Por Luis Alejandro Rizzi.-

En la Argentina de hoy no es posible dialogar ni debatir, por la sencilla razón de que el objetivo es descalificar al otro, lo que Sartori llamó “cultura del epíteto”, que sustituye y simplifica la capacidad de “pensar”.

Como lo vengo sosteniendo, padecemos la imposibilidad de “negociar”; en nuestro sistema político se usa más la “transa”, que es algo muy distinto a la “negociación”; se intercambian vicios contra vicios o contra virtudes que es lo más asqueante de la política.

El Senado de la Nación nos da un reciente ejemplo. Se negociaban designaciones de jueces por la reforma de la ley de locaciones, que, por otra parte, no solucionará el problema de la oferta y del valor de los alquileres mientras haya una inflación desbocada. La única ley que podría tener éxito sería que el estado asuma el pago del 50% de los alquileres, lo que es muy improbable, pero…

Personalmente, mi expectativa del debate estaba sobre el nivel e intensidad de agravios y “cancelaciones o descalificaciones” que podría haber entre los “vices”.

Creo que en ese sentido los más “educados” fueron Florencio Randazzo y Victoria Villarruel.

Este formato de debates es más bien una saga de “monólogos o soliloquios y réplicas”, que se repitió en los minutos libres. La sensación es que no se escuchaban y se superponían sin “argumentar ni persuadir”.

En los frente a frente, en verdad, se buscó polarizar; lo cierto es que el votante advirtió que sus problemas no integran la agenda electoral.

La encuesta que hizo “A dos Voces” le dio un 50% de satisfacción a Victoria Villarruel. Pienso en esa dirección; creo que fue la que mejor supo usar el espacio y tuvo respuestas razonables, con las que podremos estar o no de acuerdo. Veremos si Javier Milei podrá sostener ese buen nivel.

Ignoro el efecto que este tipo de “debates” tiene en la gente y si tiene importancia para decidir su voto o participar en la elección.

Pienso que Villarruel y Randazzo fueron los más respetuosos de las formas y del trato con los otros candidatos. Lo noté desubicado a Luis Petri y no le fue bien en su “desafío” a Rossi que, tengamos en cuenta, se lavó las manos con el ascenso del general Milani, como una decisión de Cristina.

En cuanto a Nicolás Del Caño, sabemos que repite su manual del más rancio socialismo; de todos modos, puede haber sumado algunos puntos entre los “muy enojados”.

Para cerrar, pienso que este esquema de debates es inútil y es más grave que deban ser obligatorios. El de ayer fue voluntario, como lo serán los de los presidenciables el próximo 1º y 8 de octubre.

La decisión de debatir debe ser personal y, además, debería ser en formatos limitados a dos candidatos por debate, o bien mediante pedidos de debate de un candidato a otro. El debate no es un acto de propaganda sino más bien de persuasión.

Yo preferiría que fueran “conversaciones”, incluso con el derecho de cada uno de levantarse e irse; es más sincero que hablar al cuete.

El tema argentino es esencialmente una cuestión “cultural” y los “debates” nos muestran que seguimos en un oscuro sótano.

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