Por Hernán Andrés Kruse.-

El jueves pasado (20 de julio) se cumplió un nuevo aniversario del primer alunizaje a la luna. Es el tradicional día del amigo. Pero ese mismo día del año 1975 tuvo lugar un hecho político que probablemente haya caído en el olvido o lisa y llanamente sea ignorado, fundamentalmente por las nuevas generaciones. Me refiero a la fuga de la Argentina del entonces todopoderoso y siniestro Ministro de Bienestar Social José López Rega, alias el “Brujo” o, como lo llamaba con tono despectivo el general Perón, “Lopecito”. Ese día la entonces presidenta de la nación, María Estela Martínez de Perón, lo designó Embajador Plenipotenciario de Argentina en España, una forma elegante de encubrir su escape.

¿De quién estamos hablando? ¿Por qué, entre el 25 de mayo de 1973 y el 20 de julio de 1975, fue el hombre más influyente del país? Para responder tales interrogantes nada mejor que leer el interesante artículo de Alberto Amato titulado “El final de López Rega, el “brujo” al que Perón le dio todo el poder y murió solo en una fría celda”, publicado por Infobae el pasado 9 de junio, al cumplirse un nuevo aniversario de su fallecimiento, acaecido el 9 de junio de 1989.

Según Amato el “Brujo” fue un enigma. De saborear las mieles del poder en la década del setenta pasó a sufrir en carne propia la soledad carcelaria. Dijo ser un experto en astrología. Lo real y concreto es que un día logró ingresar en el círculo áulico de Juan Domingo Perón, privilegio reservado para muy pocos. Lo hizo en Madrid, país que acogió al General luego de ser derrocado por la Revolución Libertadora.

Cuenta Amato que Perón sentía desprecio por el “Brujo”. Solía humillarlo delante de quienes lo visitaban en Puerta de Hierro llamándolo despectivamente “Lopecito”. Sin embargo, su influencia le permitió a “Lopecito” ser designado por el Tío ministro de Bienestar Social. Ya por entonces López Rega especulaba con la precaria salud del General. En realidad, eran muchos quienes lo hacían. Eran muchos, incluido el propio Perón, que coincidían en que al General le quedaba poca vida. Tal era la influencia que ejercía sobre Perón y su esposa que se hizo nombrar (por Perón, obviamente) comisario general de

Pero el legado de López Rega no sería completo si olvidáramos de hacer mención a una sigla siniestra: A.A.A o, si se prefiere, la Triple A. Hago referencia, obviamente, a la Alianza Anticomunista Argentina, una banda paraestatal que asoló a la Argentina mientras el “Brujo” fue el hombre fuerte del país. Para tener una idea de qué estamos hablando nada mejor, a mi entender, que leer el ensayo de Julieta Rostica “Apuntes Triple A. Argentina, 1973-1976” (Desafíos, vol. 23, núm. 2, julio-diciembre, 2011, pp. 21-51 Universidad del Rosario Bogotá, Colombia). A continuación paso a transcribir la parte del ensayo donde la autora responde la siguiente pregunta: ¿qué fue la triple A?

“La Triple A fue un actor político colectivo con una organización interna (estructura, jerarquía, modus operandi) que ejerció una acción política no convencional, no legal y violenta, utilizando recursos del propio Estado. Según Salvador Horacio Paino la Alianza Anticomunista Argentina, o sencillamente la Triple A, se creó para “combatir al terrorismo en su propio terreno, con sus mismas armas: con su falta de ética y moral. Lo que por sus reglamentos y leyes no pueden hacer las fuerzas armadas ni la policía”. Esto definió la relación que la organización tuvo con el Estado: “tuvimos quizás la complacencia del Gobierno, pero nunca un apoyo directo, y todo lo tuvimos que hacer de una forma casi clandestina”.

De acuerdo a diversas fuentes, los recursos económicos de la organización fueron suministrados por José López Rega, Rodolfo Roballos y la Logia Propaganda Dos. Las armas se compraron de contrabando en Paraguay y se guardaron en habitaciones del Ministerio de Bienestar Social. Las instalaciones del Ministerio sirvieron también para preparar automóviles armados. Pero la instrucción y el adoctrinamiento al personal de custodia se realizaron en unas oficinas alquiladas. La custodia del Ministerio de Bienestar Social, según Paino, “cambió de fisonomía”: “de ser un grupo amorfo y aburguesado, pasó a ser un grupo organizado y capaz de realizar operaciones en conjunto”. Esta custodia ascendió a 154 personas. Los Grupos actuaban bajo las órdenes de López Rega a través de los enlaces. Los servicios de información estaban situados en barrios con poder adquisitivo pues se consideraba que éstos eran preferidos por los “terroristas”. Había un jefe de manzana que recibía la información. El jefe de sector tomaba seis manzanas y el jefe de la zona tomaba dos sectores. Éste filtraba la información y la comunicaba al Ministerio de Bienestar Social. Generalmente, todo aquel que aportaba información, recibía una recompensa.

Luego se organizaba un operativo para detener a la víctima. En general se la detenía en la casa o en la vía pública al grito de “Policía Federal”. Se la rodeaba, se le colocaba una capucha y esposas y se la introducía en camionetas cuyas puertas indicaban “Ministerio del Interior” o “R. 2 Sec. Inteligencia”. En algunas ocasiones se la trasladaba al Ministerio de Bienestar Social donde era torturada por miembros de la Policía con golpes o picana eléctrica. Una vez decidida la ejecución, se le quitaba los objetos que pudiesen contribuir a su identificación y se quemaban en la caldera del Ministerio. Posteriormente se inyectaba a la víctima con una elevada dosis de ampliactil, se la colocaba en una bolsa de plástico y se la trasladaba a las afueras de Buenos Aires, generalmente a los bosques de Ezeiza. Allí era acribillada a tiros pues había una orden que decía que todos debían disparar sobre la víctima para que después no hubiera culpables o inocentes. Arrojada a una fosa, sobre la víctima se tiraba una bolsa de cal, agua y ácido muriático.

La Triple A también realizó atentados con bombas, ataques con ráfagas de ametralladora, secuestros, violaciones y ejecuciones de mujeres. Las acciones las firmaba la Triple A con tres letras escritas con sangre en un papel, marcadas a balazos o tajeadas con cuchillo o puñal en el cuerpo mismo del militante asesinado. La organización, sin embargo, no firmó todos sus crímenes hasta después de la muerte de Juan Perón. Juan Ramón Morales, Rodolfo Eduardo Almirón, Miguel Ángel Rovira y Felipe Romeo son considerados los hombres de mayor renombre en la organización y los que han sido buscados en los últimos años por la justicia argentina. En los inicios, la Triple A se había propuesto hacer una campaña en los medios de comunicación contra las personas que no estaban de acuerdo con el gobierno y hacer “más potable” la imagen de López Rega. Grupos enviados por la Secretaría de Prensa ocuparon los canales de televisión 9 y 11, a los que siguieron los canales 7 y 13. Según indica el testigo Paino, se confeccionó una “lista negra” de actores, actrices, músicos y periodistas, a los que se les comenzó a poner todo tipo de trabas en el trabajo.

A través de estos medios, la Triple A anunciaba los nombres de las futuras víctimas o enviaba comunicados para explicar algunos asesinatos. Como ejemplo, el asesinato del hermano del ex presidente: “Sepa el pueblo argentino que a la hora 14:20 fue ajusticiado el disfrazado número uno Silvio Frondizi, traidor de trabajadores, comunista, bolchevique, ideólogo y fundador del Ejército Revolucionario del Pueblo”. Otro ejemplo: “La lista sigue… murió Troxler. Muerto por bolche y mal argentino. Seguirán cayendo. Adjuntamos lista de ejecuciones”. De acuerdo a Paino, el Movimiento Peronista Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo fueron las organizaciones “terroristas” contra las que actuó la Triple A. Atacó, entre otros, a estudiantes y profesores universitarios, dirigentes obreros, abogados, periodistas, artistas, etc. Larraquy cuenta, entre agosto y septiembre de 1974, 60 muertos, 20 secuestrados y 220 heridos. Hubo atentados con bombas que destruyeron la Asociación Gremial de Abogados, al diario Noticias, la casa del rector interino de la Universidad de Buenos Aires.

La Triple A también eliminó a varios militantes de derecha, ya sea por lealtad, diferencias o error, los cuales fueron atribuidos a la “subversión marxista”. Incluso, asesinó al ex jefe del Ejército chileno durante el gobierno de Allende, el general Carlos Prats, anticipando el plan de coordinación supra-regional de la represión: el Plan Cóndor. Bombas y balas cayeron sobre los diarios La Tarde, El Atlántico, La Voz del Interior, El Día, La Gazeta y El Intransigente. La televisión estatal difundió un corte publicitario que señalaba a los diarios El Cronista Comercial y La Opinión como protectores de la guerrilla y los ponía en el mismo nivel de los ya clausurados El Mundo (del ERP) y Noticias (de Montoneros). Según Inés Izaguirre, mientras Perón vivió el objetivo de la Triple A fueron los cuadros revolucionarios del propio movimiento (partidarios de Cámpora), seguidos de la izquierda gremial (opositores a la burocracia sindical). Desde la muerte de Perón, en cambio, las bajas de las organizaciones populares con filiación ideológica de izquierda se multiplicaron por 43 y las de la izquierda marxista (PRT-ERP, PC y Socialismo), por 28.

Juan Carlos Martín sostiene que las fuerzas parapoliciales operaron sobre los cuadros más combativos desarmados de los frentes de masas, aquellos que mediaban entre las organizaciones revolucionarias y el movimiento de masas. Tal es así que fueron las “masas movilizadas” y los militantes políticos de base quienes recibieron el peso fundamental de la violencia durante ese período, aunque ninguno de ellos se sentía involucrado “en la denominación «delincuente subversivo»”. Marín endilga la creación del organismo parapolicial directamente a Juan Domingo Perón y a la burguesía argentina. Sin embargo, no fue precisamente durante el gobierno de Perón que la Triple A tuvo la licencia para aniquilar a la supuesta izquierda. Perón se opuso públicamente a dicha propuesta en diciembre de 1973: “Muchas veces me han dicho que creemos un batallón de la muerte como el que tienen los brasileños, o que formemos una organización parapolicial para hacerle la guerrilla a la guerrilla. Pienso que eso no es posible ni conveniente. Hay una ley y una justicia y quien delinca se enfrentará a esa ley y a esa justicia por la vía natural que toda democracia asegura a la ciudadanía. Creer lo contrario sería asegurar la injusticia, y andaríamos matando gente en la calle que ni merece ni tiene porqué morir. (…) Yo no he de entrar por el camino de la violencia, porque si a la violencia de esos elementos le agrego la violencia del Estado, no llegamos a ninguna solución”.

Izaguirre también coincide con ello: “nuestros datos permiten suponer que Perón no estaba dispuesto a hacer una gran escalada para aplastar a la izquierda de su movimiento y apostó a la política para reorganizar el movimiento y al país. En mi opinión, consideraba suficiente producir una cuota de anticuerpos para hacerlos desistir de sus propósitos hegemónicos, y no dejarse presionar. De acuerdo con su pensamiento político, bastaba con producir alguna baja ejemplificadora”. En efecto, fue tras la muerte de Perón que comenzó la hora de la Triple A, a la que se le atribuyen mil quinientos asesinatos. El lanzamiento sin tregua ni reparo “a la liquidación del enemigo subversivo” se produjo después de que éste falleciera.

¿Puede caracterizarse a la Triple A como un organismo paraestatal? Si entendemos por esto a una institución, organismo o centro que, por delegación del Estado, coopera a los fines de éste sin formar parte de la administración pública, es posible responder afirmativamente, teniendo ciertos recaudos. Es decir, puede ser considerada paraestatal recién tras la muerte de Juan Perón y no antes. Además, si bien no fue un organismo de la administración pública por la utilización de una violencia ilegitima, ilegal y su carácter semiclandestino, utilizó recursos de la misma. Generalmente se ha caracterizado a esta organización como parapolicial. No obstante, el juez Oyarbide en 2006 afirmó que fue una organización criminal gestada desde el mismo Estado: (…) la existencia de la Triple A y los distintos hechos cometidos por sus miembros obedecieron a circunstancias políticas, enmarcadas en cuestiones ideológicas y montada desde el aparato del Estado, bajo cuyo amparo y garantía de impunidad actuó la asociación, en una práctica generalizada que de por sí constituyó una grave violación a los derechos humanos justamente porque fueron implementados y llevados a cabo desde el Estado y por sujetos que respondían a ese poder. (…) Considero que corresponde entonces señalar que los hechos que aquí se investigan encuadran entre los que han sido descriptos en el derecho público internacional como «delito de lesa humanidad» dado que nos encontramos frente a diversos hechos de extrema gravedad –secuestros, homicidios, etc.– orquestados desde el Estado, y por lo tanto, delitos que atentan contra los derechos humanos y que resultan imprescriptibles a la luz de las normas legales vigentes.

La Triple A no puede ser considerada una organización paramilitar pues no contó estrictamente con una estructura o disciplina de tipo militar. Tampoco fue un apéndice de las Fuerzas Armadas, a pesar de que algunos militares pertenecieron a ella o supieron de su existencia. Gracias a la investigación que abrieron miembros de la institución castrense, el líder de la Triple A tuvo que renunciar y escapar, según cuenta Larraquy. Hay que decir, sin embargo, que esta relación no se ha podido investigar de forma acabada. Como indica Gasparini, hay una carpeta que involucraría a un buen número de militares en la organización, oficiales que han recibido la orden de Videla de no comparecer ante la justicia civil y dos coroneles asesinados, quienes habrían descubierto en 1975 que la Triple A se alimentaba de las Fuerzas Armadas. Lo cierto es que a partir del golpe militar de marzo de 1976 la visibilidad de la Triple A como actor colectivo desapareció”.

José López Rega fue uno de los emblemas de la violencia setentista. Intolerante, fanático, astuto y maquiavélico, manejó los hilos del poder durante un poco más de dos años. Luego del fallecimiento de Perón pasó a ser, en los hechos, el presidente de la nación. Fue un agravio para la noble tradición liberal y republicana de la Argentina que este personaje nefasto haya alcanzado la cúspide del poder. ¡Cuánta razón tuvo García Venturini al utilizar el sustantivo “kakistocracia” para caracterizar al tercer gobierno peronista! ¡Qué bajo caímos como país en aquella época! Por eso la inmensa mayoría del pueblo respiró con alivio cuando se anotició que Isabel había sido derrocada por las fuerzas armadas. Nadie imaginó aquella mañana del 24 de marzo de 1976 que otra historia de horror comenzaba.

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