Por Elena Valero Narváez.-

Desde la crisis del 2001-2002, la Argentina que quería Alberdi, republicana representativa y federal, dejó de ser una aspiración; diputados y senadores no respondieron a quienes los votaron en las provincias; en virtud de la lista sábana y del unitarismo fiscal, fueron empleados del kirchnerismo.

El rol del Gobierno es transformar ideas en resultados, el problema es que las mismas son erróneas por lo cual los argentinos llevamos sufriendo una época de prolongada incertidumbre. Esta sensación es enemiga de las virtudes ciudadanas como el ahorro y la honradez, se han dejado de lado desde que nos sabemos gobernados por estafadores.

Sin embargo, detrás de la tormenta perdura un resplandor que podrá manifestarse en cualquier momento si no nos tentamos por elegir cualquier cosa, como creerles a políticos que aparecen en las crisis ofreciendo transformaciones radicales en tiempo record. Sería un error tratar de escapar de la desventura como sea, en vez de ver cómo lograr algo positivo, con proposiciones más razonables. Cuando hay propuestas que se pueden llevar a cabo, no conviene el pesimismo que siempre hunde en la más completa desesperación, hay personas que mirando la vida y el mundo como irremediablemente malos, se sientan a esperar la salvación de un futuro milagro. Argentina no necesita desesperanzados que se sientan impotentes ante el kirchnerismo -hay mucho en nuestro país porque regocijarse- ni revolucionarios que crean que tienen la varita mágica. Precisamos alejarnos de las utopías con políticos con planes prácticos, que vean la realidad como es y convenzan a los argentinos que no deben alejarse de la política sino mejorarla, que piensen la manera en que se puede reformar el Estado afrontando la realidad con entusiasmo. Ellos son los que nos pueden preparar psicológicamente para enfrentar un futuro difícil, sin inculcarnos la filosofía de la retirada, no se necesitan escépticos ni indiferencia ante la realidad que nos preocupa.

Tenemos que aprender a diferenciar lo que hay que temer, lo que hay que evitar, de lo que se puede considerar fiable, o estaremos en manos de mentirosos, ambicionar una ley que nos proteja y un Gobierno que nos respete La sociedad argentina debería ser domesticada por las instituciones, son andenes contra el poder, la demagogia y los delitos.

No olvidemos que las crisis pueden encender una mecha; la del 29 atrajo a Hitler responsable de asesinar a la democracia: en 1933, canciller, desactivó los partidos políticos, las instituciones parlamentarias, la libertad de expresión y de prensa, las universidades, organizaciones culturales independientes y el imperio de la ley. El régimen nazi abrió los campos de concentración, quemó libros, entre ellos los de Einstein. Los judíos fueron echados de los cargos públicos, las cátedras, las orquestas, los teatros; el antisemitismo se convirtió en política de Estado. La historia renueva situaciones, aunque no se repita, el hombre sí, debemos estar atentos.

En nuestro país la masa gobierna las calles, unida por lazos emocionales, rompe, roba, golpea; el pueblo es el que delibera en las rutas, cortes, plazas, escraches, no los representantes, diputados y senadores. En la turba las personas dejan de lado sus inhibiciones, se niegan a diferir las necesidades y satisfacciones, exigen en ese ámbito, hasta lo imposible.

Sociedad civil fuerte con poderes externos al Estado es lo que exige la democracia para sobrevivir. Podemos elegir lo mejor o lo peor, es un sistema de aprendizaje, existe la probabilidad de equivocarnos, si avanza el Estado disminuye la libertad, a Hitler, como a Perón y a los Kirchner, los eligieron millones de personas. La democracia implica cada vez más responsabilidad individual, que la gente se arregle por sí sola, si va mal, es el costo de la libertad. Hay quienes le temen, tienen miedo a elegir por si mismos; la sociedad democrática tolera al que se levanta contra ella, antes era asesinado, muerto, o marginado. Con el desarrollo capitalista y democrático, el hombre reclamó la posibilidad de criticar al propio grupo, el capitalismo derrumbó las fronteras que significaban los estamentos, apareció otro tipo de sociedad que dio origen a la diversidad y ampliación de los mercados. No hay crisis de valores, como tan frecuentemente se declama, estamos en proceso de creación de otros valores, en décadas se ve el cambio, antes tardaba siglos. Este es el mundo en el que vivimos, ideas muchas veces buenas, a veces locas o malas, se lanzan a la corriente del mercado, algunas triunfan y otras no, puede ser aceptada la peor, depende de lo que quiere la gente. Si la mayoría compra algo podrido, es su culpa, no la del mercado, como dice la vicepresidente. Éste nos permite elegir pero no nos obliga a determinado producto, si lo hiciera estaríamos en una dictadura. No siempre nos equivocamos y elegimos incorrectamente y si lo hacemos, por ensayo y error aprendemos. Nuestra decisión es la que vale, tenemos el derecho a equivocarnos a ser artífices de nuestro destino dentro de limitaciones razonables. La vida es un proceso difícil, la seguridad no existe, si existiera no seriamos personas, estamos inmersos en la aventura de vivir donde se hace “camino al andar”.

Es imprescindible que la libertad de todos esté protegida por la ley, o sea, todos deben tener derecho a ser protegidos por el Estado. La democracia socializa hombres libres, tienen una psicología diferente al que vive en sistemas autoritarios o totalitarios, sienten de otra manera la vida, hubo un despertar de las expectativas que liberó a las masas de los antiguos controles, ahora quieren participar.

En Argentina, a los golpes, estamos aprendiendo: el crecimiento del Estado es malo, las inversiones huyen si tienen que lidiar con la imprevisibilidad y demasiados riesgos, donde se limita la propiedad decae la democracia por la injerencia estatal y crecen las fuerzas arbitrarias. Perón le dio un golpe tremendo a la propiedad privada, por lo tanto, un garrotazo terrible al estado de derecho y a la democracia, hizo fundir empresas como hace años lo están haciendo los Kirchner. El método era hacerles huelgas hasta que el empresario vendía la empresa a un testaferro de él, o del Estado. La Prensa, La Vanguardia, sufrieron sus ataques, La Razón tuvo que ser vendida a Eva Perón. Cristina Fernández, como Perón, es tributaria de esa corriente, la del Estado benefactor. El camino de la igualdad social por el cual ambos se sintieron atraídos, es el camino para extender el poder del Estado sobre todas las estructuras sociales, promueve una personalidad dependiente.

En la actualidad, hay dos peronismos, uno que intenta conectarse con el Mundo que va hacia la globalización -como el que representaba Carlos Menem- o sea, una comunidad de Naciones, y otro que pretende volver a épocas pasadas, al aislacionismo, tal el caso de Cristina y su hijo, también de radicales, como Ricardo Alfonsín.

Pero hay esperanza, conocemos por conjeturas cada vez mejores, los animales como el hombre son conjeturas de la Naturaleza, han evolucionado, se han perfeccionado, con las ideas pasa lo mismo, pueden mejorar, por lo cual es probable que en Argentina, después de tanto error, se intenten teorías superiores, es a lo que tenemos que apostar. La cultura política de los argentinos cambiara lentamente a medida que no tengan importancia gente con ideas locas como las de la Vicepresidente y se deje de creer en brujas.

La angustia es el centinela que hizo sonar la alarma hay que activar las defensas para defendernos de un Estado opresor. Lo demás vendrá por añadidura.

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