Por Paul Battistón.-

Los cables rozaban su entrepierna dejando escapar parte de su cometido antes de llegar a su destino prefijado, los genitales. El contacto fallido con la humedad de la pierna producía un arco más doloroso y penetrante que la desvergonzada y buscada tortura humillante. Con el correr de los días y su repetición había ido perdiendo su efecto primario buscado de obtener información a cambio de dolor infligido gratuitamente. Sus genitales estaban hinchados y entumecidos y a excepción de las descargas impensadas y quemantes a través del aislante maltrecho de los cables el resultado final eran taquicardias que aturdían al cautivo poniéndolo a cierto resguardo del dolor disminuyendo considerablemente la posibilidad de obtener el relato esperado de alguien que de por si estaba dispuesto a morir sin dejarlo escapar.

La certeza circunstancial de la no obtención de lo esperado devolvía al cautivo de sus ataduras en la mesa de tortura (un elástico de camastro) a su prisión de posición penitente (única posible por sus dimensiones) donde el cautivo se defecaba tras el relajamiento post electrocución y engrosaba el gangrenamiento de sus rodillas siempre apoyadas y de sus arterias enflaquecidas, esforzadas y endurecidas por el transito eléctrico en su liquido contenido.

Habían pasado 370 días que habían abonado una resignación de entrega en paz reflejada en un perdón escrito que sus captores no se animaron a borrar como si se tratara de un elemento sacro de esos que ni siquiera los no creyentes se animan a profanar por temor a eso en lo que no creen.

370 días que a los familiares les dejaba la presunción de que algo entorpecía su búsqueda.

370 días que se volvieron 372 y con el “pescado sin vender” advirtieron que muerto sería uno más de los tantos de esos días. Pero vivo además de ser un testimonio sería inaceptable para la rigidez vertical de la revolución.

Asesinado sería un ajusticiado de ese delirio (ideología importada mediante) de justicia y jurados populares (inexistentes, nunca reunieron un número que les asignara popularidad).

Muerto sería el objeto de relato de esos fanzines portadores de comunicados pretendientes de legitimidad popular (o sea absolutamente impopulares ante su apostasía con la realidad).

La Lesa Humanidad evacuada de sus conceptos por un delirante ajusticiamiento en nombre de un tribunal apócrifo, impopular y reñido con la realidad de la presencia de un gobierno electo en funciones.

Larrabure fue asesinado por estrangulamiento manual el día 372 de su secuestro durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón.

Su muerte forma parte de la memoria castrada por los recientes continuadores de la infamia setentista con pretensiones de Nacionales y populares dispuestos a poner un “Punto final” a la memoria por conveniencia en un día caro en ambas direcciones.

Vale la pena completar la memoria ya que la fecha está puesta y por suerte hay ánimos de no olvidar lo que con la misma se tenía intenciones de borrar.

La mitad de la tortura y barbarie sigue impune estancada en una Obediencia debida (no sancionada) entre poderes sometidos y sometedores del reciente apéndice setentista del siglo XXI, el kirchnerato.

Son un Punto final y una obediencia a derogar con ejercicio de completado de memoria.

Ver también:

• Juegos de la memoria I (La beatificación de Lucifer)

Juegos de la memoria III (El mal libro)

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