Por Paul Battistón.-

Dos acontecimientos insignificantes separados a una distancia de un año dentro de sucesivos acontecimientos, el primero trascendental y el segundo simplemente asociado a la trascendencia del primero me impactaron y me crearon infinitos cuestionamientos y asombros a punto tal que en repetidas oportunidades los he reunido en una única situación eliminando ese puente anual que los separó. Aun me sigue siendo útil en comparaciones y analogías.

En ese acontecimiento tan esperanzador como fue la caída del muro de Berlín donde los alemanes orientales corrían a cruzar ese límite edificado y en lo posible contribuir con sus manos a derribarlo, no todos lo hicieron, muchos permanecieron en sus hogares en una resignación aliviada fruto de una frustración contenida y repentinamente imposible de ser superada. Hubo otros que no corrieron con la esperanza de que el muro se sostuviera aun en su ausencia física. La TV alemana entrevistaba a una especie de sindicalista o en todo caso un espécimen de convencida aceptación de la conveniencia de la existencia del régimen de la desaparecida RDA. Enfundado en las ropas que en occidente podrían coincidir con las de un trabajador devenido en delegado gremial mostraba en sus palabras la desazón por el acontecimiento que suponía un riesgo para el régimen que los protegía de los peligros occidentales, al mismo tiempo que sus compatriotas se extasiaban en la cúspide del muro del cual hubieran sido derribados a balazos tan solo unos días antes como mecanismo de esa protección de occidente que era pretendida sostener por este individuo de función pseudo sindical.

En el primer aniversario de la caída del muro, el hombre de la función sindical volvió a ser entrevistado y no lograba explicar claramente ante las cámaras su pasada actitud de defensa de su aceptada pérdida de libertad tras un muro, inclusive días después de que el mismo ya no existía. Todos sus razonamientos en libertad seguían apuntados de alguna manera a justificar su actitud pasada aun asumiendo que los hechos conducentes a la libertad eran inevitables.

Seguro uno de los desencadenantes de esa caída de una barrera tan sólida como el muro fue la lucha llevada adelante por Lech Walesa en Polonia derribando un muro imaginario. Su logro, darle vida a un sindicato libre en la ausencia de libertad de un régimen comunista. Y la libertad avanzó y su onda expansiva dio contra la pared oriental del muro.

¿Cuánto de ese convencimiento de un encierro conveniente edificado en 28 años de cerco tras un muro puede traspolarse y compararse con el convencimiento ingenuo de una colectivización de 20 años conveniente para sostener un régimen decadente apoyado en un proyecto falaz?

Por el interregno macrista sabemos que un año después seguían en el convencimiento de sostener el régimen. La continuidad institucional no fue un persuasor de la posibilidad de estar errados o de estar provocando un empobrecimiento de la calidad institucional y por ende de los valores democráticos. Por el contrario, pareció potenciarse su operatividad sectaria de cero cuestionamientos.

En los 80 el sindicato libre Solidaridad en Polonia surgió de la propia desazón a falta de libertad para reclamar derechos ante el régimen.

La falta de posibilidades (en cierta forma falta de libertad) para poder redirigir las más mínimas expectativas (de subsistencia) pueden estar siendo el germen del cuestionamiento hacia un relato que no culmina más que en la obligación de ser admitido sin cuestionamientos o a cambio de miserables ofrendas. El muro interior que les impide abandonar el régimen de sometimiento locuaz comenzó a ser percibido como el muro físico de ruinas miserables que los aísla.

El muro comienza a ser saltado no sin daños. El régimen arremete contra los sublevados, pero los puntos de no retorno que hasta hace poco sostenían el avance hacia la decadencia hoy comienzan a tomar el sentido de la divergencia y del cuestionamiento.

¿Cuántos saltarán el muro interior del régimen?

¿Pasado un año cuántos se enredarán en justificativos inútiles?

¿A qué altura de nuestra descomposición estamos? ¿A la suficiente para que una oferta de institucionalidad y orden sea advertida como insuficiente?

¿Es tan descabellado votar a Milei como descabellado fue el voto a Cristina en el 2011?

La dirección redactora de la historia parece aceptar que lo descabellado sólo puede venir de la mano de la ignorancia pero no del hartazgo aun cuando sea por falta de libertad (o exceso de régimen).

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