Por Luis Alejandro Rizzi.-

Siempre recuerdo aquel primero de mayo de 1958 cuando Arturo Frondizi le habló al “pueblo” desde los balcones de la Casa de gobierno.

Había una lejanía o frialdad que se mantuvo durante su gobierno.

El domingo, con Javier Milei ocurrió lo contrario; en cada una de sus apariciones públicas, su discurso en las escalinatas del Congreso, cuando habló a la gente en la plaza de Mayo, cuando se dirigió caminando a la Catedral y finalmente en la gala del Colón, se advirtió una comunidad y se compartió una verdad: “todos sabemos que estamos mal” y queremos salir de este fárrago de calamidades.

Otro mérito: no se personalizó ni se imputó a persona alguna por el pésimo presente que nos toca transitar. Se aludió impersonalmente a los últimos cien años. Fue un modo de decir “todos tenemos algo que ver” con lo que nos pasó y pasa.

Sólo los neuróticos buscan nombres y apellidos.

Ahora tenemos una tarea por delante, la de ser “responsables” y saber asumir las consecuencias de nuestras decisiones.

Javier Milei no es un milagrero; no multiplicará panes ni peces; no repartirá derechos ni beneficios escondidos en un truco de magia o en hábil malabarismo.

Milei sólo nos puede ofrecer un marco y una tela, una hoja de papel y un lápiz, pero cada uno de nosotros debemos saber cómo usarla y qué hacer. Es lo que se llama igualdad de oportunidades.

No todos recibimos los mismos bienes naturales pero sí todos tenemos derechos cuyo ejercicio se nos debe garantizar y facilitar su acceso.

Gobernar bien no es sólo lograr prosperidad. La buena gestión no se mide por sus resultados matemáticos. En todo caso, la vara es una sociedad donde la buena fe sea principio rector y la mutua confianza un valor de valores. En ese punto las “fuerzas del cielo -de Dios- son imprescindibles. Es la guía que nos acercará a la frágil y divina perfección humana.

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