manejado por unitarios oligarcas; y los inmigrantes que querían trabajar la tierra, debieron en su mayoría caer en la figura del arrendamiento, impidiendo acceder a la propiedad y desalentando las mejoras; además de aumentar los costos de explotación de la tierra.

Las múltiples injusticias de los arrendamientos, hicieron estallar El Grito de Alcorta, en 1912, protestas que se extendieron en buena parte de la Pampa Húmeda, pero que terminaron ahogadas por las presiones y represiones del “sistema”, lo cual estuvo también marcado por violencia y el asesinato del alma mater de esos levantamientos sociales.

El sistema se consolidó en ese medio siglo largo (1862-1916), formándose el llamado “patriciado” (una suerte de pretendida “nobleza aristocrática vernácula”), que en rigor formó la oligarquía, la cual detentó la suma del poder político y económico, con sucesivos gobiernos que, de uno u otro modo, salieron del riñón de ese estamento socio económico; el cual además formalizó las creaciones de entidades muy afines, como la Sociedad Rural, y determinados clubes muy elitistas, con sedes en Buenos Aires; a lo que cabe agregar que influyó en la colonización cultural de los estamentos superiores de las fuerzas armadas.

Resultó sintomático, que mientras estaba en plena eclosión sangrienta la guerra de la Triple Alianza (que no debió nunca ser nuestra guerra), a la cual llevaron encadenados a los gauchos incorporados a la fuerza (pues no consideraban enemigo al Paraguay), en Buenos Aires se fundaba la Sociedad Rural (no pareció molestarles la orgía de sangre de esa guerra), en cuya primera comisión directiva estaba un Martínez De Hoz, antecesor del ministro del “proceso”, que nos metió a fuerza de bayonetas, en el neoliberalismo salvaje y destructivo, con la plena complacencia y apoyos de la SRA y toda la oligarquía.

Si bien en teoría existía “democracia” (aunque no se la llamara así en el siglo XIX), todo el proceso electoral, con sus “antes y después” era tan amañado, que en realidad las candidaturas y las fórmulas de gobierno, se decidían en “encuentros de notables”, siendo los procesos electorales posteriores, meras acciones formales, las que condicionaban los resultados a las previas decisiones de “los notables”, grupo ese formado básicamente por porteños y/o provincianos radicados en Buenos Aires; y todos ellos subordinados al corset ideológico del liberalismo económico y político, el cual operaba como condicionante ineludible, manteniéndonos como una colonia económica británica, con meras formalidades de independencia, atada al endeudamiento y las presiones sutiles o desembozadas de La Rubia Albión.

El voto era cantado (verbal), con lo que peones y empleados estaban sujetos a presiones patronales, a lo que se sumaban “policías bravas” y otros violentos, que impedían votar a los opositores al régimen, conocidos como tales.

Y la votación no era directa para elegir presidente y vice, pues solo se elegían electores, que en cónclaves posteriores designaban a esas autoridades. O sea, todo muy sinuoso y favorable a “acuerdos” de todo tipo.

Esos son los “tiempos de la república”, que siguen aún hoy, añorando los sectores oligárquicos y ultra conservadores; y es lo que se enseña como “el ejemplo a seguir para volver a ser una potencia”, en los institutos de (de)formación militar, que siguen formando patrioteros de bandera, llenos de gruesas confusiones y con notables lagunas en sus pobres conocimientos en Historia, Economía y Geopolítica, en las antípodas del real patriotismo.

En aquel contexto de poder absoluto oligárquico del “régimen”, el propio poder formal era dirimido por sucesivas revoluciones, lo que ocasionaba un marco de inestabilidad institucional recurrente.

Dentro de ese marco político, las diferencias sociales y económicas en la población eran muy acentuadas, con una minoría muy rica, y con la inmensa mayoría pobre y analfabeta, esto último recién corregido a partir del accionar del ministro Osvaldo Magnasco, en la segunda presidencia de Roca, cuando se estableció la obligatoriedad de los estudios primarios.

Entre las muchas falsificaciones y/o tergiversaciones históricas, es reiterativo por parte de opinantes diversos que ensalzan la supuesta “grandeza” de Argentina en el Centenario, que omiten la tremenda exclusión social de vastos sectores de la población, con mucha gente en la miseria total, y con familias de inmigrantes hacinándose en conventillos e inquilinatos y sobreviviendo apenas con trabajos escasos y mal pagos.

Esa Argentina oligárquica, ultra liberal (negándose a la industrialización), socialmente excluyente y sumida en sucesivas crisis y recurrentes deudas externas, desperdició tres décadas internacionales muy favorables, en las que hubiésemos podido implementar nuestro propio desarrollo industrial y manejar nuestras infraestructuras (como ferrocarriles y una flota mercante, todo en manos extranjeras, por esos años), con saldos comerciales favorables por los altos precios de las materias primas, de 1880 a 1910, aproximadamente.

Para las celebraciones fastuosas del Centenario, se expulsó de Buenos Aires a los muchos pordioseros que vivían en las calles, para que no “afearan” a la gran capital, que alardeaba de su “europeidad” y de su prosperidad (esta última centrada en las familias “patricias”). Recién en 1912 se sancionó la Ley Sáenz Peña, del voto secreto y obligatorio, lo cual sucedió en buena parte por las presiones de los sectores políticos contrarios al “régimen”.

Con la caída de Rosas (1852), se abolieron las políticas proteccionistas, que habían permitido un claro resurgimiento de elementales pero importantes manufacturas. Con ello, se centró toda la economía en las producciones de materias primas, tal como dictaban los “bienpensantes” que seguían a pies juntillas los dictados del poder imperial británico, el cual disponía de la doctrina liberal como poderoso instrumento de subordinación política y económica. Esa economía primaria caracterizó a todo el período del “régimen”, repitiéndose políticas contrarias a la industrialización y el desarrollo general, en sucesivos gobiernos de caracteres liberales, contrarios a todo proteccionismo económico.

En 1930 se perpetró el primero de la serie de golpes de Estado, de los cuales casi todos tuvieron improntas ultra liberales, con apoyos explícitos de los sectores oligárquicos, de mentalidad liberal a ultranza, y por ende, industricidas y opuestos a nuestro desarrollo tecnológico propio, así como de marcada insensibilidad social hacia nuestro propio pueblo.

De 1930 a 1943, en el período histórico llamado “la década infame”, volvieron las acciones de manipulaciones políticas para favorecer al establishment ultra conservador, y las prácticas explícitas y desembozadas de sumisión a los intereses antinacionales. Las acciones violentas eran usuales, para mantener el poder real en manos de determinados intereses.

Las denuncias bien fundamentadas, por caso las del senador Lisandro De La Torre, que tenían a mal traer a ministros muy vinculados a los intereses de frigoríficos y sus compradores de carnes de Gran Bretaña, buscaron acallarse mediante un atentado perpetrado en pleno Congreso Nacional, en el cual perdió la vida el amigo y compañero de bancada de De La Torre, el senador Enzo Bordabehere, asesinado por un sicario. Todo eso era claramente la continuación de las políticas excluyentes de las épocas del voto cantado.

En el mismo contexto excluyente de los sectores populares, y con el beneplácito de las oligarquías ultra conservadoras, vinieron después la proscripción del peronismo, y los sucesivos golpes de Estado que jaquearon a la débil posterior democracia condicionada, presionada por sectores liberales (antinacionales) de las Fuerzas Armadas, los que respondían a esos mismos grupos de poder político económico vinculados con la vieja oligarquía ultra liberal, y sus ramificaciones en otras áreas económicas, como las de los importadores y otros, que se beneficiaron con negocios puntuales, mientras se destruía o se condicionaba a la economía nacional.

Después de diversos hechos de violencia antipopular (como el bombardeo de Plaza de Mayo, instigado y aplaudido por los mismos sectores ultra conservadores), fusilamientos y diversas expresiones de violencia, en los años ’70 se dieron las condiciones de virtual guerra civil, “sugerida” por el historiador británico Harry S. Ferns, lo que definió como única forma de destruir los notables avances económicos, tecnológicos y sociales, que había logrado consolidar el peronismo.

Después de décadas de usar a uniformados cooptados por la ideología neoliberal y la priorización de “defender al sistema” por sobre la defensa de la patria, y sin dejar de lado las opciones de asalto armado al poder, por parte de sectores ultra conservadores, resulta muy claro que después del intervencionismo neoliberal de la era de Reagan-Thatcher, los sectores reaccionarios y visceralmente anti populares en Íbero América, implementaron otras herramientas para presionar y llegar al poder, con la conjunción de poderosos medios de comunicación para instalar “ideas correctas” neoliberales y fuertemente antinacionales, sumado a sectores del Poder Judicial, y la instalación de fuerzas políticas de nuevos nombres que ocultan viejas ideologías de liberalismo recargado.

En ese contexto que afloró en las últimas dos décadas o poco más, resultan sintomáticas las fuertes presiones para instalar el voto electrónico, empezando por el bastión ultra conservador de la ex Capital Federal, con el objetivo de imponerlo en todo el país, contando con las presiones de la claque de otros dirigentes de ese sector político, como el exgobernador secesionista de Mendoza.

Los pretextos de “modernidad” y de “agilidad operativa” para el conteo de votos, no logran ocultar que el sistema tradicional de votos de papel, ha demostrado un muy alto nivel de confiabilidad que impide o dificulta en grado sumo las operaciones de alteraciones o manipulaciones de resultados, confiabilidad y transparencia que no demuestra el sistema de voto electrónico.

El Ing. Ariel Garbanz, experto en el tema, se refirió claramente a la posibilidad de alteraciones de resultados, siendo además evidente que las tareas de auditoría serían muy difíciles sino imposibles, por lo que el voto electrónico en los hechos pasaría a ser el sucesor del voto cantado del siglo XIX, como herramienta del establishment neoliberal.

A eso se añaden las dificultades operativas para emitir el voto, por parte de personas adultas, no entendidas en el manejo electrónico.

El desastroso desempeño del voto electrónico, en el bastión neoliberal de la CABA (ciudad de Buenos Aires), habría sido un escándalo de proporciones dantescas, si hubiera ocurrido en un distrito político bajo gobierno opuesto al neoliberalismo. Pero como sucedió en la sede de “los chetos de Recoleta”, los medios concentrados taparon rápidamente el impresentable tema.

¿Para qué cambiar el voto de papel, si funciona muy bien?

¿O es que precisamente por eso se lo quiere cambiar?

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