Por Paul Battistón.-

Las sugestivas expresiones del Dipy suelen culminar con una fisonomía particular.

Entre tantas cosas que es Argentina, es, sin duda, un misterio. Un misterio tan claro que puede ser expuesto en palabras muy simples, nunca mejor dibujadas que en esa expresión final de resignación pura del Dipy.

El Dipy parece haberse convertido en el compilador de esos sentidos comunes dispersos. Parece ser el dueño de la colección de esas pequeñas soluciones perdidas, ésas que todo el mundo comparte, heredadas de las resignadas quejas de nuestros antecesores pero que resulta imposible marchar tras las mismas porque la marea siempre va en sentido contrario.

Es un misterio que todo esté tan claro y tan inalcanzable. Casi que es un misterio que aún existamos, a tal punto que nuestra habilidad de errar y resignar pareciera ser parte importante de una fórmula que ha sido exitosa en lograr nuestra subsistencia como Nación. Otro misterio es la durabilidad de esa fórmula.

Setenta años consecutivos de gráficas en declive parecieran ser garantía de nuestra existencia. Nada de esas cuestiones abruptas que acaban con naciones, lo nuestro es la pendiente constante y negativa, lo de abrupto en nuestra escala de descenso son oscilaciones que promedian en derredor de nuestra bajada. Un serrucho en picada que es nuestra firma.

¿Qué va a cambiar? Aquí nunca cambia nada (palabra de Dipy).

¿Por qué no creerle? Si es quien mejor retrata nuestro continuo derrape sin fórmulas, sin ideologías ni algoritmos y, además, sin grandes posibilidades de rebatirlo. Él sólo pinta, apenas si esgrime un atisbo de premonición. Sólo nos anticipa un acierto casi seguro de que nada va a cambiar.

Quienes nacimos en las décadas del 60/70 aceptamos el muro de Berlín como un accidente geográfico. Estaba ahí desde “antes”, con la consistencia de una cordillera. Su mismo peso era el que sostenía una geografía, que percibíamos como eterna. Con nuestro declive ocurre algo parecido, ya estaba ahí. Nacimos en caída, una caída natural que nos dibuja que nada va a cambiar, incluyendo nuestra falaz espera de un rebote. El Dipy lo expresa claramente como conclusión final de su colección de sentido común incumplido y lo ilustra con su expresión de cejas también en declive.

Saltar el muro o morir intentándolo no cambiaba la geografía. Derribarlo fue el verdadero rebote. Los dueños del declive vuelven a ofrecernos como solución las políticas que lo provocan y volvemos a comprarlas.

Un detalle que suma a este presagio del Dipy es que cada elección ha sido invariablemente vendida por nuestra clase política como bisagra y esta última no fue la excepción. Mientras marchamos en caída, afrontamos la bisagra que nos pone frente a la última disyuntiva de tomar o no un rumbo hacia una venezolizacion. ¿Volverá el Dipy a reafirmar su presagio de que en este país nunca cambia nada? ¿O su certeza es sólo consecuencia de haber nacido en el plano inclinado?

Puede que cada elección, ésta inclusive, hayan sido esos pequeños picos de ese serrucho cuyo promedio no escapa del entorno de ese derrumbe tan gráfico. De rebote ni hablar. Quizás noviembre nos informe si se habrá logrado un cambio sustancial en la pendiente (aminorarla) o si, por el contrario, el cambio quedará pendiente para algún acontecimiento por fuera de urnas y seguimos inmersos en otro de esos altibajos que siguen promediando para nuestra miseria creciente.

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