Por Luis Alejandro Rizzi.-

Elisa Carrió, cuando dijo que los avances judiciales contra Cristina Fernández de Kirchner encubrirían “algo muy raro” y agregó en sendos twits: “Nadie habla más de De Vido porque los empresarios presionan” y de inmediato: “Nadie habla de los crímenes narco ni de Aníbal Fernández, porque el narcotráfico presiona, amenaza y querella a periodistas”.

Estimo que la misma duda la tiene una gran parte de la sociedad, excluyendo obviamente a los “k” y algún otro sector minoritario que adhieren sin reserva alguna a teorías conspirativas propias del más excelso populismo y fanatismo político.

Si los jueces allanaron domicilios de Julio De Vido pensamos que de ese modo querrían encubrir a Cristina. Si lo hicieran con Aníbal Fernández, diríamos que encubrirían a José López, y así las relaciones de encubrimiento y persecución pasarían por la mayoría de los ex funcionarios de estos doce años de gobierno que salvo excepciones todos merecerían por lo menos ser enjuiciados. Algunos, por delitos de corrupción, cohecho exacciones ilegales, pero otros por “mala praxis”, por los perjuicios que causaron al estado, como la venta de futuros, los atrasos tarifarios, la falsificación de índices económicos y de estadísticas, en definitiva por complicidad en haber apañado un relato digno de las mil y una noches para sobrevivir en funciones a las que jamás habrían llegado a no ser por su espíritu de sumisión y vocación por la obsecuencia.

Se ha llegado a tal nivel de descomposición institucional, recordemos que se pretendió en este gobierno designar a jueces de la Corte Suprema por decreto y que el Presidente Mauricio Macri viajó al exterior sin contar con la autorización legislativa, por un “olvido”.

Claro está como me apuntaba un amigo, si tenemos en cuenta fallos de la llamada “corte automática”, el papel del congreso de la nación en la década “k”, las anomalías del gobierno de Macri serían meras y superficiales infracciones, pero visto todo en el contexto institucional, lo cierto es que vivimos sumergidos en una anomia que hace que no creamos en las acciones y critiquemos las omisiones. Unas y otras responden a intereses espurios y lo cierto es que la Justicia Federal tiene una responsabilidad política que debería ser merituada por el Consejo de la Magistratura para proteger a los probos y diferenciarlos de los meros especuladores políticos que convirtieron a la magistratura judicial en una suerte de canal verde oficialista.

Pero también la dirigencia empresaria tiene su cuota de culpa grave y dolo ya que la mayoría de los actos de presunta corrupción, aun no hay sentencias firmes, han ocurrido por la participación necesaria de empresarios que no vacilaban en agacharse para gozar la supuesta virilidad de Guillermo Moreno, o ante la necesidad de asociarse con Lázaro Báez que espero no esté haciendo el triste papel que la historia le legó a Maria Julia Alsogaray, porque digámoslo sin tapujos hay muchos más “BAEZ” que el que está pasando sus días en una cárcel de Ezeiza disfrutando de dinero que no se si podría justificar.

Cuenta Francisco Olivera en La Nación que: “Adrián Werthein asumió el miércoles, durante un almuerzo en el hotel Alvear, una catarsis delante de varios de los más encumbrados: “No somos todos lo mismo”, planteó después a la prensa”.

Adrián Werthein está equivocado: todos fueron lo mismo, salvo Juan José Aranguren, que fue el único CEO que hizo frente a los abusos de los “K”; los demás lo dejaron solo, como le pasó a don Coto que luego paso a ser “lo mismo”. La Argentina no tiene clase empresarial, tiene una clase prebendaria, porque si buceamos en sus orígenes nos encontraremos que muchos de los hoy llamados empresarios crecieron a la sombra de gobiernos militares, aunque hayan llegado al poder por medios democráticos, como fueron los primeros dos gobiernos de Juan domingo Perón.

El “lava jato” está demostrando que la famosa clase empresaria brasileña, fue en una parte importante una suerte de consorcio mafioso que ni siquiera tuvo el valor de cumplir con esa ley “del honor mafioso” que es la “omertá”, a la primera de cambio cantaron hasta con “bises” para entusiasmar a una sociedad descreída a la que solo le quedaba consumir a modo de catarsis.

La sociedad argentina diría es atea en materia de justicia, no creeremos ni en condenas ni en absoluciones, por eso pondero lo de Carrió. Nuestros usos están podridos y una muestra de ello es nuestro desprecio por lo público y la suciedad que impera en la mayoría de las calles de Buenos Aires. Es el reflejo de la moralidad media de la sociedad, de todos nosotros, y lo más grave de nuestro ateísmo respecto a los valores tradicionales de nuestra cultura.

Por eso somos descreídos y a todo le encontramos intenciones desviadas, debemos desterrar como “uso” la mala fe y la desconfianza y para ello necesitamos reinstitucionalizar a la Nación.

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