Por Carlos Tórtora.-

Paradójicamente, Mauricio Macri será un vencedor sumamente complicado. Si en las PASO porteñas de hoy se impone su delfín Horacio Rodríguez Larreta, habrá logrado su objetivo. Pero también crecerían bastante las chances de que buena parte del voto michettista se traslade en la primera vuelta del 5 de julio a Martín Lousteau y que entonces el PRO no obtenga la mayoría de los votos válidos necesaria para evitar el ballotage. De cualquier modo, de los dos problemas, la mesa chica del PRO prefiere el segundo. En caso de ganar Michetti, el PRO podría convertirse en una fuerza bicéfala y el proyecto presidencial de Macri se oscurecería.

Pero en este juego de variantes, hay también otra: que Michetti gane hoy y que Miguel del Sel, en parte gracias a la falta de transparencia del socialismo en el recuento de votos, se convierta en el gobernador electo de Santa Fe el próximo 14 de junio. Entonces Macri se encontraría con un PRO en plena expansión, pero con dos figuras que serían prácticamente sus pares. Esto sin hablar de que la actual marcha triunfal del jefe de gobierno tiene un punto muerto casi insoluble: su debilidad en Buenos Aires, que hace que el PRO esté 10 puntos debajo del massismo y unos 15 de Daniel Scioli. La UCR bonaerense, formalmente aliada al macrismo, está controlada, sin embargo, por Ricardo Alfonsín, que es uno de los mayores cuestionadotes del pacto entre Sanz, Carrió y Macri. ¿Terminarán buena parte de los votos del radicalismo bonaerense en la candidatura de Margarita Stolbizer?

Hasta ahora, el perfil de distribución del electorado entre el kirchnerismo y el macrismo parece ir perfilando un patrón. El Frente para la Victoria se hace fuerte en las provincias chicas o medianas (el caso de Salta) y aspira a concentrar una enorme diferencia en Buenos Aires. El PRO, en cambio, crece con comodidad en el corredor que integran Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos y se afianza en la Capital. Massa, el tercero en discordia, es un candidato en crisis, como veremos más adelante.

Por su parte, Scioli vive una etapa de inédita convivencia con el cristinismo. En el oficialismo campea la idea de que es posible ganar en primera vuelta y que la presidente conserve luego una buena parte del poder a costa, naturalmente, de que Scioli acepte ser un presidente a medias con un vicepresidente como Axel Kicillof, bloques de senadores y diputados nacionales que responderían a Cristina y gobernadores que lo tratarían como a un par. Esta arquitectura de una amalgama entre cristinismo y sciolismo tiene flaquezas demasiado obvias. El gobierno está consiguiendo diferir las tensiones cambiarias, las distorsiones tarifarias y la retracción de la economía pero le entregaría a su propio candidato, en caso de ganar, una bomba económica capaz de meterlo en un tembladeral.

Tal vez el cristinismo se vaya convenciendo de que no le queda otra opción que ir detrás de Scioli, pero de cualquier modo, la presidente y los suyos siguen trabajando para que aquél casi no pueda gobernar. Tal vez la idea subyacente es que el retorno de Cristina al poder es la verdadera meta.

La otra zona oscura del acuerdo CFK-Scioli es que, a diferencia de Nicolás Maduro en Venezuela y Rafael Correa en Ecuador, el gobierno no ha conseguido someter del todo al Poder Judicial. La reforma procesal penal, concebida como la panacea oficialista para que Alejandra Gils Carbó disponga a su gusto de las causas y las investigaciones, puede toparse con numerosas declaraciones de inconstitucionalidad que la vuelvan inaplicable. Y Ricardo Lorenzetti, a esta altura de los acontecimientos, es el rival institucional más peligroso para el gobierno, porque puede mover los hilos a través de Ariel Lijo (caso Ciccone), Claudio Bonadío (Hotesur), la Sala I de la Cámara Federal de Apelaciones y otros tribunales. Aunque se limitó sólo a desestimar el recurso extraordinario interpuesto por el ex juez Eduardo Galeano en la causa por encubrimiento del atentado a la AMIA, la Corte dejó así confirmado el fallo de Cámara contra él aplicando la cosa juzgada írrita. O sea, dejó en pie un precedente indispensable para voltear el sobreseimiento dictado por Norberto Oyarbide a favor del matrimonio Kirchner por presunto enriquecimiento ilícito. O sea, una grieta en el muro de la impunidad que no se puede cerrar.

En terrenos menos trascendentes, el plan electoral de Scioli también choca con la falta de un candidato a gobernador de Buenos Aires que esté al nivel de Francisco de Narváez. El impulso que el gobernador le dio a la candidatura de Martín Insaurralde en las últimas semanas se enfrió rápidamente. Es que Insaurralde gobierna Lomas de Zamora, convertida en tierra de nadie por la guerra entre los puesteros de La Salada y las grandes ferias que buscan monopolizar un mercado que mueve 200 millones de pesos por noche. En suma, Insaurralde tiene responsabilidad política sobre una batalla campal que ya dejó varios muertos.

¿Quedan tres o dos?

Massa es el candidato más golpeado por los resultados de las primarias de Salta, Santa Fe y probablemente hoy también en Capital. Su tendencia descendente lo obligó a un súbito cambio de marketing. Abandonó su perfil peronista light para abrazarse a José Manuel de la Sota y Adolfo Rodríguez Saá, o sea, los últimos símbolos del justicialismo no kirchnerista. La peronización de Massa es un experimento sumamente incierto. El acto masivo del relanzamiento de su candidatura en Vélez el próximo 1 de mayo apela a la metodología peronista de las concentraciones de masas. Pero la suerte electoral del tigrense pasa en realidad por su mesa de negociaciones con De La Sota. En el entorno de este último se hacen una pregunta: “¿qué vamos a conseguir a cambio de competir con Massa en una primaria que seguramente ganará él?” De firmarse este acuerdo, De La Sota no podría ser vicepresidente del tigrense (que además quiere imponer a alguien de su confianza). Según algunos massistas, el gobernador cordobés debería conformarse con un acuerdo para, en caso de ganar Massa, quedarse con la Cancillería y un par de ministerios más. La réplica de los cordobeses es inmediata: ¿Qué garantía hay de que un acuerdo así se cumpliría? El último intento de una interna acordada en el peronismo anti-K fue en el 2011 entre Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saá y terminó en una histórica gresca que le facilitó el triunfo a Cristina. Para Massa, la situación es límite. Si no se relanza con una alianza que le dé presencia en el interior del país, sus chances de llegar al ballotage bajarían día a día. Pero llevar esta alianza a buen puerto es más que difícil. De La Sota, por las mismas razones que Macri tiene con Rodríguez Larreta, necesita que su alter ego Juan Schiaretti vuelva a ser gobernador de Córdoba. Y para esto son vitales sus negociaciones con Carlos Zannini, que controla el kirchnerismo cordobés. En síntesis, el veterano caudillo mediterráneo puede terminar abandonando a Massa para solucionar su problema en Córdoba o, a la inversa, romper lanzas con el kirchnerismo y marchar sobre la Casa Rosada. El futuro del líder tigrense depende en buena medida de esta definición.

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