Por Jorge Raventos.-

El proceso electoral en marcha está operando como un acelerador de la reconfiguración del sistema político. Ese cambio ya estaba en marcha, impulsado por la evidente decadencia económica, el empobrecimiento social y la creciente parálisis institucional (leyes que no se producen o que, producidas, no se cumplen; juicios que no se concluyen y a menudo ni siquiera se inician; conflictos de poderes, etc.), pero a partir del resultado de las elecciones primarias de agosto, que produjeron un inesperado cambio de color en el mapa del país, el proceso ha adquirido un ritmo muy vertiginoso.

Con casi 30 puntos electorales embolsados en las primarias, Javier Milei, la gran irrupción de ese comicio, se considera en condiciones de convertirse en presidente dentro de unas semanas, triunfando en la primera vuelta del mes de octubre.

Los analistas de opinión pública (más allá de que la mayoría de ellos falló en sus vaticinios para las PASO, particularmente en relación con Milei) advierten que desde el domingo 13 de agosto a la actualidad el libertario no ha hecho más que incrementar sus seguidores y hoy no obtendría los casi 30 por ciento de votos de aquel comicio, sino alrededor de 37 por ciento.

Conviene recordar que para evitar una segunda ronda electoral el ganador de la primera tiene que obtener no menos de un 40 por ciento y una diferencia de diez puntos sobre el segundo. Que en octubre Milei alcance el triunfo decisivo que presume no sólo depende, pues, de que él mejore en diez puntos como mínimo su propia performance de la primaria, sino también de que el más aventajado de sus adversarios fracase en acercarse a menos de diez puntos de su marca.

La primaria culminó con tres fuerzas a escasísima distancia una de otra. De entre los candidatos presidenciales (Milei, Patricia Bullrich, Sergio Massa) la más complicada es Bullrich. Sus votos propios (17 por ciento) le alcanzaron para derrotar a su rival interno, Horacio Rodríguez Larreta, pero quedaron a 13 puntos de los que recaudó Milei. Y si bien la suma de Juntos por el Cambio llegó a 28 por ciento y monedas y aunque Horacio Rodríguez Larreta se presta a todas las fotos de unidad que le solicitan, todavía no está claro de que ella pueda contabilizar como propios todos los sufragios que en las primarias se canalizaron en favor del jefe porteño. Peor aún, corre el riesgo de que una porción de quienes la apoyaron a ella en la primaria porque parecía (como aseguraban las encuestas y los medios de más peso) el halcón que volaba más alto, ahora se deslicen hacia Milei, que suena como un halcón más auténtico y además el que exhibe más chances de vencer.

Para hacerle las cosas más difíciles, la candidata debe aligerar su discurso para no perder a los votantes moderados de Larreta, Carrió y los radicales y simultáneamente soportar la sombra

dominante de Mauricio Macri, que influye en sentido opuesto. “Mauricio Macri y todos en Juntos por el Cambio se tienen que alinear a la nueva campaña”, había reclamado una semana atrás la candidata, mientras el fundador del Pro jugaba al br4idge en Marruecos. Macri volvió, se encontró con la candidata y volvió a viajar. Bullrich no pareció contenta con la actitud del expresidente: “En Juntos por el Cambio siempre hemos estado presos de qué iba a hacer Macri –se explayó el domingo ante un periodista. Y continuó- “No tenemos que estar más presos. Macri hará lo que él considere que tiene que hacer. Tenemos que liberar a todo Juntos por el Cambio. Que Macri se acomode como él crea que se tiene que acomodar”.

Macri y el panliberalismo

Macri ha mantenido una nebulosa ambigüedad entre Bullrich (a quien apuntaló para derrotar a Rodríguez Larreta) y Milei, a quien ensalza permanentemente y a quien considera, según personas que lo frecuentan, el mejor expositor de las reformas liberales que él ansía realizar.

El expresidente parece querer convertirse en el CEO de un panliberalismo que incluya a Bullrich y a Milei, cualquiera sea el orden entre ellos.

Respaldado en el control de la ciudad de Buenos Aires encomendado a su primo Jorge, pretende participar protagónicamente en una etapa de cancelación del peronismo en la que el programa sean las fórmulas liberal-ordenancistas que prescriben tanto Milei como los halcones del Pro, que él imagina como el eje de reordenamiento de una nueva fuerza política o una nueva coalición, en la que no perturben los socios moderados de Juntos por el Cambio.

El juego a dos puntas de Macri enerva a la candidata del Pro y exaspera a los socios de Juntos por el Cambio que hacen campaña por ella con una mezcla de escepticismo e indignación hacia el expresidente. La mayoría de ellos disienten con su amor hacia las ideas de Milei y resisten el rumbo que Macri propone para la coalición. Todos ellos consideran que el juego a dos puntas del crack del bridge abren las tranqueras para que una manada de votos de Juntos por el Cambio cruce la alambrada y se asienten en el campo de La Libertad Avanza.

Juntos por el Cambio se juega en octubre la supervivencia como coalición.

Pero el doble sentido de Macri puede también provocar una sangría en el voto porteño para la Jefatura de Gobierno y complicar la elección del primo Jorge. Los requiebros del expresidente al jefe libertario pueden quizás reclutar voluntades para su primo, pero pueden con más chance provocar una pérdida de sufragios al candidato del Pro, que recibió el 28,60 por ciento (su rival interno, Martín Lousteau, obtuvo 27,19; el peronista de origen alfonsinista Leandro Santoro, de UP, juntó un 22,17 y el libertario Marra llegó a casi el 13 por ciento).

A diferencia de la elección nacional, la porteña reclama un 50 por ciento de votos para proclamar un vencedor. Como pinta muy difícil que el radicalismo que respaldó a Lousteau vote ahora por disciplina de coalición a Jorge Macri, es muy probable que en CABA haya balotaje. Y que el exintendente de Vicente López deba derrotar a Santoro o a Marra en una segunda vuelta antes de festejar su traslado a alcalde porteño. Las encuestas actuales lo muestran a dos puntos del mágico 50 por ciento, pero ¿quién puede confiar incondicionalmente en las encuestas?

Todos esos hilos sueltos enredan a Juntos por el Cambio que ahora tiene una candidata definida pero no cuenta con un liderazgo operativo acatado por todas sus facciones.

Eso no es un problema que soporte Milei, por cierto. Un arma que Milei ha empezado a emplear para facilitar la transferencia del voto macrista a su propia candidatura es la adulación e intercambio de piropos con Macri, a quien ya mismo, antes de llegar al gobierno, le ha ofrecido ser un superembajador (“por encima de la Cancillería”) cuando llegue a la Presidencia. Macri no rechazo el envite.

La candidata de Juntos, consciente de sus debilidades se esfuerza por diferenciarse de Milei, a quien los voceros de su candidatura pintan como un llanero solitario que no cuenta con estructuras de gobierno y gestión.: con fotografías multitudinarias, reuniendo a gobernadores y legisladores de la coalición así como a técnicos y economistas de las diversas familias cambiemitas ella parece afirmar. “¡Yo tengo equipos y mi coalición me apoya!”

Como frutilla del postre, ella anunció la incorporación de Carlos Melconian como vocero económico y, en la eventualidad de ganar, futuro ministro de Economía. Lo comunicó en el ámbito de la Fundación Mediterránea, la institución que hasta ahora emplea al economista y en la cual afirmó su futura carrera política cuatro décadas atrás Domingo Cavallo.

La candidata necesita imperiosamente a Melconian tanto por su prestigio profesional como por sus virtudes dialécticas: quiere que él se encargue de polemizar con Milei. Obviamente, Melconian no podrá suplantarla cuando sea la hora del debate entre candidatos. Por otra parte, el caudillo de La Libertad Avanza rehúsa cruzarse con quien no esté en esa categoría, de modo que si ambos economistas polemizan no será cara a cara, sino a distancia.

Para aceptar lo que Bullrich le ha ofrecido pidió a la candidata la promesa de control sobre el Banco Central y la AFIP (es decir: quiere que a la cabeza de esas instituciones haya hombres designados por él. Pretende mando y centralidad).

Así, para atraer a Melconian, ella ha tenido que sacrificar sus propias intenciones, postergar a economistas de su riñón y entregarle al recién llegado el control del discurso en un tema tan estratégico como la economía y la lucha contra la inflación.

El encumbramiento de Melconian, su procedencia de la Fundación Mediterránea y el protagonismo que aspira a ejercer si la candidata de Juntos consigue llegar a la Casa Rosada evocan para muchos a Domingo Cavallo, tanto por el papel de éste en el gobierno de Carlos Menem como por los chisporroteos que pueden suscitarse entre un economista estrella y su presidente. Pero ni Melconian es Cavallo ni Patricia Bullrich es Menem. Tampoco son presidenta y ministro: por el omento sólo luchan para serlo.

Otro dato puede alimentar la confusión entre Melconian y el ex ministro de Menem: el plan bimonetarista con el que él y Bullrich pretenden competir contra la dolarización que divulga Milei fue en realidad elaborado por el artífice intelectual de la convertibilidad de los años 90, Horacio Liendo.

Al tiempo que organiza sus fuerzas para esta etapa de la campaña, Bullrich busca posicionarse enfrentando simultáneamente a Milei y a Sergio Massa: denuncia que ambos han cerrado un pacto para convertirla en tercero excluido. Se basa en el hecho de que Massa elogió a los voceros de Milei por su “actitud colaborativa para con el Gobierno”, diferenciándola de la postura de los enviados de Bullrich.

Milei aceptó sin ruborizarse el reconocimiento de Massa: «Lo que sucede -explicó- es que los economistas de JxC están apostando a causar un desastre económico, y en ese sentido me parece una gran irresponsabilidad porque dinamitarle hasta el roll over a un Gobierno significa que le están tratando de impulsar una crisis y me parece que no está bien”.

En los hechos, objetivamente y más allá de las teorías conspirativas, lo cierto es que Massa y Milei se prefieren como opositores para el caso de un balotaje y este tramo de la confrontación electoral excluye a uno de los tres mejor colocados en las primarias. Donde Bullrich, como candidata, salió tercera.

Para ella es difícil correr a Milei por derecha; el libertario es un superhalcón. Y reina en un espacio no discutido.

Quizás estos rasgos escondan también un telón de Aquiles y lo que puede haber sido una virtud para alcanzar notoriedad se vuelva debilidad en esta etapa.Lo cierto es que cuando se enfervoriza, Milei suelta frases poco sostenibles: prometió no comerciar con China “porque es comunista” y salir del Mercosur, con lo que prometió problemas con los mayores clientes de la Argentina. Eso, para no evocar otras declaraciones polémicas.

“Javier es muy vocalista”, lo describió con indulgencia Diana Mondino en el elegante ámbito del Club Francés. Los oyentes entendieron que la canciller nominada por Milei quiso evitar las palabras “parlanchín” o “charlatán”.

Para colaborar con su propia contención, Milei va designando futuros colaboradores de prestigio reconocido (como la propia Mondino, por caso). Le ha ofrecido el ministerio de Interior a Guillermo Francos, un político fino y práctico, al que en otras circunstancias el libertario podría haber estigmatizado como parte de “la casta”. En Economía tiene un equipo de enjundia adadémica que se formó prácticamente en la presidencia de Carlos Menem. Milei comprende que debe dar respuestas sólidas a quienes interpretan que, más allá de sus indudables éxitos como comunicador y difusor de ideas liberales, “no tiene equipos y no puede gobernar”.

Por supuesto, los nombres no aventan las dudas, porque éstas surgen de la radicalidad de las propuestas del libertario, que parecen arremeter contra instituciones respetadas y contra estructuras sólidas y funcionales. La fuerza expansiva de muchas de sus ideas sugiere estallidos incontenibles. Y es sobre esas inquietudes que Milei deberá rendir examen. Quienes le temen incursionan asimismo en la psicología y ponen en duda su equilibrio emocional.

Pero él se mueve últimamente con cautela y astucia. Su campaña parece preocupada por recortar defectos y evitar errores aunque el precio sea dejar parcialmente el escenario en manos de sus contrincantes y soportar en silencio una ofensiva mediática que evoca arrebatos e incidentes de hace varios años y pone en discusión su equilibrio emocional.

Mientras técnicos que le entregan su asesoramiento le proponían hace algunas semanas embestir contra las paritarias y acoplarse a la incierta tendencia de “uberización” del trabajo, él dialoga con altos dirigentes de la CGT y les hace saber que entre las reformas que pretende no está incluida una reforma laboral (aunque sí se interesa por aplicar experiencias como el sistema de seguro de desocupación que funciona desde hace años en el gremio de la construcción. También ha liberado su plataforma del polémico tema de la libre portación de armas y hasta está sumergiendo su hit, la dolarización, en un manto de neblina que incluye una aplicación pospuesta por meses y hasta años.

Sergio Massa, el otro lado del triángulo de competidores, va adquiriendo mayor autonomía interna a medida que se aproximan las horas decisivas. Alberto Fernández se ha convertido en un viajero y un corresponsal y ha dejado casi formalmente la presidencia, aunque siga despachando en la Casa Rosada. La señora de Kirchner, en su afán por alejarse de cualquier mala noticia (por ejemplo, la devaluación postPASO) practica un ausentismo que, para bien o para mal, subraya el protagonismo de Massa.

Massa ha conseguido logros importantes -cerró exitosamente la negociación con el FMI, consiguió un giro de 7.500 millones de dólares (y unos 2.000 millones más en noviembre) después de que el BIF y el Banco Mundial aprobaran proyectos por otros 1.500 millones de dólares de ejecución casi inmediata- pero la inflación es el máximo aliado de sus contrincantes. Y la inflación tuvo un empujón importante con la devaluación que tuvo que convalidar Massa.

Como si fuera el Presidente, Massa empezó a tomar decisiones desde Washington y ordenó compensaciones de 7 millones de pesos destinadas a los negocios que sufrieron ataques y pérdidas a raíz de los episodios de vandalismo y los delitos en banda que se produjeron aquella semana, reclamó a la Secretaría Legal y Técnica un seguimiento de esos actos delictivos y prometió vigilar la acción de fiscales y jueces que no actúen debidamente con los autores de los hechos y con los organizadores. Al regresar, anunció una serie de medidas destinadas a compensar los efectos del golpe inflacionario catapultado por la devaluación.

En ese esfuerzo por apalancar su campaña como candidato con medidas que toma como ministro, el riesgo para él reside en que los efectos benignos de sus decisiones terminen teniendo menos repercusión que los contrastes: el rechazo de varios gobernadores oficialistas a aplicar a los empleados públicos de sus provincias el aumento de suma fija que él decidió fue interpretado como un revés político y un signo de debilidad, cuando el ejercicio de una autoridad sensible pero firme es un evidente requerimiento de la sociedad.

Massa aplicó tarde el manual del buen político que suele consultar: en un país federal la remuneración de los empleados de las administraciones provinciales es atribución privilegiada de las autoridades de esas jurisdicciones. La precipitación por reaccionar rápido ante el rebote inflacionario exagerado provocó el error de no conversar y negociar previamente con los gobernadores para evitar tironeos que conviene resolver puertas adentro. La campaña de Massa necesita que los jefes de territorio se jueguen a fondo para recuperar en octubre el terreno electoral perdido en las primarias. Alcanzado el balotaje, Massa desplegará una propuesta centrada en la unión nacional, buscando integrar el voto radical, el del Pro moderado y el que siguió a Juan Schiaretti, más allá de la vieja grieta que encarnaron Cristina Kirchner y Macri.

La reconfiguración del sistema que ya estaba en marcha ha avanzado a saldos sorprendentes a partir del resultado de las elecciones primarias. El ciclo de hegemonía kirchnerista concluye, más allá de que el kirchnerismo pueda sobrevivir como facción política, eventualmente atrincherada en territorio bonaerense.

Sin dejar de lado las divergencias de acentuación, las tres candidaturas que compiten en octubre expresan distintos grados de reconciliación con el mercado. Con Massa el peronismo reivindica un capitalismo abierto y productivista que no abjura de la intervención del Estado, pero asume la necesidad de que éste controle y ajuste sus gastos y vuelque con eficacia sus recursos a sus funciones clásicas, al estímulo de la actividad económica, la creación de empleo y la promoción social. Tanto Milei como Patricia Bullrich proyectan un capitalismo con porciones mínimas o ínfimas de acción estatal. La sociedad reclama una moneda estable, el fin de la economía inflacionaria.

Este reordenamiento viene acompañado por un revisionismo cultural que pone en discusión ciertos consensos de las últimas décadas que tomaron como eje una visión facciosa de los derechos humanos y el imperio de lo políticamente correcto para la progresía, con su ideología “de género” y su “lenguaje inclusivo”, acompañados por una capitulación frente a las amenazas a la seguridad y una desvalorización ideologista de las fuerzas armadas.

Botón de muestra de esa contracorriente cultural que le da contexto a esta etapa, los estudios de opinión pública indican que las Fuerzas Armadas son hoy la institución más reconocida por la sociedad.

Estamos evidentemente ante un nuevo escenario.

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